Espiritualidad Litúrgica | Roberto Núñez, msc.
El Misal (IV)
“La celebración de la Misa, como acción de Cristo y del pueblo de Dios ordenado jerárquicamente, es el centro de toda la vida cristiana para la Iglesia, universal y local, y para todos los fieles individualmen¬te, ya que en ella se culmina la acción con que Dios santifica al mundo en Cristo, y el culto que los hombres tributan al Padre, adorándole por medio de Cristo, Hijo de Dios, en el EspÃritu Santo…” (OGMR 16).
Con el mes de la familia llegamos a la última entrega del Misal Romano. En el número anterior ofrecimos una mirada breve a la edición tÃpica del año 2002 y los cambios introducidos por él, con la finalidad de favorecer mejor la participación de la comunidad en la celebración del Misterio de Cristo. Detengámonos en este número en la dimensión teológica y lo que nos invita.
Algunos principios teológicos
Expresa el protagonismo de Dios Trino en la celebración. A la reforma posconciliar se le ha reclamado la escasa mención del papel del EspÃritu Santo en la liturgia. Además del n. 79 de la edición anterior, que habla de la epÃclesis en la Plegaria EucarÃstica, esta edición agrega otros tres números (16,56 y 78).
La presencia real del Señor resucitado. Se explicita esta presencia, no sólo en las especies eucarÃsticas (n.3), sino además en: la Palabra, el que preside y la comunidad (cf. nn. 27, 29, 50, 55, 60).
La relación de la EucaristÃa y el Misterio Pascual. Repetidas veces afirma que la EucaristÃa es memorial y actualización del misterio de Cristo. Expresa el n. 72: “En la última Cena, Cristo instituyó el sacrificio y convite pascual, por medio del cual el sacrificio de la cruz se hace continuamente presente en la Iglesia cuando el sacerdote, que representa a Cristo Señor, realiza lo que el mismo Señor hizo y encargó a sus discÃpulos que hicieran en memoria de él” (cf. nn. 2, 16, 17, 27, 79, 308, 368, 379). Considera la EucaristÃa como “sacrificio eucarÃstico de la Pascua de Cristo”.
Es toda la comunidad la que celebra. La comunidad es el pueblo sacerdotal de los bautizados, presidida por el sacerdote que hace las veces de Cristo. El n. 42 define a los fieles como: “miembros de la comunidad cristiana congregados para celebrar la sagrada Liturgia”. Otros números (5, 16, 19, 27, 34, 35, 36, 37, 91, 294) invitan a comprender que es la entera comunidad quien celebra la acción sagrada, no sólo el que preside, como estábamos acostumbrados a decir.
También es oportuno señalar algunas actitudes pastorales y espirituales que esta edición del Misal recomiendan para que la celebración sea en verdad provechosa. Estas son las siguientes:
La importancia del silencio. “También, como parte de la celebración, ha de guardarse, a su tiempo, el silencio sagrado” (n.45). Este silencio por la siguiente razón: “Conviene que haya en ella unos breves momentos de silencio, acomodados a la asamblea, en los que, con la gracia del EspÃritu Santo, se perciba en el corazón la palabra de Dios y se prepare la respuesta a través de la oración” (n.56).
El respeto a lo sagrado. Conviene no perder de vista que en la celebración estamos en “terreno sagrado” y debemos acercarnos con sumo respeto al misterio sobrenatural, superando una excesiva “familiaridad” que se haya podido introducir. Recomienda el uso y cuido especial de los libros litúrgicos, reverencia en torno a la proclamación del Evangelio, respeto y veneración a la sagrada comunión, etc.
Importancia de la belleza y la estética. Esto es un signo concreto del respeto que nos merece este sublime sacramento y que deben acompañar a la celebración eucarÃstica y la cual es importante que lo celebremos con belleza y decoro.
Equilibrio y moderación en los varios momentos de la celebración. Que las celebraciones no sean monótonas, frÃas e incoloras, sino participadas, festivas por el canto y la belleza; no precipitadas, sino con ritmo sereno. Que no sean caprichosas, desproporcionadas e interminables.
Flexibilidad y adaptación. La celebración debe estar de acuerdo con la sensibilidad de cada región y las condiciones de la comunidad. ADH 784.
