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    miércoles, 1 de febrero de 2017

    Apoyarse: "Ayúdense mutuamente a llevar sus cargas"

    Lema del Mes | P. Juan Tomás García, msc 



    Apoyarse: “Ayúdense mutuamente a llevar sus cargas” (Gal 6,2)  
    Para el mes de febrero se nos pide enfatizar la vivencia del valor del apoyo mutuo en nuestro itinerario de evangelización, continuando el desarrollo del Tercer  Plan Nacional de Pastoral. Apoyarse, ayudándose a llevar sus cargas. De manera que no se trata del apoyo doméstico, mal entendido y estéril de “añoñar” a los otros, sino de ser en su vida un estímulo y una fuerza de transformación.
    Tengo fresco en la memoria el texto del llamado “juicio final” (Mt 25), donde se valora de manera sorprendente la solidaridad de los que asisten a los necesitados, y así, la realidad se divide entre los que han aliviado el sufrimiento de los más necesitados y los que han vivido negándoles su ayuda. Apoyarse consiste en vivir la bondad y la generosidad con quienes compartimos la vida, el compromiso y la fe.
    Recordemos que la fe cristiana, el seguimiento de Jesús se concretiza en unas buenas relaciones con los hermanos y hermanas. Lo decisivo es el amor práctico y solidario a los necesitados de ayuda. Si nos involucramos en las comunidades cristianas tal como somos, cada cual con sus riquezas y sus debilidades y carencias, es obvio que necesitamos apoyarnos mutuamente en el camino. El amor se traduce en hechos muy concretos. Por ejemplo, «dar de comer», «dar de beber», «acoger al inmigrante», «vestir al desnudo», «visitar al enfermo o encarcelado». Lo decisivo ante Dios no son las acciones religiosas, sino estos gestos humanos de apoyo y fraternidad. Así los otros experimentan la misericordia de Dios, sintiéndose acompañados efectivamente por sus hermanos y hermanas de comunidad y de fe.
    Es determinante apoyar a los hermanos necesitados, pues lo que se hace o se deja de hacer a ellos, se le está haciendo o dejando de hacer al mismo Dios encarnado en Cristo. Cuando abandonamos a un ser humano, estamos abandonando a Dios. Cuando aliviamos su sufrimiento y le apoyamos en su realidad concreta, lo estamos haciendo con Dios. Todos los miembros de la comunidad cristiana, salen a nuestro encuentro, nos miran, nos interrogan y nos suplican. Nada nos acerca más a Jesús que aprender a mirar detenidamente el rostro de los otros con compasión y misericordia.
    Al apoyarnos superamos la indiferencia que empapa nuestra vida y nos hace sordos al clamor de tantos hermanos que viven en la miseria y la desesperanza. Es un servicio que supone aprender a ver el rostro de Dios en cada uno de nuestros hermanos, preferentemente en los más pobres y afligidos, porque es en ellos donde Dios se hace más presente y desde donde nos llama con más urgencia a construir el Reino y a descubrirle en los que sufren. Apoyarse y ayudarse comunitariamente es una respuesta a una llamada de un Dios que confía tanto en mí que no tiene suplentes para la misión que me ha encomendado, un servicio consciente y responsable porque “lo que yo no haga se quedará sin hacer”. Y eso me llena de alegría y entusiasmo.
    Apoyarse es amarse, amor que empieza por aprender a mirar de modo nuevo al otro, mirar como Dios mira, para descubrir el Dios oculto que cada ser humano lleva en sus entrañas.
    Ante las realidades difíciles muchos acudimos a todos los mecanismos de defensa en forma de razonamientos, justificaciones, excusas, miedos, prejuicios... intentamos evitar nuestra propia responsabilidad y caemos en echarle la culpa a los demás o en el egoísmo y la huida diciendo que “no se puede hacer nada, que las cosas son así y no van a cambiar porque yo me comprometa”. La respuesta Evangélica la encontramos en la de Jesús cuando dice a sus discípulos: «denles ustedes de comer» (Mt 14,16) apelando a la responsabilidad personal, a la opción por el Reino y a la confianza en Dios «lo que es imposible para los hombres, es posible para Dios» (Lc 18,27). Apoyo y unidad van de la mano en las comunidades cristianas.
    Somos cristianos y cristianas. El Espíritu de Jesús nos orientará siempre hacia los demás para apoyarles y ayudarles en sus ganas de realización integral. Vivir la espiritualidad de Jesús es vivir cambiando la vida, haciéndola mejor y más humana, como la quiere Dios. En eso, todos y todas podemos crecer, es una tarea comunitaria que requiere involucrarse y apoyar a nuestros hermanos y hermanas.
    Cuanto mejor viva la gente, mejor se realiza el reino de Dios. A Dios no le interesa solo la salvación eterna. Le interesa el bienestar, la salud de las personas, la convivencia, la paz, la familia, el disfrute diario de la vida. Y, cuando todo esto es impedido por el mal, fracasa por nuestro pecado o queda a medias, interrumpido por la muerte, Dios sigue buscando el cumplimiento pleno de sus hijos e hijas en la vida eterna. Vivir la espiritualidad de Jesús es vivir buscando siempre lo que lleva a las personas a saciar su anhelo de vida verdadera.
    Quien vive la espiritualidad de Jesús termina alineándose con los débiles y apoyando a los indefensos. El Espíritu de Dios conduce a Jesús a acoger a los excluidos. El seguimiento de Jesús es una espiritualidad de comunión y participación en la corresponsabilidad de la comunidad. Quien vive de su Espíritu  apoya a los demás, se involucra en la evangelización, crea igualdad, fraternidad, acogida, apertura. ADH 809.

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