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    miércoles, 23 de julio de 2014

    Ochocientos Años

    Fe y Vida | Juan Manuel Pérez.  
    Ochocientos años
      
    El año 1216 el Papa, Honorio III, aprobó la Orden de Hermanos Predicadores (Dominicos) fundada por Santo Domingo de Guzmán. Han pasado desde entonces ocho siglos y ciertamente ochocientos años son muchos años.
    La República Dominicana, al menos nominalmente, está relacionada con la Orden de los Dominicos. La Capital del país lleva el mismo nombre del fundador, Santo Domingo de Guzmán, y los ciudadanos se llaman dominicanos y dominicanas, lo que hace que, cuando se trata de identificar a los miembros de la Orden, haya que utilizar otro calificativo menos frecuente (dominicos y dominicas) para evitar confusiones.
    Ante la proximidad de la fiesta de Santo Domingo de Guzmán (8 de agosto) pienso que puede ser interesante dar a conocer, sin entrar en detalles, el origen y la finalidad de la Orden fundada por santo Domingo de Guzmán.
    La Orden de los Hermanos Predicadores, junto con su hermana gemela, la Orden de los Hermanos Menores (Franciscanos) y posteriormente otras órdenes mendicantes, nació en una época de la historia marcada por profundos cambios en la sociedad. Con la desaparición progresiva del feudalismo los señores feudales pierden la autoridad prácticamente absoluta de que disfrutaban en sus dominios, mientras se acrecienta y fortalece la soberanía del rey. Por otra parte; el crecimiento de las ciudades provoca cambios radicales en las relaciones entre las personas, libres ya del servicio de servidumbre que los tenía atados de por vida a un territorio y a un señor.
    El cambio afectó también a la Iglesia, muy salpicada de feudalismo y apegada al poder y a la riqueza. Ante estos cambios surgen y se multiplican los movimientos populares, las organizaciones y las cofradías laicales de carácter netamente contestatario contra la autoridad de los obispos y su manera de ejercerla. Se quiere una vida más sencilla y evangélica. Muchos de estos movimientos religiosos fueron condenados por predicar el Evangelio sin la autorización expresa del obispo y algunos por ser verdaderas herejías.
    En ese tiempo, Domingo, siendo prior del Cabildo de la Catedral de Osma (España), acompañó al obispo, Diego de Aceves, en una misión encomendada por el rey de Castilla. A su paso por Tolosa pernoctaron en una posada cuyo dueño era cátaro. Domingo pasó toda la noche conversando con él hasta convencerlo de que estaba metido en un grave error. Los cátaros (“perfectos”), mejor conocidos por albigenses debido a que se habían arraigado en la ciudad de Albí, defendían la doctrina maniquea según el cual hay dos dioses: el dios bueno, que creó el mundo espiritual (el alma), y el dios malo (Demiurgo) creador de la materia (el cuerpo). Según esto todo lo relacionado con el cuerpo es malo y, en consecuencia, negaban el misterio de la Encarnación: Dios hecho hombre. El cuerpo de Cristo sería sólo aparente.
    La Iglesia trató de contrarrestar la influencia y atracción de la herejía enviando legados rodeados de mucho boato: vestidos con ropas espléndidas, ayudados por pajes y una recua de caballos y mulas, pensando que, si Dios es el dueño del mundo, sus delegados en la tierra deben manifestar la grandeza del señor Dios a quien representan. Esta manera de combatir la herejía, en vez de contrarrestar su atracción entre los fieles, favorecía su expansión. Ante el fracaso de los delegados, la Iglesia optó por las armas organizando una cruzada bajo la dirección del conde de Tolosa, que terminó en una masacre colectiva de herejes.

