sábado, 10 de abril de 2021

¡Misericordia Señor, Misericordia!

 

Iglesia | P. Luis Rosario





¡Misericordia Señor, Misericordia!

¿Te sientes arrepentido y triste porque has sido un gran pecador?

¡Pues felicida­des! Porque dice Roma­nos 5, 20 que donde abun­dó el pecado, sobreabundó la gracia.

 

¿Quién hubiese pensado que algo micros­cópico como un virus iba a poner de rodillas a toda una generación dejando al descubierto las más gran­des miserias humanas? Me atrevería a decir que todos hemos sido afectados di­recta o indirectamente por la pandemia. Hemos pade­cido el virus o conocemos a alguien que ha sufrido, o muerto por él.

 

¿Y qué enseñanza debe­mos sacar? Que no somos inmortales, todo tiene su fi­nal en este mundo. Este es un llamado a cambiar de vi­da, a ser mejores con noso­tros mismos y sobre todo a practicar la misericordia con los demás. Hay una sola rea­lidad y es que la única garan­tía de una eternidad feliz y plena, nos viene de Dios. A muchos les asusta este pen­samiento y prefieren vivir de la forma más frívola posible. ¡Y no los culpo, cualquiera se ¨jarta¨ de tantos problemas! Pero los problemas sólo nos ahogan cuando nos enfoca­mos en nosotros mismos, basta apuntar nuestra mira­da a los demás para ver que nuestra situación es privile­giada en comparación con otros.

 

Este domingo se celebra el día de la Divina Miseri­cordia, fiesta que nació de las mismas entrañas mise­ricordiosas de Dios como muestra de su amor eterno. Es refugio y amparo para todas las almas, de manera especial, para las que están más alejadas de Dios. Es un día en que se derrama to­do un mar de gracias pa­ra aquellos que tienen sed de Él. Si en este momen­to te sientes hundido en la depresión, alcohol, deses­peranza, violencia, infide­lidad y tantas otras cosas, acércate a su corazón mise­ricordioso y Él te llenará.

 

La misericordia de Dios motiva nuestra esperanza y da sentido a la vida. Debe­mos asumirla con la capa­cidad de entrega que el Se­ñor mismo nos enseña para hacer de este mundo, una realidad más humana y al mismo tiempo divina.

 

Aprendamos a encon­trar una salida en clave de fraternidad y misericordia, desechando la violencia y acogiéndonos como her­manos que saben que a fin de cuentas la única reali­dad que tenemos por de­lante y vale la pena es el amor.

 


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