martes, 10 de julio de 2018

Turbas orteguistas atacan a la Iglesia

Religión | América

CARDENAL BRENES Y MONSEÑOR BÁEZ FUERON HERIDOS BRUTALMENTE POR FUERZAS DEL GOBIERNO


Turbas orteguistas atacan frontalmente a la Iglesia nicaragüense

El sábado pasado, Ortega amenazó a la Iglesia y llamó a sus seguidores a asediarla y agredirla

Con el Santísimo Sacramento en mano, el cardenal Leopoldo Brenes dijo lo siguiente: "¡Perdónalos porque no saben lo que hacen!"


(Israel González Espinoza, corresponsal en Nicaragua). La dictadura de Daniel Ortega y su mujer, Rosario Murillo, sobrepasó este 9 de julio, nuevos límites, cuando una horda de personas fanáticas del gobierno agredió y atacó verbal y físicamente a los obispos Leopoldo Brenes, Silvio José Báez, al Nuncio Apostólico y a varios sacerdotes en la Basílica Menor de San Sebastián, ubicada en la ciudad de Diriamba, a 40 kilómetros al suroeste de la capital.

Diriamba y Jinotepe, denominadas "las ciudades gemelas", ubicadas en la meseta que se interpone entre la ciudad de Managua y el Océano Pacífico, fue objeto el fin de semana de un despiadado operativo de limpieza perpetrado por la Policía antimotines y fuerzas de choque armadas del régimen de Ortega, quienes a punta de sangre y balas, destruyeron las barricadas de la población que protestaba contra el gobierno.

Según organismos de derechos humanos, al menos una treintena de personas -su mayoría, jóvenes-, murieron por el ataque gubernamental. Así mismo, personas que ayudaban con un puesto médico dentro de la Parroquia San Sebastián fueron asediadas por las turbas del régimen orteguista durante la noche del domingo 8 de julio, y la madrugada del lunes 9.

El lunes 9 de julio, los obispos decidieron hacer presencia en Diriamba y Jinotepe, tal y como lo habían hecho en Masaya, para impedir más ataques y muerte. Sin embargo, esta vez, la recepción fue muy distinta a lo que esperaba la Iglesia.
El gobierno, quién por boca de Ortega ya había amenazado a la Iglesia, mandó a sus simpatizantes más fanáticos a esperar a los obispos y sacerdotes para gritarles improperios y toda clase de bajezas, mientras la Policía (al servicio del régimen) imponían un real estado de sitio a los verdaderos pobladores de la ciudad. Reproducido de Religión Digital.

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