El Misal (IV)
“La celebración de la Misa, como acción de Cristo y del pueblo de Dios ordenado jerárquicamente, es el centro de toda la vida cristiana para la Iglesia, universal y local, y para todos los fieles individualmen¬te, ya que en ella se culmina la acción con que Dios santifica al mundo en Cristo, y el culto que los hombres tributan al Padre, adorándole por medio de Cristo, Hijo de Dios, en el EspÃritu Santo…” (OGMR 16).
Con el mes de la familia llegamos a la última entrega del Misal Romano. En el número anterior ofrecimos una mirada breve a la edición tÃpica del año 2002 y los cambios introducidos por él, con la finalidad de favorecer mejor la participación de la comunidad en la celebración del Misterio de Cristo. Detengámonos en este número en la dimensión teológica y lo que nos invita.
Algunos principios teológicos
Expresa el protagonismo de Dios Trino en la celebración. A la reforma posconciliar se le ha reclamado la escasa mención del papel del EspÃritu Santo en la liturgia. Además del n. 79 de la edición anterior, que habla de la epÃclesis en la Plegaria EucarÃstica, esta edición agrega otros tres números (16,56 y 78).
La presencia real del Señor resucitado. Se explicita esta presencia, no sólo en las especies eucarÃsticas (n.3), sino además en: la Palabra, el que preside y la comunidad (cf. nn. 27, 29, 50, 55, 60).
La relación de la EucaristÃa y el Misterio Pascual. Repetidas veces afirma que la EucaristÃa es memorial y actualización del misterio de Cristo. Expresa el n. 72: “En la última Cena, Cristo instituyó el sacrificio y convite pascual, por medio del cual el sacrificio de la cruz se hace continuamente presente en la Iglesia cuando el sacerdote, que representa a Cristo Señor, realiza lo que el mismo Señor hizo y encargó a sus discÃpulos que hicieran en memoria de él” (cf. nn. 2, 16, 17, 27, 79, 308, 368, 379). Considera la EucaristÃa como “sacrificio eucarÃstico de la Pascua de Cristo”.
Es toda la comunidad la que celebra. La comunidad es el pueblo sacerdotal de los bautizados, presidida por el sacerdote que hace las veces de Cristo. El n. 42 define a los fieles como: “miembros de la comunidad cristiana congregados para celebrar la sagrada Liturgia”. Otros números (5, 16, 19, 27, 34, 35, 36, 37, 91, 294) invitan a comprender que es la entera comunidad quien celebra la acción sagrada, no sólo el que preside, como estábamos acostumbrados a decir.
También es oportuno señalar algunas actitudes pastorales y espirituales que esta edición del Misal recomiendan para que la celebración sea en verdad provechosa. Estas son las siguientes:
La importancia del silencio. “También, como parte de la celebración, ha de guardarse, a su tiempo, el silencio sagrado” (n.45). Este silencio por la siguiente razón: “Conviene que haya en ella unos breves momentos de silencio, acomodados a la asamblea, en los que, con la gracia del EspÃritu Santo, se perciba en el corazón la palabra de Dios y se prepare la respuesta a través de la oración” (n.56).
El respeto a lo sagrado. Conviene no perder de vista que en la celebración estamos en “terreno sagrado” y debemos acercarnos con sumo respeto al misterio sobrenatural, superando una excesiva “familiaridad” que se haya podido introducir. Recomienda el uso y cuido especial de los libros litúrgicos, reverencia en torno a la proclamación del Evangelio, respeto y veneración a la sagrada comunión, etc.
Importancia de la belleza y la estética. Esto es un signo concreto del respeto que nos merece este sublime sacramento y que deben acompañar a la celebración eucarÃstica y la cual es importante que lo celebremos con belleza y decoro.
Equilibrio y moderación en los varios momentos de la celebración. Que las celebraciones no sean monótonas, frÃas e incoloras, sino participadas, festivas por el canto y la belleza; no precipitadas, sino con ritmo sereno. Que no sean caprichosas, desproporcionadas e interminables.
Flexibilidad y adaptación. La celebración debe estar de acuerdo con la sensibilidad de cada región y las condiciones de la comunidad. ADH 784.
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