Levadura
en la masa | Martín Gelabert
Ballester
Dios, pobreza eterna
El
lenguaje que Dios ha elegido para darse a conocer es el ser humano, con todo lo
que es y comporta. Un lenguaje maravilloso, pero al mismo tiempo limitado.
Porque no hay realidad creada que pueda contener y expresar totalmente la
grandeza de Dios. La revelación está totalmente afectada por la ley de la
analogía, tal como dice el cuarto concilio de Letrán: “la diferencia que existe
entre Él y nosotros es todavía mayor que el parecido”. Cuando Dios se revela en
el hombre Jesús, esta revelación es limitada y, por tanto, oculta a Dios al
mismo tiempo que lo revela.
Dios se revela en lo humano, pero lo humano no es Dios. En lo humano se encuentra lo que Dios dice, pero quién lo dice es Dios
El ser
humano es el alfabeto, el órgano, el mejor instrumento sonoro que Dios puede
escoger, si decide darse a conocer a su creatura. Dios debe volcar sus profundidades
divinas, el abismo de su plenitud, en un abismo de indigencia. Así se explica
que su gloria se revele en la cruz. Cuando Dios se revela, el ser humano sólo
le alcanza en lo humano. La Palabra eterna nos llega en la carne de Jesucristo
y en la palabra de la Iglesia (de sus sacramentos, de su liturgia, de su
jerarquía, de sus doctores y teólogos). De forma similar hay que decir que para
amar a Dios debemos encontrarle y amarle en nuestro prójimo, en la humildad de
las relaciones fraternas.
Pero si el
hombre es el lenguaje de Dios, el humano nunca se identifica con Dios. Dios se
revela en lo humano, pero lo humano no es Dios. En lo humano se encuentra lo
que Dios dice, pero quién lo dice es Dios. En el hecho mismo de desvelarse,
Dios se esconde. Hay que mantener siempre que la sabiduría de este mundo es una
locura comparada con la sabiduría de Dios. La Palabra de Dios se adapta a
nuestras formas culturales, pero las corrige y las supera. Dios no es la
continuación de nuestros deseos, sino su plenitud, pues siempre va más allá de
lo que pueda desear e imaginar el corazón humano.
Si Dios
se revela en lo humano, nada humano es extraño para Dios. Así se comprende que
la palabra de Dios, revelada por los profetas de Israel, está condicionada por
el contexto político, religioso y cultural de unos momentos históricos
concretos. Dios se sirve del politeísmo religioso y cultural para darse a
conocer como el único Dios. En medio de este ambiente cultural politeísta, en
el que Abraham se encontraba, Dios no se manifiesta como único, sino como el
mejor, el más poderoso de los dioses (cf. Ex 6,2-3). Y así se va abriendo
camino la revelación de Dios como único. Por su parte, Von Balthasar se fija en
Hechos 7,22 para notar lo mucho que debe la Escritura a la antigua sabiduría
egipcia.
Todo esto
encuentra su culminación y su más acabado modelo en el misterio de la
Encarnación. Allí la grandeza de Dios se expresa como humildad de Dios.
Contemplando este misterio divino es posible exclamar, como hace H. Urs von
Balthasar: “¡Felices los pobres, pues Dios en todas sus riquezas es pobreza
eterna! ¡Felices los humildes, pues Dios en su majestad es humildad eterna, ya
que Dios mismo, en sus ascensiones es abajamiento, descendimiento eterno!”.
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