Rincón de la Palabra | P. José Israel Cruz Escarramán
Don de Ciencia
Avanzando en nuestro itinerario de
reflexión en torno a los dones del Espíritu Santo, en esta oportunidad,
miraremos la perspectiva que nos propone este don del Espíritu. En la filosofía
se nos habla del hombre como un ser que entra en relación consigo mismo, con
Dios y con la creación, es decir con los demás. El don de ciencia es esa
capacidad que tiene la persona de conocer cada vez mejor la realidad que lo
rodea y de descubrir las leyes que regulan la naturaleza y el universo. Iluminarnos
sobre el hombre y el mundo. Con su ayuda, el cristiano adquiere una mayor
docilidad a la acción del Espíritu Santo en sus inspiraciones y mociones
respecto a las cosas creadas.
Cuando pensamos en el conocimiento
científico, lo hacemos como una constatación de las cosas, sus causas y sus
efectos. Mas lo correspondiente al don de ciencia no se limita al conocimiento
humano, es un don particular que nos lleva a entender a través de lo creado, la
grandeza y el amor de Dios y su relación profunda con cada criatura. Don de
Dios para contemplar a través de la creación al Creador, conocer el verdadero
valor de las criaturas en su relación con el Creador. Es también esa sensación
que probamos cuando admiramos una obra de arte o cualquier maravilla que sea
fruto del ingenio y de la creatividad del hombre.
El don de ciencia iluminando las realidades humanas, une nuestro ser al ser de Dios para realizar y dirigir a él de forma apropiada, los trabajos y acciones
Cuando el hombre busca dar
respuestas desde la fe al sentido de su vida, es cuando el Espíritu Santo lo
socorre con el don de la ciencia. Es esta la que le ayuda a valorar rectamente
las cosas en su dependencia esencial al Creador. Gracias a ella describe Santo
Tomás, el hombre no estima las criaturas más de lo que valen y no pone en
ellas, sino en Dios, el fin de su propia vida. El hombre, iluminado por el don
de la ciencia, descubre al mismo tiempo la infinita distancia que separa a las
cosas del Creador, su intrínseca limitación, la insidia que pueden constituir cuando,
al pecar, hace de ellas mal uso.
El don de ciencia no se trata de
una superdotación de las capacidades humanas, lo cual sería una gracia especial
y extraordinaria de parte de Dios, sino que es mirar más allá de las ciencias
humanas, descubrir el sentido último. El don de ciencia
iluminando las realidades humanas, une nuestro ser al ser de Dios para realizar
y dirigir a él de forma apropiada, los trabajos y acciones. Como dice San
Josemaría Escrivá: “Hay algo santo, divino, escondido en las situaciones más
comunes, que toca a cada uno descubrir […] allí donde están sus hermanos los
hombres, allí donde están sus aspiraciones, su trabajo, sus amores, allí está
el sitio de su encuentro cotidiano con Cristo”.
De los atributos al don de ciencia
podríamos señalar la purificación del alma, le enseña a distinguir lo bueno y
lo malo de la vida y en el mundo que le rodea. El don de la ciencia, direcciona
a la persona hacia la conquista del comportamiento de Cristo en los ámbitos mas
corrientes y comunes de la vida humana: la familia, el trabajo, el trato con
los demás, el descanso y la diversión, la cultura, la vida social, económica y
política.
Por ese mismo camino nos conduce
la “ciencia” de la vida corriente de María, como mujer, esposa, madre, ama de casa,
etc. Así lo expresa santa Isabel de la Trinidad: “¡Con qué paz, con qué
recogimiento se sometía y se entregaba María a todas las cosas! Hasta las más
vulgares quedaban divinizadas en Ella, pues la Virgen permanecía siendo la
adoradora del don de Dios en todos sus actos”. ADH 850.
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