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    sábado, 20 de mayo de 2017

    II Congreso de Pastoral Juvenil 2017

    Documento | Comisión Nacional Pastoral Juvenil



    II Congreso de Pastoral Juvenil 2017
    “JOVEN, SAL Y PARTICIPA”
    Documento conclusivo
    La comisión Nacional de Pastoral Juvenil realizó su II Congreso Nacional, con el lema “Joven, Sal y Participa”, los días 12, 13 y 14 de mayo del año 2017, en el municipio Salvaleón de Higüey, Provincia la Altagracia. Se contó con la presencia de los sacerdotes, religiosas, jóvenes delegados, responsables todos de la pastoral juvenil a nivel nacional. Hemos reflexionado y discernido sobre la participación social y misionera de la pastoral juvenil, al igual sobre su protagonismo como discípulos misioneros.
    Nos hemos aproximado a las diferentes realidades sociales de nuestro país que afectan directamente a nuestros jóvenes para identificarlos como lugares vitales para la evangelización, y así con los brazos abiertos misericordiosos del padre, guiarlos a través de nuestro testimonio de vida hacia la construcción de la “Civilización del Amor”.
    Durante estos tres días, vivimos diferentes experiencias que marcaron nuestro ser como jóvenes cristianos, tales como: celebraciones eucarísticas en la Basílica de Ntra. Sra. de la Altagracia; trabajos en grupos; cantos, dinámicas, bailes, presentaciones folclóricas, momentos de oraciones profundas, con la única finalidad de mostrarle a nuestros jóvenes que no deben ser meros espectadores, sino actores protagonistas de la evangelización.


    “INCIDENCIA Y PARTICIPACIÓN DEL JOVEN EN LA SOCIEDAD DOMINICANA”
    El protagonismo de nuestros jóvenes en las incidencias sociales, ha de ir en pro de la transformación democrática de nuestro país. Necesitamos jóvenes capaces de ser parte activa del cambio en el ambiente donde se desarrollan, actuando proactivamente con ellos, es decir, sin atacarlos de forma negativa.
    La historia no nos deja mentir cuando afirmamos que las grandes revoluciones mundiales han sido lideradas por jóvenes, tal es el caso de nuestra Independencia Nacional, la cual fue lograda teniendo al frente a un grupo de jóvenes formados en valores y con grandes ideales, lo que nos lleva a atestiguar que si tenemos una juventud bien formada, contaremos con la transformación social tan anhelada.
    Hoy en día la sociedad nos presenta una atracción juvenil muy fuerte hacia cuestiones que no son meramente cristianas, y no por ello debemos observarlo como derroteros o negatividades, sino más bien como retos a superar llevándonos a la inclusión, formación y promoción juvenil mediante un testimonio de un Cristo Vivo. Nuestra Iglesia pide nuevos mártires. Este martirio no se gana con meras palabras, sino con nuestra coherencia de vida. Los jóvenes están en el mundo, pero no son del mundo (cf. Jn 15,19), nuestro compromiso con ellos es de integrarlos a la vida plena de la Iglesia, sobre todo en su labor social, aterrizada en la ayuda a los pobres, asistencia a los ancianos y enfermos, evangelización de “jóvenes problemas”, en fin, para que sean el rostro de aquellos jóvenes que no tienen rostro ante la sociedad.
    República Dominicana y cada una de nuestras diócesis deben dar el voto de confianza que necesitan nuestros jóvenes para que puedan asumir ese compromiso de transformación, bajo la verdad del Cristo Buen Pastor. Destacando que no basta crear nuevas estructuras, sino cambiar nuestro corazón.

