Matrimonio, Buena Noticia | Bonifacio
Fernández, cmf
El crecimiento personal y conyugal es una
carrera cuya meta es el sueño de vida feliz que cada uno se ha forjado y que
mutuamente los enamorados se han despertado y han soñado juntos. Ese sueño de
relación de amor para toda la vida tiene una gran capacidad seductora. Es capaz
de suscitar las mejores energías de cada uno; introduce un dinamismo
impresionante en la vida de cada persona. Es como un gran motor que atrae y
arrastra. Una luz que ilumina el camino. Un faro que orienta en la navegación
de la vida.
Pero se encuentra con obstáculos en el
recorrido.
He aquí algunos:
Evitar el sufrimiento a toda costa
Es un dogma que se va imponiendo en la
sociedad secular del bienestar. Como si fuera un imperativo categórico. Hay que
evitar el sufrimiento. Este dogma social constituye una barrera que impide el
brillo creciente del amor conyugal. Tenemos miedo al sufrimiento de la
comunicación abierta; miedo a los conflictos, a ser decepcionados. Nos apartamos de aquello que nos hace mermar
nuestras apetencias y gustos, nuestro bienestar. Nos refugiamos en el miedo a
ser heridos, a no ser escuchados.
Es evidente que toda relación de amor sea
conyugal, sea amistosa, pasa por momentos de decepción y desencanto. Saber
manejarlos es el precio del crecimiento relacional y de la realización
personal.
Instalarse en el desaliento
Es cierto que cada uno somos responsable de
nuestra vida. Las personas casadas han decidido acompañarse mutuamente en esa
dinámica de crecimiento en el amor. Una parte esencial de mi felicidad consiste
en hacerte feliz a ti. En el tiempo el enamoramiento se imagina el futuro
juntos como un logro cercano y accesible. En el tiempo de la desilusión y
decepción, en cambio, la vida juntos parece ser una cárcel. Y viene la
tentación de la pasividad; esto es así; no da más de sí. Hay que resignarse y
acomodarse a la realidad. El proyecto de crecer juntos y ayudarnos a ser
felices necesitamos realizarlo ya, no podemos esperar y diferir. Si no es
inmediato no nos vale. No merece la pena. Estamos perdiendo la vida en la
espera y la esperanza.
Buscar compensaciones
Una forma de inmunizarse frente a la
desilusión. Vamos a vivir el día a día, sin planes ni proyectos comunes. El
vacío de la relación y la vida juntos se hace insoportable. Van adquiriendo
importancia las aficiones de cada uno, las relaciones de cada uno. El trabajo
profesional se hace cada vez más importante y absorbente. Las relaciones con la
propia familia de origen cobran nueva importancia, requieren dedicación,
tiempo. El espacio y el tiempo de la relación y encuentro conyugal se hace cada
vez más exiguo. Las aficiones individuales van ganando el terreno.
La superficialidad
Los estímulos que llaman a un estilo de vida
disperso e inmediatista son muy potentes. Es atractiva la improvisación; es
agradable dejarse conducir por los sentimientos, sin tomar la responsabilidad
de la vida. Creer y vivir que el amor es para toda la vida es muy atractivo;
pero pasa por momentos de crisis. Hay muchas sirenas tentadoras que desgastan
la fe en ese proyecto apasionante. Sin el potente motor de esa aspiración
profunda, se paraliza la relación. Uno se repite a sí mismo: Esto no es lo que
yo esperaba que fuera; ella ha cambiado y ya no es como la que me enamoró; yo
no soy la persona que creía que era.
Este tipo de dificultades pertenece al dinamismo de la relación misma.
Son verdaderas oportunidad. Para que así suceda, es menester reconocer que la
relación conyugal de amor no crece automáticamente. Es preciso cultivarla,
soñarla, recrearla; hay que invertir esfuerzo, tiempo. Hay que darle prioridad:
tener presente quiénes queremos llegar a ser, cuál el sentido de nuestra vida,
para que vivimos juntos. De la relación depende, en mayor medida, la felicidad
y realización personal de cada uno.
La desintegración
Vivimos un tiempo en que el sueño de la
libertad resulta muy seductor. Y se entiende la libertad como independencia,
como desvinculación. Los vínculos y
compromisos se presentan como ataduras; nos limitan y mortifican. Pero como
sucedía que “el sueño de la razón produce monstruos”, también sucede aquí que
el sueño de la libertad produce monstruos: personas sin raíces, sin memoria
personal, sin referencias, versos sueltos. Sin el sentido de pertenencia real y
profunda, la autonomía se vuelve independencia. Las relaciones se hacen
monótonas. Resultan aburridas; es preciso experimentar, moverse, cambiar
actividad. Y hasta de pareja. Cambiar de ídolos, de prácticas religiosas. Lo
conocido resulta muy aburrido. Todo está en cambio. El amor es líquido. FUENTE>
www.ciudadredonda.org.
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