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    miércoles, 1 de marzo de 2017

    Sensibilidad: "Sintió lástima de ellos"

    Valor del Mes | P. Juan Tomás García, MSC


    Sensibilidad: Sintió lástima de ellos” Mt 9, 36
      
    ¿De qué sensibilidad estamos hablando? Nosotros somos cristianos, seguidores de Jesús. ¿Cómo vive Jesús la sensibilidad? ¿Cuáles son las reacciones de Jesús ante las personas que encuentra en su camino? La gran mayoría de los textos evangélicos nos presentan la sensibilidad extraordinaria de Jesús ante sus interlocutores. Nunca pasa de largo frente a una persona, se detiene y enriquece la vida de quien le necesita. Su preocupación no es la santidad mal entendida sino la compasión que brota de la sensibilidad. “Sean compasivos como su Padre es compasivo”. Esta es la herencia que Jesús ha dejado a la humanidad. La sensibilidad nos mueve a la compasión.
    Así nos lo enseña en relato del buen samaritano (Lc 10, 25-37), que se detiene frente al apaleado y dejado herido a la orilla del camino, cuida de él y paga por él. La sensibilidad nos hace superar fronteras y asumir una actitud fraterna, más allá de nuestras creencias y posiciones ideológicas o religiosas, para construir un mundo más humano, como Jesús. En la cuneta de un camino solitario, en las aceras contenes y matorrales de nuestros entornos, yace un ser humano, robado, agredido, despojado de todo, medio muerto, abandonado a su suerte. En este herido sin nombre y sin patria resume Jesús la situación de tantas víctimas inocentes maltratadas injustamente y abandonadas en las orillas de tantos caminos de la historia. En nuestro país sabemos bien de lo que estamos hablando pues los robos, atracos y malos tratos están a la orden del día.
    La compasión es hoy más necesaria que nunca. Desde los centros de poder, todo se tiene en cuenta antes que el sufrimiento de las personas. Se funciona como si no hubiera dolientes ni perdedores en el mundo. Desde las comunidades cristianas tenemos que ser sensibles y escuchar el grito de los que sufren a nuestro lado. El sufrimiento ha de ser tomado en serio por los seguidores de Jesús; no puede ser aceptado socialmente como algo normal. Dios no quiere ver a nadie llorando ni padeciendo necesidades que nosotros podemos ayudar a satisfacer.
    Como dice el Papa Francisco, nuestra época se va haciendo cada vez más indiferente a «lo importante» de la vida. Apenas nos interesamos en las grandes cuestiones de la existencia humana. Muchos vivimos sin convicciones profundas, cargados de temáticas ajenas a nuestra propia realidad, interesados por muchas cosas, pero sin que surjan de nuestro interior. Es fácil entonces que la fe se vaya apagando lentamente en el corazón de no pocos y llegue un momento en que no creamos en nada ni en nadie. Con facilidad nos preocupamos de mil cosas y nos olvidamos de cuidar lo importante: el amor, la alegría interior, la esperanza, la paz de la conciencia. Lo mismo sucede con la fe; no sabemos estimarla, cuidarla y alimentarla.
    El valor del mes de marzo nos invita a no cerrar los ojos. Saber “mirar” de manera atenta y responsable al que sufre. Esta mirada nos puede liberar del egoísmo y la indiferencia que nos permiten vivir con la conciencia tranquila y la ilusión de inocencia en medio de tantas víctimas inocentes. Al mismo tiempo, “conmovernos” y dejar que su sufrimiento nos duela también a nosotros. Lo decisivo es reaccionar y acercarnos al que sufre, no para preguntarnos si tengo o no alguna obligación de ayudarle, sino para descubrir de cerca que es un ser necesitado que nos está llamando. Nuestra actuación concreta nos revelará nuestra calidad humana. A partir de ahí comienza la labor de nuestra creatividad, encontramos maneras de ayudar sin que seamos ricos o millonarios, algo podemos hacer para acompañar a la otra persona. Respondemos a la situación del herido inventando toda clase de gestos prácticos orientados a aliviar su sufrimiento y restaurar su vida y su dignidad.
    Jesús se conmueve ante los demás, nuestras traducciones nos dicen que siente lástima y reacciona ayudando, aliviando y salvando. Es desde dentro que brota ese deseo de ayudar al prójimo, al otro, al necesitado, no es una práctica programada u orientada a cumplir un mandamiento, precepto o ley religiosa, es una necesidad que surge desde el ser más profundo y nos hace seres humanos al estilo de Jesús. Eso es sensibilidad, sentir con el otro o con la otra su propia realidad y decidirnos a ser parte de su remedio.
    En las comunidades cristianas hemos de recuperar cuanto antes la Sensibilidad como el estilo de vida propio de los seguidores de Jesús. Jesús siempre es sensible ante las personas que encuentra en su camino, no importa su condición. Sin sensibilidad humana no hay fe cristiana, hemos de rescatar la Iglesia de una concepción sentimental y moralizante que la ha desprestigiado y hacerla crecer a través de la práctica de la caridad fraterna y solidaria en beneficio de los que más nos necesiten. ADH 810.

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