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    jueves, 17 de julio de 2014

    Insultos Interactivos

    Las razones del corazón | Manuel Soler Palà, msscc.
    Insultos interactivos
    Como bien sabe el internauta, en el mundo de las webs de última generación se ofrece la posibilidad de que el lector haga sus comentarios acerca de lo leído. Tales escritos pertenecen a un género literario todavía poco definido. Allá se dan cita los sabiondos, los que insultan soezmente, los que incurren en penosas faltas de ortografía, los que recurren a los atributos genitales para sostener el hilo de su argumentación.
    No faltan, por supuesto, quienes exhiben una sublime ignorancia. Uno de ellos escribía sin ruborizarse que Blas Pascal era ateo. El otro que Jesús fue un extraterrestre. Y así sucesivamente.
    Años atrás me causaban desazón los tacos oídos por radio o televisión, como también las palabrotas plasmadas en blanco y negro en revistas y periódicos. A fuerza de escucharlas y leerlas la furia se amansa y la indignación se diluye. Actualmente mis preocupaciones transitan por otros senderos.
    ¿Insultos agraciados?
    Confesaré incluso que me produce cierta gracia la desproporción de las descalificaciones, insultos, improperios, tacos, denuestos, vituperios y maldiciones que gotean algunas webs digitales en cuanto empiezan a interactuar los lectores. Me imagino las muecas de quienes juntan letras inflamados en sus fobias, la rabia de los que embisten contra su adversario e incluso la agudeza procaz de algunos escribientes.
    Afortunadamente quienes garabatean obscenidades desde el anonimato y escogen pseudónimos opacos no representan a la mayoría de los ciudadanos. Más aún, algunos de los tales ejercen como personas sonrientes, bien vestidas y educadas cuando actúan a cara descubierta. Se diría que el anonimato reviste a algunos con traje olor a azufre, les atornilla rabo y cuernos sin que lleguen a tomar conciencia de la metamorfosis.
    Chabacanos, bastos, groseros, toscos, zafios, burdos, procaces, irreverentes… todos estos calificativos se me ocurren mientras tomo nota de los sentimientos, ideas y emociones de quienes se afanan en pergeñar letras desde el anonimato.
    Superado el período de indignación, me tomo a broma las líneas que aparecen en las webs interactivas. Sobre todo si tienen que ver con los forofos de uno u otro equipo de lo que sea: beisball, fútbol, tenis… Particularmente cuando la rivalidad entre ciudades o entre partidarios de uno otro bando choca hasta echar chispas y quizás ocasionar un incendio.
    Uno se tropieza a cada paso con expresiones alusivas a los genitales, pero no recojo ninguna piedra para lanzarla contra los fogosos incendiarios que prefieren no dar la cara. En ocasiones hasta llego a admirar la imaginación desvergonzada y el insulto refinado a que puede llegar la pluma cuando se embravece y arremete contra el adversario. De la ejemplaridad a la comicidad con frecuencia el trecho es corto.
    En familia no escuché tacos. Más crecidito sí que llegaron a mis oídos palabras groseras que procedían de fuera del hogar. Las asociaba a ambientes donde circulaba el alcohol con generosidad o donde el sexo plantaba su tienda. Ya adulto concluí que las palabrotas son, en buena parte, expresión de rebeldía. Hay un momento en la vida en que uno se siente impulsado a decir “no”, a transgredir las reglas, a buscar compinches lejos de la autoridad establecida. Entonces el humus está a punto para que brote el fruto.
    Lo malo del asunto es que para algunos la evolución se estanca y a lo largo de los años sueltan tacos y palabrotas sin tregua ni descanso. Los tales resultan desagradables y odiosos de cara a la convivencia. Peor todavía sí lo que pretenden con su vocabulario es hacerse notar. Y no cambia mucho el asunto si su inconsciencia les impide deducir por ellos mismos que se salen del tiesto una y otra vez.
    Preocupa la ética y la estética
    Quien estas líneas escribe anda bastante curado de espantos y no se escandaliza por escuchar tacos repugnantes. Mis lamentos van en otra dirección: quienes reniegan, descalifican e insultan de palabra o por escrito limitan de modo tajante el vocabulario. Empobrecen los términos de la comunicación.
    Pero en realidad tampoco es la riqueza del idioma lo que me preocupa, sino que tomo en consideración otro punto de vista. La lengua sirve para comunicarse y para convivir. La forma de hablar da cuerpo a la forma de sentir y, a la postre, de vivir. Las palabras salen de nuestra más profunda interioridad. El lenguaje no es algo que tangencialmente tiene que ver con cada uno, sino que brota de nuestra más íntima esencia.
    El lenguaje hace las veces de canal que conduce a la superficie las aguas subterráneas en que mora el individuo. Las mencionadas webs que acogen comentarios digitales, escritos tal vez en un momento de pasión, rabia o rencor, afloran vocablos groseros, vulgares y ofensivos. La vida queda reducida a los niveles más primarios e instintivos. La racionalidad parece esfumarse.
    La esencia humana, sin embargo, está llamada a superar los niveles emotivos y sentimentales menos nobles. Claro que hay que contar con los instintos y las emociones. Bastantes sufrimientos ha ocasionado la pretensión de eliminarlos. Pero cuando sólo aparecen en su formulación más rastrera, entonces mucho me temo que no avanzamos en dirección al horizonte de la cultura, de la belleza y la educación, sino más bien al contrario.
    Y no vayan a invocar la democracia o la libre expresión para acceder al derecho de ser maleducado. La democracia no debe convertirse en la línea que iguala a todos a partir de las actitudes y sentimientos más nauseabundos y repulsivos, sino que debiera aspirar a la igualdad a partir de una común educación, amabilidad y cultivo de la inteligencia.
    Por supuesto que no abogo por construir una especie de aristocracia. Deseo simplemente una democracia que ayude a subir el nivel de la urbanidad y los buenos modales. Ello sería buena muestra de que no anda ausente del individuo la ética, ni la estética. ADH 780.

    1 comentario:

    1. Tema de grandísima actualidad. El autor lo trata con perspicacia y con oficio. BUena literatura. .

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