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    martes, 8 de diciembre de 2015

    La Familia y las Vocaciones

    Vocacionales | Osiris Núñez, msc 
    La familia, semillero de la vocación sacerdotal y religiosa
    Dios nos llama a cada uno a una vocación. Esta vocación empieza a desarrollarse desde nuestro hogar, desde el seno familiar. Nuestra familia de una manera u otra, va ayudando a que la vocación del hijo o de la hija vaya desarrollándose plenamente. Por lo tanto, la familia es el primer semillero de la vocación, donde esta nace y empieza a dar los primeros pasos.
    Cuando llega el momento en que un hijo o hija decide optar por la vida religiosa, este momento se puede convertir en un momento difícil, un momento de crisis. El hijo que siempre había estado bajo nuestro cuidado, el niño mimado, el chiquitín de la casa, ahora quiere irse, quiere dejar su hogar, a sus padres y hermanos para responder a un llamado que Dios le hace.
    Es en este momento que la familia juega un rol fundamental en la vocación de su hijo. Se pueden asumir dos actitudes: la primera es que nos apegamos tanto al hijo, que no queremos dejarlo ir,  y a pesar de que somos muy comprometidos en la Iglesia, nos cuesta ver partir a nuestro hijo. Se tiene un miedo como si se fuera a perder ese joven, cuando se sabe que es todo lo contrario.  No va a iniciar un mal camino, no va a correr ningún riesgo, tampoco se va a separar totalmente de su familia. Cuando un hijo se va a casar, no pasa esto, y es prácticamente lo mismo: un hijo que deja el hogar para hacer su propia vida.
    La segunda actitud, y que debe ser la ideal, es que cuando el hijo expresa que desea ingresar a un seminario, la familia, padres y hermanos, se llenan de gozo, de alegría, y le expresan un apoyo incondicional al hijo que ha decidido iniciar una nueva etapa en su vida. Una actitud que se puede asumir es la de decirle: “hijo, en todo lo bueno que tu elijas y decidas emprender, te apoyaremos siempre”. Es una manera positiva de apoyar, de no matar la vocación en la funda, como muchas veces pasa. Hay que estar consciente de que los hijos no siempre estarán en el hogar, de que llegará el momento en que emprenderán su propio vuelo, independizándose de la tutela de los padres. En la vida de Jesús encontramos una escena que nos puede ayudar: Cuando le vieron, quedaron sorprendidos, y su madre le dijo: «Hijo, ¿por qué nos has hecho esto? Mira, tu padre y yo, angustiados, te andábamos buscando.» El les dijo: «Y ¿por qué me buscabais? ¿No sabíais que yo debía estar en la casa de mi Padre?» Lc 2, 48-49
    No tener miedo: apoyar la vocación de un hijo, de una hija, es una gracia, es un gesto de generosidad, es un acto de fe profunda. Es, sobre todo, ganar. Ganar porque el hijo sigue un camino maravilloso, y porque los padres lo tendrán más cerca de su corazón con las oraciones y con una vida entregada al servicio de la Iglesia y de la humanidad. ¿Hay algo más hermoso que puedan desear unos padres para ese hijo tan amado?
    Animemos y acompañemos a nuestros hijos, en su deseo de dejarlo todo para seguir a Jesús, apoyarlo en sus motivaciones y en su deseo libre de responder al llamado que Dios le hace a cada persona.
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