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    sábado, 4 de marzo de 2017

    La Cuaresma

    Espiritualidad Litúrgica | Roberto Núñez, msc


    Celebramos la Cuaresma  

    «… derrama la gracia de tu bendición sobre estos siervos tuyos que van a recibir la ceniza, para que, fieles a las prácticas cuaresmales, puedan llegar, con el corazón limpio, a la celebración del misterio pascual de tu Hijo» (Oración de bendición de la ceniza).

    Con el mes de marzo iniciamos, este año, el tiempo cuaresmal, que nos ofrece una gran riqueza bíblica y litúrgica. La Cuaresma es el tiempo de una experiencia más sentida de la participación en el Misterio Pascual de Cristo.
    Este tiempo tiene un carácter sacramental, porque nos remite a Cristo. “Padecemos juntamente con él, para ser también juntamente glorificados” (Rom 8,17). Es espacio en que Cristo purifica a su esposa, la Iglesia (cfr Ef 5,25-27).
    «El rico contenido teológico de la Cuaresma está determinado por su final en la celebración de la Pascua. En efecto, este tiempo hace parte del “paschale sacramentum” (sacramento pascual) y sólo puede entenderse adecuadamente bajo la luz del momento culminante de su punto de llegada: la Vigilia pascual. Esto se verá más claro si nos detenemos a considerar los textos bíblicos del actual Leccionario y los textos  eucológicos del Misal. El trabajo más precioso de la reforma fue el ejecutado sobre los textos litúrgicos, tanto bíblicos como eucológicos».[1]
    En los primeros tres siglos de la vida de la Iglesia no había un tiempo de preparación a la Pascua. Sólo hacía un ayuno los dos días anteriores. Como era un tiempo de persecución, los cristianos se empeñaban en vivir intensamente su compromiso, hasta llegar al martirio, si fuera necesario. Pero después de la paz que ofreció Constantino, se dieron cuenta que se hacía importante un período para llamar a los fieles a una mayor coherencia con el Bautismo.
    Ya a partir del siglo IV hay testimonios escritos que van dejando claro que se fue formando progresivamente. Para esta época, la semana que precede a la Pascua era de ayuno y a mediados de siglo ya aparecen añadidas otras tres semanas. Para entonces existía la costumbre de inscribir a los pecadores para la penitencia pública cuarenta días antes de la Pascua, lo que llevó a que comenzara el domingo VI antes de Pascua (llamado “dominica in quadragesima”). Pero los domingos no se celebraba un rito penitencial, por lo tanto, se asignó para este rito el miércoles precedente. Es así que nace el “Miércoles de ceniza”.
    La ceniza es fruto de la transformación de algo por el fuego. Fue fácil ver en ella el sentido simbólico de muerte, caducidad y también de humildad y penitencia. Jonás 3, 6 ofrece un ejemplo para describir la conversión de los habitantes de Nínive. También Abrahán en un momento afirma: “yo soy polvo y ceniza” (Gn 18,27).
    Empezar la Cuaresma con el gesto simbólico de la imposición de la ceniza en la frente, es una manera de responder a la Palabra de Dios que nos invita a la conversión, como inicio del ayuno cuaresmal y de la marcha de preparación de la Pascua.
    Es el camino que empieza con la ceniza y termina con el fuego, el agua y la luz de la Vigilia Pascual. Algo debe quemarse y destruirse en nosotros, lo que hay de “hombre viejo”, para que así dé lugar a la novedad de la vida pascual de Cristo.
    Al imponernos la ceniza el ministro nos dice una de estas dos expresiones: “Conviértete y cree el Evangelio” (cfr. Mc 1,15), o “Acuérdate que eres polvo y al polvo volverás” (cfr. Gn 3,19). Estas palabras son un signo que expresan, por un lado, nuestra caducidad y la necesidad permanente de la conversión, y, por otro, la necesidad de la aceptación del Evangelio y la novedad de vida que nos ofrece Cristo y que cada año quiere comunicarnos en la Pascua. ADH 810.



    [1] bergamini, Augusto., Cristo, fiesta de la Iglesia. San Pablo, Bogotá 1995, pg 283. 

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