martes, 7 de febrero de 2017

Medicina de ficción

Temas de Salud | Marcia Castillo  



Medicina de ficción  
Han pasado casi dos centurias desde que Julio Verne escribiera sobre alunizajes, viajes en submarinos y globos aerostáticos, increíblemente el novelista predijo todo esto con alucinante antelación.  Considerado por  muchos como el padre de la ciencia ficción, un visionario o un adelantado, plasmó con toda su  imaginería lo que hoy por hoy sería nuestro modus vivendi.
En el campo médico hablamos de soluciones inteligentes, avanzamos en la medicina robótica y  aplicamos la nanotecnología en escenarios diversos. Es sorprendente dónde estamos y hacia dónde vamos. El último medio siglo ha sido la plataforma para una medicina que podría considerarse de ciencia ficción: exoesqueletos para personas con discapacidades motoras, mangas anti temblor para personas con Parkinson,  bombas de insulina que se autorregulan, cirugías sin sangrar y consultas sin doctor.
La pregunta obligada sería: ¿Toda esta sobrexposición tecnológica nos acerca más a la excelencia o nos aleja de ella?
Cuando los países pioneros en asistencia telemédica en Ictus y atención pre hospitalaria repuntaron,   la mortalidad por patologías vasculares decrementó y los abordajes tempranos marcaron una  diferencia funcional y vital para muchas personas. Así que volcamos parte de nuestras esperanzas en  ello, pero olvidábamos la piedra del zapato: el calor humano. Sigmund Freud  externó  que “la Ciencia Moderna no había ideado un medicamento más eficaz que las palabras bondadosas”. Incisivo como siempre, el padre del psicoanálisis resaltó que a pesar del agigantado caminar de la ciencia  nunca jamás el contacto , la empatía y la palabra serian desplazadas o reemplazadas.
Llegan a  nuestros  consultorios reiterativamente  personas con una lista de sus posibles diagnósticos,  tras una exhaustiva y ansiosa búsqueda en el oráculo moderno Dr. Google, no  extraña que la visita médica se retrase o se adelante solo porque Él lo instruye. La toma de decisiones y el peso de los síntomas está contaminado con tanta información mal utilizada.
La autoeducación sanitaria y  el reconocimiento oportuno de  los signos  es en extremo útil  ,  pero  toda  esta  información  que se obtiene en las redes debe ser filtrada y  mesurada con juicio y sensatez para no caer en la paranoia  o  en caso contrario, la displicencia.
Es imperante manejar consecuentemente estas informaciones, para nosotros mismos o al multiplicarlas, basados en una lectura  de  web  a veces sin soporte científico. Existe una máxima médica que reza: en medicina no hay enfermedades sin enfermos. Esto denota la individualidad y los factores inherentes en cada  persona, por ello lo que  aplica  para alguien  puede resultar la antítesis en otro.
Cuidémonos pues al administrar toda esta avalancha informativa, seamos prudentes y cautos, eduquémonos con responsabilidad, los síntomas son un signo de alerta  del cuerpo, expresan  un fallo en su homeóstasis. Es nuestro propio cuerpo quien  nos conmina  a visitar al Galeno, él sabrá cuando importantizar o no sus dolencias, sus  años  de  formación académica y su peritaje sí son un aval para ello.
Concluyo diciendo que  a pesar de  que estamos cada vez más conectados por  las redes, estamos  más  desconectados de la realidad, como diría Bukowski “ El conocimiento si no se sabe aplicar es peor que la ignorancia”. ADH 809.

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