jueves, 8 de abril de 2021

Don de Ciencia


Rincón de la Palabra | P. José Israel Cruz Escarramán





Don de Ciencia

 

Avanzando en nuestro itinerario de reflexión en torno a los dones del Espíritu Santo, en esta oportunidad, miraremos la perspectiva que nos propone este don del Espíritu. En la filosofía se nos habla del hombre como un ser que entra en relación consigo mismo, con Dios y con la creación, es decir con los demás. El don de ciencia es esa capacidad que tiene la persona de conocer cada vez mejor la realidad que lo rodea y de descubrir las leyes que regulan la naturaleza y el universo. Iluminarnos sobre el hombre y el mundo. Con su ayuda, el cristiano adquiere una mayor docilidad a la acción del Espíritu Santo en sus inspiraciones y mociones respecto a las cosas creadas.  

 

Cuando pensamos en el conocimiento científico, lo hacemos como una constatación de las cosas, sus causas y sus efectos. Mas lo correspondiente al don de ciencia no se limita al conocimiento humano, es un don particular que nos lleva a entender a través de lo creado, la grandeza y el amor de Dios y su relación profunda con cada criatura. Don de Dios para contemplar a través de la creación al Creador, conocer el verdadero valor de las criaturas en su relación con el Creador. Es también esa sensación que probamos cuando admiramos una obra de arte o cualquier maravilla que sea fruto del ingenio y de la creatividad del hombre.

 

El don de ciencia iluminando las realidades humanas, une nuestro ser al ser de Dios para realizar y dirigir a él de forma apropiada, los trabajos y acciones

 

Cuando el hombre busca dar respuestas desde la fe al sentido de su vida, es cuando el Espíritu Santo lo socorre con el don de la ciencia. Es esta la que le ayuda a valorar rectamente las cosas en su dependencia esencial al Creador. Gracias a ella describe Santo Tomás, el hombre no estima las criaturas más de lo que valen y no pone en ellas, sino en Dios, el fin de su propia vida. El hombre, iluminado por el don de la ciencia, descubre al mismo tiempo la infinita distancia que separa a las cosas del Creador, su intrínseca limitación, la insidia que pueden constituir cuando, al pecar, hace de ellas mal uso.

 

El don de ciencia no se trata de una superdotación de las capacidades humanas, lo cual sería una gracia especial y extraordinaria de parte de Dios, sino que es mirar más allá de las ciencias humanas, descubrir el sentido último. El don de ciencia iluminando las realidades humanas, une nuestro ser al ser de Dios para realizar y dirigir a él de forma apropiada, los trabajos y acciones. Como dice San Josemaría Escrivá: “Hay algo santo, divino, escondido en las situaciones más comunes, que toca a cada uno descubrir […] allí donde están sus hermanos los hombres, allí donde están sus aspiraciones, su trabajo, sus amores, allí está el sitio de su encuentro cotidiano con Cristo”.

 

De los atributos al don de ciencia podríamos señalar la purificación del alma, le enseña a distinguir lo bueno y lo malo de la vida y en el mundo que le rodea. El don de la ciencia, direcciona a la persona hacia la conquista del comportamiento de Cristo en los ámbitos mas corrientes y comunes de la vida humana: la familia, el trabajo, el trato con los demás, el descanso y la diversión, la cultura, la vida social, económica y política.

 

Por ese mismo camino nos conduce la “ciencia” de la vida corriente de María, como mujer, esposa, madre, ama de casa, etc. Así lo expresa santa Isabel de la Trinidad: “¡Con qué paz, con qué recogimiento se sometía y se entregaba María a todas las cosas! Hasta las más vulgares quedaban divinizadas en Ella, pues la Virgen permanecía siendo la adoradora del don de Dios en todos sus actos”. ADH 850.

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