Para vivir mejor | Dra. Miguelina Justo
La tristeza,
la gran incomprendida
Las emociones[i], como la alegría, el miedo, la
rabia y la sorpresa, son patrones de respuesta complejos y universales, a
través de los cuales, las personas intentan adaptarse a una situación. En
el caso en particular de la tristeza, el estímulo que la evoca es la
pérdida. Desde esta perspectiva, se entiende la tristeza como una
reacción natural ante la pérdida de algo o de alguien valorado. Las
emociones pueden servir de base a los sentimientos, los cuales son
representaciones mentales de estos estados fisiológicos, totalmente subjetivas
y particulares, los cuales se ven influenciadas por la cultura.
Las emociones parecen desempeñar un rol importante
en la supervivencia de los seres humanos. Los cambios en expresiones y
gestos, servían como señal para que los primeros seres humanos pudieran
descubrir el mundo y adaptarse al mismo. Por ejemplo, la emoción de
asco[ii], puede ser una señal que le indicara un potencial peligro de
toxicidad, permitiendo así que otros no estuvieran en riesgo. De igual manera,
la tristeza puede ser una señal para los demás, y para la persona misma.
Cuando alguien ve que otro parece triste, una reacción se produce en su
interior. Por lo general, esto le motiva a ayudar, a ser más
generoso[iii]. De igual manera, la tristeza produce cambios en la persona
que la experimenta, pudiendo facilitar la reflexión, el silencio, que solo es
posible en la soledad. Investigaciones interesantísimas han demostrado
que cuando las personas se sienten tristes, tienden a ser menos sesgados en sus
juicios sobre quienes les rodean y son capaces de recordar con mayor precisión
detalles pasados[iv].
Sin embargo, la forma en la cual la tristeza es
percibida puede que promueva su ocultamiento. El temor a ser juzgados
podría contribuir a que alguien que se siente triste prefiriera contener las
lágrimas y continuar hablando, como si nada estuviera pasando, como si por
dentro no estuviera lloviendo a cántaros, y fuera necesario un refugio donde
guarecerse hasta que escampe. Una investigación reciente podría
confirmar este temor. Los resultados obtenidos por Schoofs y
Claeys[v] revelaron que la comunicación verbal de la tristeza aumentaba la
empatía del público hacia las personas que dirigen organizaciones durante un
período de crisis, lo que tenía una influencia positiva en la reputación de la
institución. Sin embargo, el expresar tristeza también resultó en una reducción
de la percepción de la competencia de esta persona, lo cual afectaba
negativamente la reputación de la empresa. El considerar que la tristeza
es un signo de debilidad, puede llevar a la persona, paradójicamente a un
ahondamiento de este sentimiento, el cual se alimenta, entonces, de la percepción
de incapacidad. Sin quererlo así, se allana así el camino a la depresión,
un estado de persistente de pena, el cual viene acompañado de una dificultad
para experimentar placer y gozo.
Como una nube gris ocupa el cielo, la tristeza se
hace espacio en el cuerpo y también en la mente. Transforma el rostro,
ocupa la garganta, el pecho, los hombros e incluso el estómago. Hay
cambios hormonales. La tristeza es una experiencia corporal y sensorial,
también. La tristeza es azul, gris o negra. Su sabor, amargo o
salado. La tristeza transforma los pensamientos y la conducta. La
memoria se agudiza, la atención se concentra en algunas pocas imágenes y la
producción de nuevas imágenes mentales se ralentiza, tal como sucede con los
movimientos corporales.
La tristeza puede, incluso, brindar placer a nivel
estético[vi]. Resulta innegable el éxito de poemas, novelas, películas y
otras manifestaciones artísticas con contenido alusivo a este estado. La
tristeza que evocan algunas piezas musicales, por ejemplo, pudiera resultar
placentera, ya que facilita la regulación emocional y la empatía, gracias al
recuerdo de eventos pasados y a la reflexión sobre los mismos.
En el conocidísimo poema Defender la alegría, el
escritor uruguayo Mario Benedetti, hace una invitación a proteger a la alegría
de la obligación de estar alegres. Anima a defender la alegría de la propia
alegría. ¡Sabia recomendación! De manera paradójica, esta
obligación de sonreír, ha empujado a muchos a experimentar una profunda
sensación de tristeza ante la imposibilidad de disfrutar una sensación
permanente de alegría. Parecería que costara reconocer cuánto daño la
alegría ha causado: promesas rotas, decisiones nefastas e impulsivas, adicción,
dependencia, todo esto impulsado por la sobrevaloración de una emoción efímera.
En el mundo de las sonrisas compradas, la tristeza
se ha vuelto pecado, signo de debilidad, fuente de miedo. Esta emoción
humana, sana, natural, ha quedado vetada. El prohibido llorar de los hombres,
se ha extendido a las mujeres, de todas las edades y condiciones. El
“debes ser fuerte”, el “arriba ese ánimo” han sustituido la escucha respetuosa
y el abrazo en silencio. Parece que no se comprende qué es la tristeza y el
importante papel que desempeña en la vida de los seres humanos y en sus
relaciones. Las lágrimas resultan incómodas de ver y de sentir.
Cuando este líquido salado inunda los ojos, la boca se llena de excusas.
¿No es acaso legal el llanto?
¿Qué sería del arcoíris sin el azul? ¿El
dulce sin la sal o la acidez de lo amargo? ¿Qué sería del día sin la
noche, del río cristalino, sin las grises piedras? La tristeza es parte
de la vida. Evadirla, negarla, temerle, es vivir a medias. ¿Qué
hacer cuando toque la puerta? Pues, dejarla pasar, mas no construirle un
refugio.
La tristeza, como la alegría, como cualquiera de
las otras emociones humanas, cumple con un propósito. Escuchemos su voz, para
detectar lo que requiere de nosotros, quizás algo de silencio, quizás un
espacio de tranquilidad. Luego, dejémosla ir, como una nube de lluvia, que se
deshace luego de fertilizar la tierra. ADH 857.
Referencias
[i]
American Psychological Association. “APA Dictionary of Psychology” (s.
f.) Emotion. https://dictionary.apa.org/emotion
[ii] G.
Bonanno, G. “The other side of sadness”. (2019). New York:
Basics Books
[iii] L. I.
Reed y Peter DeScioli, “The Communicative Function of Sad Facial Expressions”,
(2017), https://doi.org/10.1177%2F1474704917700418
[iv] J.
Storbeck y G. L. Clore. “With Sadness Comes Accuracy; With Happiness,
False Memory: Mood and the False Memory Effect”. (2005).
https://doi.org/10.1111%2Fj.1467-9280.2005.01615.x
[v] L.
Schoofs, L. y A. Claeys. “Communicating sadness: The impact of emotional crisis
communication on the organizational post-crisis reputation”, Journal of
Business Research, Volume 130, (2021): 271-282,
https://doi.org/10.1016/j.jbusres.2021.03.020.
[vi] S.
Matthew E., D. Antonio, H. Assal. “The pleasures of sad music: a
systematic review”. Frontiers in Human Neuroscience,
Volume 9, (2015): 404, https://doi.org/10.3389/fnhum.2015.00404.
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