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    martes, 16 de junio de 2015

    El Espíritu Santo en la Liturgia

    Espiritualidad Litúrgica | Roberto Núñez, msc

    El Espíritu Santo en la Liturgia  
    «En la Liturgia, el Espíritu Santo es el pedagogo de la fe del Pueblo de Dios, el artífice de las “obras maestras de Dios” que son los sacramentos de la Nueva Alianza. El deseo y la obra del Espíritu en el corazón de la Iglesia es que vivamos de la vida de Cristo resucitado» (CCE. 1091).
    Al tiempo pascual, con frecuencia se le ha llamado “el tiempo del Espíritu”. Al llegar al mes de mayo, continuando con nuestro caminar pascual, les propongo, amables lectores, que dirijamos nuestra mirada al Espíritu Santo en la liturgia de la Iglesia. Dedicaré algunas entregas a profundizar en esta realidad fundamental de nuestra fe.
    El P. Jean Corbon, hablando del Espíritu Santo en la Iglesia afirma: “El Espíritu es la misión materna del Padre junto a los hombres para que conozcan al Hijo, sean incorporados a él y compartan su vida. Por eso, en el corazón de los hombres, él es la atracción del Padre hacia Jesús, su pasión por el propio Hijo y por todos los hijos, su Comunión derramada abundantemente. En el Cuerpo de Cristo, y manando de él, el Espíritu Santo es como la impaciencia de la Gloria del Padre para que el hombre viva. En adelante, en este Cuerpo que ha vencido los límites de la muerte, el Espíritu actúa con poder. Y cuando suscita en nosotros la respuesta a su Energía multiforme, el Espíritu y la Iglesia no son más que uno en asombrosa sinergia (colaboración): la Liturgia”.
    La liturgia es esencialmente una manifestación del Espíritu de Cristo glorificado. Además, por obra del Espíritu Santo toda acción litúrgica manifiesta y actúa la presencia de Cristo, y la memoria del misterio salvífico no es simplemente un piadoso recuerdo, sino anamnesis, memorial histórico-salvífico.
    Por esa razón, se hace necesario el estudio de la presencia y acción del Espíritu Santo en la liturgia. Un esfuerzo de aproximación a su acción en la liturgia nos ofrece la ocasión de ahondar en la comprensión de la naturaleza de la misma liturgia y la oportunidad esclarecer el ámbito y las modalidades de cómo se hace presente y actúa el Espíritu en la liturgia.
    El Catecismo de la Iglesia Católica (CCE) nos ofrece unas ideas relevantes sobre el Espíritu Santo y la liturgia. Para introducirnos en este pequeño recorrido y sólo como una pequeña muestra, retomo algunas afirmaciones del Catecismo. He aquí algunas citas las cuales no es necesario comentar:
    “La Liturgia viene a ser la obra común del Espíritu Santo y de la Iglesia” (1091). Afirma también: “El Espíritu Santo prepara la Iglesia para el encuentro con su Señor, recuerda y manifiesta a Cristo a la fe de la asamblea; hace presente y actualiza el misterio de Cristo por su poder transformador; finalmente, el Espíritu de comunión une la Iglesia a la vida y a la misión de Cristo” (1092).
    “La Liturgia cristiana no sólo recuerda los acontecimientos que nos salvaron, sino que los actualiza, los hace presentes. El Misterio pascual de Cristo se celebra, no se repite; son las celebraciones las que se repiten; en cada una de ellas tiene lugar la efusión del Espíritu Santo que actualiza el único Misterio” (1104).
    “El poder transformador del Espíritu Santo en la Liturgia apresura la venida del Reino y la consumación del Misterio de la salvación. En la espera y en la esperanza nos hace realmente anticipar la comunión plena con la Trinidad Santa. Enviado por el Padre, que escucha la epíclesis de la Iglesia, el Espíritu da la vida a los que lo acogen, y constituye para ellos, ya desde ahora, "las arras" de su herencia (cf Ef 1,14; 2 Co 1,22)” (1107).
    «La Iglesia afirma que para los creyentes los sacramentos de la Nueva Alianza son necesarios para la salvación (cf Cc. de Trento: DS 1604). La "gracia sacramental" es la gracia del Espíritu Santo dada por Cristo y propia de cada sacramento. El Espíritu cura y transforma a los que lo reciben conformándolos con el Hijo de Dios. El fruto de la vida sacramental consiste en que el Espíritu de adopción deifica (cf 2 P 1,4) a los fieles uniéndolos vitalmente al Hijo único, el Salvador» (1129). 790.

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