Reflexión | César Rollán Sánchez/Eclesalia
Crianza
En los días de verano, aquí, en el hemisferio
norte de nuestro planeta, los más peques de la casa están de vacaciones. Son
dos meses largos de intensa convivencia familiar, sin tiempo de clases y, a lo
sumo, algunos días de campamento (pocos o ninguno, en este año de pandemia). La
vida se intensifica, la diversidad (de edades) se confronta y la educación
continúa.
Todas y todos aprendemos en familia. Hacemos
planes juntos y realizamos actividades programadas por todos. Son días para
disfrutar entre el descanso y las últimas jornadas laborales. El calor nos
empuja a la piscina, si se tiene ocasión, o a cualquier lugar en el que poder
refrescarse. El tiempo nos permite el ocio y buenos momentos de lectura.
Me llama la atención que la mayoría de las veces
en las que los medios de comunicación hablan de la familia, ofrecen imágenes de
mujeres y hombres llevando carritos o, a lo sumo, con niñas y niños pequeños a
su alrededor, infantes jugando inocentes sin mayor problema. Pero lo cierto y
evidente es que las familias transitan por el tiempo y todos sus miembros
crecen.
Parece claro que la familia es el primer grupo
humano de socialización, clave en los primeros años, fundamental a lo largo de
toda la vida dependiente y muy importante desde el momento de la autonomía. El
crecimiento de las hijas e hijos exige que sus progenitores estén en una
formación continua en cuanto a estrategias educativas y todo el tiempo
disponible para llevarlas a cabo. No cabe duda de que son ellas y ellos los que
ejercen mayor influencia en su personalidad, en sus modos y maneras de ser y
estar, en su forma de afrontar todos los retos que ofrece la mera existencia.
Todo el año hay ocasión de trabajar en su cuidado
y educación, en su crianza, pero hay más tiempo en los días de verano, durante
sus vacaciones. ¿Algún reconocimiento? Por parte de la sociedad, pocos, aunque
en España hay todo un ministerio dedicado, entre otras cosas, al “reto
demográfico”. Por parte de la progenie, a ratos; la adolescencia nos demuestra
la “ceguera” en la que viven, aunque sabemos que la madurez les revelará la
realidad.
Lo que nos motiva a padres y madres a seguir en
esta continua tarea es, en último término, el amor. Los esfuerzos constantes,
la voluntad perseverante, la fortaleza de ánimo, se nutren del amor que nos
nace. Y ya, desde la fe, además, del amor que nos sostiene y nos mantiene, Dios
mismo.
eclesalia@gmail.com MADRID.
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