
El cólera había sido eliminado de la Isla Hispaniola desde hacía más de cinco décadas, lo que quiere decir que tenemos la capacidad para erradicar esta enfermedad. Por eso no moría nadie por esta causa de ninguno de los lados de la frontera que divide la isla, hasta que una mecha se encendió sobre una montaña de pólvora de injusticia histórica, agravada por el terremoto de Haití de enero de 2010 y por la pésima gestión de la tragedia que siguió, mientras se organizaban cumbres y más cumbres internacionales en elegantes hoteles para “salvar a Haití”. Ya está probado que fueron las fuerzas de ocupación internacional de la MINUSTAH que introdujeron la cepa de la bacteria, procedente de Nepal. De ello no se habla lo suficiente, ni se piensa, porque la ONU no quiere profundizar más su descrédito, ni enfrentar la política internacional norteamericana que la somete e irrespeta. Más fácil es acusar a los haitianos del cólera, como lo hacen políticos en campaña para ganar simpatías azuzando el sentimiento antihaitiano, o meter a los inmigrantes del vecino país en “la camiona” sin miramientos, como hicieron las autoridades dominicanas a principios de este año siguiendo las prácticas inhumanas que permite la ausencia de una auténtica política migratoria.
Para ojos que quieran ver, el cólera de La Hispaniola aparece ahora como un verdadero profeta que denuncia el desorden mundial actual, al tiempo que nos hace recordar que el futuro dominicano tiene que contar de manera racional con el futuro haitiano. Los fenómenos naturales no conocen las fronteras; tampoco lo hacen los actuales procesos de globalización. El nacionalismo ciego no es buena compañía para escuchar el clamor de justicia que salta por encima de las líneas políticas artificiales e interesadas que dividen los estados modernos. Los más de 4 mil muertos en el vecino país tienen que formar parte de nuestro dolor y nuestra sensibilidad por las situaciones de pobreza.
El “mapa de la pobreza”
El cólera ha desplegado sobre la mesa de la opinión pública el “mapa de la pobreza dominicana” que los planificadores públicos han cartografiado desde hace años, pero que no ha servido para trazar verdaderas políticas públicas de salud; más bien, las políticas públicas han optado por la privatización de la medicina, tanto a través de la legalización de ARS que están en manos del sector financiero, como por una enseñanza de la profesión médica orientada al éxito personal, asociado a la práctica mercantil en consultorios privados en zonas exclusivas. Los casos de cólera se focalizaron alrededor de 20 barrios marginados del Gran Santo Domingo; sólo después de iniciada la alarma las autoridades sanitarias dispusieron medidas eficaces para eliminar los brotes. Los principales focos aparecieron en La Ciénaga, que está mapeado como el barrio más pobre del Distrito Nacional. Siguieron sus barrios vecinos de Los Guandules y El Aguacate. La enfermedad parece haber dado un salto hasta La Puya, el barrio pobre de Arroyo Hondo. Al poco tiempo, alcanzaba Los Mina, Los Tres Brazos, Las Cañitas, el Kilómetro 19 ½ de Las Américas, Vietnam y La Zurza. No tardaron en presentarse casos sospechosos en Villa María, Villa Mella, Villa Duarte, Sabana Perdida, Cancino, Guachupita, Los Alcarrizos, Bayona, el Batey Lechería, Gualey, La Barquita y Herrera. De esta manera, la epidemia ha actuado como el más experto estudioso de la realidad de la pobreza de nuestra Capital. Poco a poco, este experto ha continuado cartografiando el mapa de la pobreza de todo el territorio nacional. Aumentan los casos en las provincias más pobres, como Elías Piña. Hacia allí deben de focalizarse los mejores recursos.
Según los especialistas sanitarios, la bacteria del cólera se quedará por no menos de 20 años en el país, si se maneja el proceso de manera adecuada. Mucho se puede hacer entre nosotros con campañas educativas y con verdaderas políticas públicas de sanidad, ya que el cólera no puede convertirse en epidemia en aquellos lugares en donde el manejo del agua potable y desechos es adecuado. Si el cólera pudo convertirse rápidamente en epidemia en Haití tras el terremoto de 2010, fue justamente por esta razón. En ese sentido, el brote del cólera del lado dominicano puede convertirse de amenaza en oportunidad, ya que vuelve a poner sobre el tapete cuáles son las verdaderas prioridades de una estrategia de desarrollo que no se quede enceguecida por el brillo de la modernidad tecnológica. Los 36 muertos por cólera que las autoridades sanitarias dominicanas reconocían a principios de junio deben bastar para que se enfrente la epidemia con honestidad y sentido de equidad, denunciando gastos fastuosos e inflados como el nuevo estacionamiento de la UASD.
Sería una pena que en nombre del turismo las autoridades dominicanas oculten la verdadera dimensión de la epidemia del cólera. Tampoco para proteger la imagen del partido por razones electorales. Sin llegar a alarmismos poco constructivos, puede considerarse como irresponsable e inhumano una disimulación del mal para beneficiar los bolsillos hoteleros, los intereses partidarios o planes urbanos de vitrina. La información sobre el impacto del cólera debe manejarse con altura, evitando en la medida de lo posible el sub-registro, para que no se vuelva a ofrendar anónimamente la vida de los pobres en las pirámides de sacrificio del progreso.
No es lo mismo ni es igual | Pablo Mella, Bonó Espacio de Acción y reflexión, adh 748
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