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    lunes, 28 de agosto de 2017

    Valores humanos para la nueva sociedad

    Vocacionales | P. Osiris Núñez, msc


    Valores humanos para la nueva sociedad  

    Uno de los valores que el evangelio -y que debe contribuir a la creación de la nueva sociedad- es la libertad, valor que está en la base de las constituciones de los países democráticos del mundo.  Sin embargo, la palabra “libertad” no aparece en los evangelios, aunque sí el verbo liberar y el adjetivo libre, aplicados a la persona y acción de Jesús.
    Podemos definir esta palabra como “la facultad que tiene el hombre para elegir su propia línea de conducta de la que, por tanto, es responsable”. Un texto del evangelio de Juan precisa cuál es el camino por el que se llega a la libertad. Dice así: “Dijo entonces Jesús a los judíos que le habían dado crédito: -Ustedes, para ser de verdad mis discípulos, tienen que atenerse a ese mensaje mío; conocerán la verdad y la verdad les hará libres” (Jn 8,31-32). Según este texto, los seguidores de Jesús llegarán a ser libres cuando se atengan a su mensaje, que se define como “la verdad”. Lo que significa que, para ser libres, hay que conocer "la verdad". Entonces nos preguntamos: qué se entiende por “verdad” según el evangelio?
                Un diccionario del NT define la verdad como “la realidad de Dios y de su proyecto sobre el hombre, que, al ser conocida, lleva a obrar en beneficio de los seres humanos”. La verdad que nos hará libres consiste en el descubrimiento del amor universal de Dios, como fuente de vida, que comunica al hombre su Espíritu de amor y en la puesta en práctica por parte del cristiano de este amor hacia los demás.
    A través de la práctica del amor a los demás, el cristiano percibe a Dios como Padre y se percibe a sí mismo como hijo y, amando a los demás, se experimenta como ser libre, pues la vivencia del amor es incompatible con todo tipo de sometimiento a instituciones o usos sociales opresores. El amor ni se impone ni acepta imposiciones.
    La libertad cristiana es la puesta en práctica de la capacidad de amor y de servicio a los demás. Así lo entendió San Agustín cuando dijo: "Ama y haz lo que quieras; si callas, callarás con amor; si gritas, gritarás con amor; si corriges, corregirás con amor; si perdonas, perdonarás con amor. Como esté dentro de ti la raíz del amor, ninguna cosa sino el bien podrá salir de tal raíz...” Solamente se es verdaderamente libre, cuando se ama plenamente.
    La libertad, según el evangelio, no se identifica, por tanto, con el deseo de independencia o de suficiencia, sino que es “la facultad que tiene el hombre para elegir su propia línea de conducta –que no puede ser otra, sino la del amor al otro-, de la que, por tanto, es responsable”. Es esta voluntad de servicio al otro por amor la que acaba con todo tipo de dominación y ayuda a crear un mundo de personas libres, o lo que es igual, una sociedad nueva de personas voluntariamente dependientes unas de otras por amor.
    El teólogo Jon Sobrino, sostiene que, “la libertad cristiana, es libertad para amar. Es la libertad de Jesús cuando afirma: «La vida nadie me la quita, sino que la doy» (Jn 10, 18). Es la libertad de Pablo cuando escribe: «Siendo del todo libre, me hice esclavo de todos» (1 Cor 9,19). La libertad que expresa el triunfo del Resucitado nada tiene que ver con salirse de la historia, sino que consiste justamente en no estar atado a la historia en lo que ésta tiene de esclavizante -miedo, prudencia paralizante-, consiste en la máxima libertad del amor para servir, sin que nada ponga límites a ese amor”.
    La libertad es un valor tan genuinamente evangélico que no es casual que Hegel proclamase que la libertad efectiva para todos, es decir, para todo individuo humano en cuanto persona, haya entrado en la historia de manos del cristianismo: “los orientales sólo han sabido que uno es libre, y el mundo griego y romano que algunos son libres, y nosotros que todos los hombres son en sí libres, que el hombre es libre como hombre”. ADH 815

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