    La predicación
    El contacto con la herejía albigense
    y la manera inapropiada que utilizaba la Iglesia para combatirla cambió la vida de Domingo pues decide abandonar su actividad en Osma para dedicar su vida a la predicación. Con este fin viaja a Roma para pedir al Papa, Inocencio III, que le libere de sus obligaciones como canónico y le autorice a dedicar por entero su vida a la predicación evangélica. Y comienza anunciando la Buena Nueva del Evangelio siguiendo las orientaciones del Señor: a pie, metido entre la gente, sin dinero, apoyado sólo en la fuerza de la Palabra de Dios (cf Mt 10).
    Contra la doctrina maniquea defiende la bondad de la creación y centra su predicación sobre el tema central de la fe cristiana: el misterio de la Encarnación. Domingo había constatado que el amor de Dios a los hombres no se manifestaba en el trato diario entre las personas y, en consecuencia, estudia, medita y ora continuamente para dar a conocer el proyecto del Reino de Dios anunciado por Jesucristo. Su sucesor, el Beato Jordán, dice que Domingo “sólo hablaba con Dios o de Dios”. Hablaba con Dios en sus largas vigilias nocturnas sobre los problemas de los hombres y de las mujeres que había tratado durante el día. Los frailes oían su clamor orando en la basílica de Santa Sabina, donde pasaba la mayor parte de la noche: “¿Qué será de los pobres? ¿Qué será de los pecadores?” Y durante el día hablaba a los hombres y a las mujeres de Dios, del proyecto de Dios que había contemplado durante la noche.
    Su predicación hizo que muchos herejes volvieran a la verdadera fe. Con las mujeres albigenses convertidas, que quedaban desamparadas al abandonar la herejía y aceptar la fe cristiana, fundó el primer monasterio femenino de monjas contemplativas, que él llamó “casa de predicación”.
    Atraídos por el ejemplo de Domingo se unieron a él otros predicadores que querían acompañarlo en la predicación siguiendo su estilo de vida. Uno de ellos, fray Pedro Seila, cedió su casa, que fue la primera residencia de la Orden, y el obispo de Tolosa les concedió la iglesia de San Román. Cuando el grupo llegó a los 15, Domingo viajó de nuevo a Roma para pedir al papa, Honorio III, la aprobación de una orden totalmente dedicada a la predicación.

    Hermanos Predicadores
    El nombre de Orden de Hermanos Predicadores es muy significativo.
    Ordo (en latín) es un término jurídico, tomado del derecho romano, que hoy podríamos traducir por gremio (asociación) de personas que ejercen la misma profesión u oficio. De Hermanos Predicadores marca la idea de vivir en una comunidad de hermanos, unidos en el mismo propósito: dedicar su vida por entero a la predicación del Evangelio. No hay superiores entre ellos por nombramiento ni por sucesión, sino que los encargados de organizar la actividad del grupo se llaman priores (primero entre iguales) elegidos por un periodo determinado. En el catálogo (lista) los nombres de los frailes no van precedidos de títulos honoríficos, tales como reverencia, excelencia, señor,… sino sólo de fray (abreviatura de frater), hermano.
    La espiritualidad de la Orden fundada por santo Domingo de Guzmán gira en torno a la Palabra de Dios. Palabra leída, meditada, celebrada y predicada. Y en ese carisma caben todos los estados de vida: clérigos y laicos, hombres y mujeres, casados, célibes y solteros. Así nació la familia dominica, constituida por frailes (presbíteros y hermanos cooperadores), monjas contemplativas, congregaciones femeninas, fraternidades laicales e institutos seculares. Son distintas ramas que brotan de la misma raíz, del mismo tronco.
    Del contenido de la predicación de Domingo y de sus compañeros nació el Rosario, como método sencillo, al alcance de todos, para conocer a Jesús, el Salvador, que experimentó la vida humana con sus alegrías, sus penas y esperanzas. Después de enunciar un paso de la vida de Jesús se reflexiona sobre él de la mano de María, que conservaba en su corazón todo lo referente a su Hijo (cf Luc 2, 19). ADH 781.

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