Rincón de la Palabra | Ángela Cabrera, mdr.
Reflexionando sobre las cosas de Jesús y sus discípulos :
Yo soy. No teman (Jn 6,20)
El texto de Jn 6,20 nos sitúa en una experiencia de Jesús con sus discípulos. Nos relata una de esas veces que después de una larga jornada los discípulos toman la barca para marcharse a otro lugar, esta vez, Cafarnaúm (v.16). Es interesante el detalle que se nos presenta: los discípulos habían visto caer la noche sin que Jesús se hubiera reunido con ellos (v.17). Ese hecho tiene mucho que decirnos. Podemos interpretar que la ausencia de Jesús debilita la fe. En la distancia del Maestro los corazones se enflaquecen, se debilitan. Dicen que cuando el cuerpo tiene las defensas bajas atrae todas las enfermedades. Puede ser que así estén los discípulos, con las defensas bajas luego de muchas horas sin intimar con Jesús.
En la desolación, con el espíritu débil, no fortalecido, las pequeñas cosas se tornan gigantes. Es entonces cuando el evangelista nos informa que empezaron a formarse grandes olas debido al fuerte viento que soplaba (v.18). Se trata del viento de la vida, de las dificultades, de los problemas, de las angustias. Sin oración invade la ansiedad, la desesperación. Consecuentemente, se mueve la barca, o sea, el soporte, el piso, la fe, la confianza. Los vientos remueven todo, porque las raíces no están consistentes.
Observemos que los discípulos habían remado como cinco kilómetros (v.19). Entendemos que están en aguas profundas, donde no se toca tierra; y el hecho causa más inseguridad. Se aumentan los nervios. El agua movediza distrae los sentidos. No hay muchas alternativas. La barca está rodeada de aguas profundas y el viento impetuoso hace olvidar las promesas de fe.
En estas circunstancias los discípulos observan a Jesús caminando sobre las aguas. Las mismas aguas que les han causado pánico se han convertido en trillo, ruta, sendero de los pies de Jesús. Él tiene autoridad sobre ellas, sobre el viento. Jesús es la roca en medio de la tormenta. Si el texto inicia diciendo que los discípulos habían pasado el día sin que Jesús se reuniera con ellos, ahora nos informa que es el mismo Jesús quien se les aproxima.
El maestro de los maestros no quema las etapas. Deja a sus discípulos solos; y esto me recuerda un cuestionamiento que hice a mi profesor en la universidad: -¿para qué me dejó hacer el trabajo sola, si lo iba a desbaratar? Él respondió: “necesitaba saber que tú no sabías”. Creo que este ejemplo ilumina para entender la relación maestro-discípulos. Con la actitud de ellos Jesús constataría que sus discípulos aún no habían entendido nada.
Los discípulos son como niños que necesitan ser guiados, orientados, consolados. El maestro les educa sobre la misma práctica de vida. Él no les exonera los kilómetros necesarios de susto. Su pedagogía es tal que permite que los propios discípulos constaten sobre ellos mismos que no saben. No saben tener paciencia en las dificultades, no saben actuar sin desesperar, no saben recordar en el aprieto, no saben que Jesús está presente aunque no lo observen. Una vez más se hace necesaria la intervención oportuna de Jesús: Soy yo, no tengan miedo (v.20).
¿Cómo está mi barca? ¿Cómo estoy yo en ella?
¿Cuáles son los vientos que me azotan? ¿Cómo me sitúo ante ellos?
¿Dónde está Jesús: cerca, lejos, presente, ausente?
¿Cuáles son mis miedos?
¿Qué me dice Jesús? ¿Cuál es mi respuesta?
viernes, 30 de mayo de 2014
Rincón de la Palabra
No hay comentarios:
Publicar un comentario
Promueve el diálogo y la comunicación usando un lenguaje sencillo, preciso y respetuoso...