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    viernes, 8 de febrero de 2013

    Amar a Dios y al Prójimo

    Nuestra Fe | Osiris Núñez, msc.  Amar a Dios y amar al prójimo  
    Se comienza a ser cristiano no a partir de una idea, o de una decisión ética, sino a partir de un encuentro con un acontecimiento, con una persona, que da un horizonte nuevo a la vida, le da una nueva y decisiva orientación. Esta experiencia está centrada en el amor; y como Dios nos amó primero, ya no solo es un mandamiento, sino una respuesta al don del amor, con el cual Dios viene a nuestro encuentro.

    El amor a Dios va necesariamente unido al amor al prójimo, es decir, no se puede concebir el amor a Dios si se rechaza al prójimo. Están tan unidos, que afirmar que se ama a Dios es una mentira si el hombre se cierra a la otra persona; el otro, el prójimo es también un camino para encontrar a Dios (1Jn 4,20-21). Hay una estrecha relación entre el amor a Dios y el amor al prójimo, son inseparables. No es posible amar a Dios en la Iglesia, en las celebraciones, en las oraciones y vivir olvidado de los que están sufriendo; un amor así, que excluye al que sufre se convierte en pura mentira.
    Ahora bien, hay que tener en cuenta que el amor a Dios no se reduce a amar al prójimo, y también que el amor al prójimo no significa que ya sea amor a Dios. El amor a Dios tiene una primacía absoluta y no puede ser remplazado, es el mandato por excelencia. Amar a Dios es buscar su voluntad, entrar en la propuesta de su reino. Este amor implica docilidad, disponibilidad total y entrega a un Padre que ama incondicionalmente a sus hijos e hijas. Por consiguiente, es imposible amar a Dios sin desear lo que él quiere y sin amar incondicionalmente a quienes él ama como Padre. Este amor a Dios, hace imposible que vivamos encerrados en nosotros mismos, indiferentes ante los sufrimientos de los demás. Es precisamente en este amor al prójimo donde descubrimos la verdad del amor a Dios.
    Por eso, el prójimo no es un medio o una ocasión para practicar el amor a Dios. No podemos pretender convertir y transformar al prójimo en una especie de amor indirecto hacia Dios. Al igual que Jesús, debemos ser concretos y realistas, esto es, amar y ayudar a la gente porque la gente sufre y necesita de nuestra ayuda. Jesús curaba, daba pan no sólo por amor a Dios, sino porque le dolía el sufrimiento del otro, se conmovía ante el dolor del otro. Podemos citar algunos ejemplos: el paralítico de Betesda (Jn 5, 1-18), Jesús después de enterarse del tiempo que tenía enfermo y esperando poder entrar a la piscina, le pregunta ¿Te quieres sanar?; en la multiplicación de los panes (Jn 6, 1-21) Jesús hace el milagro porque se da cuenta de que la gente ha pasado todo el día junto a él sin comer nada; o también en la resurrección de Lázaro (Jn 11, 1-44), en dos parte de este relato, se nos dice que Jesús se conmovió: “Viéndola llorar Jesús y que también lloraban los judíos que la acompañaban, se conmovió interiormente, se turbó” y “Jesús, conmovido de nuevo en su interior, se acercó al sepulcro”.

    También nosotros, en nuestra realidad social, estamos llamados a vivir el amor al prójimo como Jesús lo vivió. Muchas veces decimos amar a Dios sobre todas las cosas, pero somos incapaces de amar como él nos ama, y de hacer lo que Dios desea. Si en realidad queremos amar como Dios nos ama, debemos ser sensibles, debemos ser capaces de conmovernos ante los sufrimientos y necesidades de los demás. El hacernos sensibles y el ser capaz de conmovernos debe llevarnos a dar una repuesta ante dicha necesidad o sufrimiento. No dar un vaso de agua por amor a Dios, sino porque el que lo pide tiene sed; dar un pan al hambriento para que no se acueste sin comer, para que no se muera de hambre; dar una vestimenta al que no tiene para que se proteja del frio, de la lluvia, del sol. Debemos de amar a las personas por sí mismas, porque como personas tenemos un valor intrínseco, o sea, somos un fin en sí mismos, tenemos un valor absoluto.
    De esta manera el amor cristiano no debe de entenderse como un amor único entre el creyente y Dios, sino que es un amor realizado en el prójimo y que se hace presente en la comunidad; es un amor que se hace vida junto a las demás personas, es decir, es un amor que se concretiza en las relaciones interpersonales de la sociedad.

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