    “REALIDAD SOCIAL DEL JOVEN EN LA REPÚBLICA DOMINICANA”
    Debemos partir de la afirmación de que el ser humano es un ser naturalmente social, es decir, nacemos inmersos en una realidad social determinada. Por tanto, los jóvenes dominicanos no están exentos de la misma. Hoy por hoy, nuestros jóvenes están siendo bombardeados por una mala distribución de las riquezas, pocas oportunidades de empleos, que abren brechas que alimentan la agitación y descontento entre la masa juvenil.
    La corrupción imperante es un aliciente para que el joven no quiera incurrir en el ejercicio de la política, ya que la misma corroe la confianza pública ante la democracia, por lo que cerrar los ojos ante estas realidades sería un error. No obstante, dentro de la tormenta ha surgido la confianza, y con ímpetu abrumador, muchos jóvenes proclaman con sus vidas que podemos cambiar. Los movimientos emergentes que han surgido en nuestro país recientemente nos dejan claro que no todo está perdido, ya que estos movimientos han sido iniciados por los jóvenes.
    Si bien es cierto que existe una marcada tendencia de querer empujar a la juventud a adquirir las cosas fáciles, al descarte y a la mala práctica social, no menos cierto es que existen muchos jóvenes a los que les duele la realidad propia en nuestra sociedad. No es justo seguir pensando que nuestros jóvenes no sirven para nada o, erróneamente, que en ellos no haya futuro. Al contrario, existe la voluntad de incidir positivamente en los problemas sociales que nos afectan.
    Ante todos estos problemas, la Pastoral Juvenil, a través de este II Congreso, queremos dejar claro y de manera contundente que aún la Iglesia sigue creyendo en nuestros jóvenes y que tienes muchas cosas más que ofrecerles. Los jóvenes no son el futuro, son más bien el presente de nuestra Iglesia y de nuestra sociedad.
    Así las cosas, teniendo a los jóvenes como centro de la acción pastoral, y haciendo una opción preferencial por ellos, podemos decir que no hay sociedad sin los jóvenes  y que esta se fortalece a través de su  vivencia y accionar. De manera que existe una correlación entre iglesia y sociedad. Las Diócesis necesitan las revoluciones y cambios que necesariamente deben ser impulsados por la juventud, los jóvenes tienen mucho que ofrecer y aportar, son la alegría que Jesús quiere en las Diócesis. La mayor felicidad de un joven no es lo que el mundo tiene para ofrecerle, sino lo que él tiene para ofrecerle al mundo. Como decía John F. Kennedy, primer Presidente Católico de los Estados Unidos, no te preguntes que puede hacer tu país por ti, sino que puedes hacer tú por tu país.
    En consecuencia, los jóvenes necesitan ser introducidos a un estilo de vida distinto a la que ofrece el mundo; ese estilo de vida ya ha sido inscrito en nuestros corazones por nuestro Creador. Lo que motiva a que pueda surgir una espiritualidad no con muchas palabras, pero con más acciones concretas, introduciéndoles a la creación de proyectos de vida que les ayude a humanizarse, enriquecerse y a insertarse a las distintas esferas sociales para lograr su transformación sin perder su identidad de joven cristiano. 


    DISCIPULADO MISIONERO PARA DAR RESPUESTA A LOS PROBLEMAS SOCIALES
    El mundo y todo lo creado están cimentado bajo normas y leyes que les rigen. Sin embargo, para poder defendernos de los embates de los problemas sociales actuales, cambiar las estructuras no es la solución más adecuada, sino que requiere de un cambio del corazón.
    Uno de los inconvenientes que presentan nuestros jóvenes hoy en día es, precisamente, el no tener coherencia de vida. El Señor nos ha dicho que no podemos servirle a dos dioses, porque amaríamos a uno y aborreceríamos a otro (cf. Mt 6,24). De manera que, el discipulado misionero exige una opción fundamental por Jesucristo y por su proyecto, para poder anunciarlo eficazmente a aquellos jóvenes que esperan de nosotros un testimonio y vivo y vivificante.
    Necesitamos jóvenes valientes que anuncien a Jesús con sus vidas, que vivan la alegría del amor, que transformen sus ambientes desde la fe de la Iglesia y que sean sal y luz. Jóvenes discípulos-misioneros capaces de salir y fascinar a otros jóvenes, para que sean parte del proyecto salvífico de Jesús, amigo que nunca falla.
    Por tanto, asumimos la invitación del papa Francisco: “hacer líos organizados, romper barreras y salir de nuestra zona de confort, para que desde el Evangelio y nuestro testimonio de vida, cada una de nuestras diócesis y cada una de nuestros grupos juveniles puedan salir y participar activamente en la misión permanente de nuestra Iglesia Católica.
    Que Ntra. Sra. de la Altagracia, Protectora de nuestro país nos cubra con su santo manto y nos guíe hacia una sociedad en la cual podamos vivir la tan anhelada “Civilización del Amor”.

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