lunes, 5 de febrero de 2018

El Amor, más allá del enamoramiento

Para vivir mejor | Dra. Miguelina Justo


El Amor, más allá del enamoramiento
“Porque sin ti yo soy menos que nada, porque sin ti de la pena me enfermo...” canta entusiasta el hombre enamorado. Baila, a ritmo de merengue, a media luz, con su amada en brazos. Ella gozosa sonríe. “¡Me ama”!, se dice, y la certeza de ello la conmueve. La alegría hace que sus ojos brillen un tanto más que las luces de la ciudad. Esta escena se reproduce irremediablemente. Son distintos los nombres, los lugares, las canciones, mas idéntico el sentimiento que les embriaga. Ellos creen haber hallado el amor verdadero. Pero, ¿es acaso el amor la anulación de la propia identidad, la falta de libertad, la manipulación, el chantaje, el miedo a la pérdida? El amor parece vislumbrarse solo desde esta perspectiva romántica y, no pocas veces, trágica. Miles y miles de películas, poemas, cuentos, novelas, comerciales se han ocupado de transmitir la idea de que esta emoción efímera, y a menudo perturbadora, es el amor supremo. 
Desde el etnocentrismo occidental que atrapa, se podría pensar, erróneamente, que el aspecto emocional del amor siempre fue importantizado como hoy, sin embargo no es así. Tal como lo plantea Manson (2017), el Romanticismo parece ser el responsable en parte de ello. A finales del siglo XVIII, en Alemania, surge este movimiento político y cultural como respuesta al Neoclasicismo. Se extendió a toda Europa y también a América. Sus ideales forjaron los movimientos independentistas, incluso, el nuestro. El orden establecido podía ser retado. Los sueños de libertad perseguidos. Los sentimientos y la imaginación desplazaron a la lógica y a los hechos.  El individuo fue separado de las masas, y sus deseos y voluntad nombrados como agentes motivadores. De esta manera “era razonable” que los sentimientos guiaran la elección de pareja y ya no las consideraciones prácticas.  “Me gusta, lo quiero, lo amo y eso es suficiente”. Los sentimientos se erigieron en la columna vertebral de las relaciones. 
Numerosos mitos se han dibujado alrededor de este concepto de amor.  Es común el pensar que existe una sola persona destinada a ser la pareja ideal de cada quien. Es necesario hallarla. Se espera que la conexión sea instantánea, “amor a primera vista”, le llaman. El amor se asume como suceso, no como proyecto. Esa persona será capaz de satisfacer todas las necesidades emocionales que se tengan, y será amiga, amante, confidente, cocinera, decoradora, niñera, socia y compañera. Las expectativas parecen tornarse inalcanzables. En caso de que la persona “perfecta” en la práctica no lo sea, dos alternativas se consideran. Por un lado, frustración, “No es lo que esperaba, nos faltaba algo”. ¡Cuántas buenas relaciones sucumbieron bajo el filo de este sable! Lo mejor es enemigo de lo bueno. La otra posible reacción es la espera sufriente, “Mi amor lo cambiará”. Se escribe otro capítulo de la novela trágica.  Sí, porque, tal como lo afirma Sanpedro (2004) esta visión del amor puede facilitar la consolidación de relaciones violentas. 
Otro de los mitos, quizá uno de los más perjudiciales, es el que sostiene que la pasión es razón suficiente para el compromiso y, a su vez, necesaria para que una relación perdure a lo largo de los años. Se desconoce la complejidad de las relaciones, los múltiples factores que contribuyen a su fortalecimiento o a su destrucción. La pasión resulta insuficiente cuando no existe un acuerdo, preferiblemente explícito, en temas prácticos, nada románticos, como el manejo del dinero, la crianza de los hijos, las relaciones con la familia política o el uso del tiempo libre individual. La cotidianidad ha aniquilado “sórdidamente”, aquello que engendró en un momento mágico de pasión.
Desgraciadamente, más de uno aún considera que el amor romántico es el culmen y mayor logro de la vida, imprime sentido y propósito a la misma. Las mujeres occidentales han sido socializadas de manera tal que podrían ser más proclives a asumir este mito como una realidad. La mujer que no ha tenido una relación amorosa es vista como una ciudadana de segunda o tercera categoría. Por tanto, es de vital importancia, tener pareja, aunque el precio que se pague por ello sea la vida, metafórica o literalmente.
Parece entonces, urgente, necesario, matar este concepto de amor o, al menos, dejarlo morir, antes de que nos destruya. No dejemos que el romanticismo infantil nos robe la oportunidad de vivir plenamente. Disfrutemos del encuentro con nosotros mismos, no somos “medias naranjas”; luego, vayamos al encuentro con el otro, en la vida que se comparte y se reparte desde la entrega generosa y no desde la dependencia. Con ello podremos ir construyendo el amor como actitud, acción y, también, como sentimiento. ¿No suena esto verdaderamente romántico? ADH 820.

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