miércoles, 24 de febrero de 2021

La madurez del catequista


Evangelización | Amigo del Hogar




La madurez del catequista


En la persona del o la catequista reconocemos los siguientes aspectos a destacar: su madurez humana, cristiana y su conciencia misionera, dimensiones que se dan como una integración dinámica, progresivamente.


En la dimensión del ser, el catequista está entrenado para convertirse en testigo de la fe y custodio de la memoria de Dios. La formación ayuda al catequista a reconsiderar su propia acción catequística como una oportunidad para su crecimiento humano y cristiano.


Sobre la base de una madurez humana inicial, el catequista está llamado a crecer constantemente en un equilibrio afectivo, sentido crítico, unidad y libertad interior, viviendo relaciones que apoyen y enriquezcan la fe. «La verdadera formación alimenta sobre todo la espiritualidad del catequista mismo, de modo que su acción brote en verdad del testimonio de su vida».


Por lo tanto, la formación sostiene la conciencia misionera del catequista, a través de la interiorización de las exigencias del Reino que Jesús ha manifestado. El trabajo formativo para la maduración humana, cristiana y misionera requiere un cierto acompañamiento a lo largo del tiempo, porque interviene en el núcleo que fundamenta el actuar de la persona.


A partir de este nivel de interioridad, germina el saber ser con, como una habilidad natural necesaria para la catequesis entendida como un acto educativo y comunicativo. En la relación que es inherente a la esencia misma de la persona (Cf. Gn 2,18) se injerta la comunión eclesial. La formación de catequistas se ocupa de mostrar y hacer crecer esta capacidad relacional, que se expresa en la voluntad de vivir los lazos humanos y eclesiales de una manera fraterna y serena.

 

Al reiterar su compromiso con la maduración humana y cristiana de los catequistas, Iglesia llama la atención sobre la tarea de vigilar con determinación, para que, en el desarrollo de su misión, se garantice a cada persona, especialmente a los menores y a las personas vulnerables, la protección absoluta contra cualquier forma de abuso.


«Para que estos casos, en todas sus formas, no ocurran más, se necesita una continua y profunda conversión de los corazones, acompañada de acciones concretas y eficaces que involucren a todos en la Iglesia, de modo que la santidad personal y el compromiso moral contribuyan a promover la plena credibilidad del anuncio evangélico y la eficacia de la misión de la Iglesia».



 

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