Espiritualidad | José Cristo Rey García Paredes
Modelos de aprendizaje
En 1982, investigadores de la Universidad de Wiscosin
realizaron un estudio del proceso de aprendizaje. Grabaron en video el juego de
dos equipos. Al equipo A le pidieron que analizaran los errores que habían
cometido. Al equipo B le pidieron que analizaran sólo los aciertos. Ambos
equipos jugaron de nuevo y mejoraron. Pero el equipo B duplicó su tanteo con
respecto al equipo A.
El modelo del déficit
Cuando llega la noche -también en otros momentos, como
en un día de Retiro o Ejercicios Espirituales- hacemos examen de conciencia.
Indagamos en todo aquello que nos pesa, que hemos hecho mal. Nos arrepentimos,
pedimos perdón y prometemos ser mejores. La desazón nos viene cuando
descubrimos ¡qué pocas expectativas de progreso se nos abren! También hacemos
exámenes de conciencia colectivos. Nuestras organizaciones y quienes las
lideran, nuestros Capítulos Generales y provinciales, suelen partir de los problemas.
El análisis de la realidad nos confronta con problemas sociales, políticos,
religiosos, económicos, eclesiales, congregacionales, personales…Tras ese
abanico de problemas, nos detenemos en analizar sus causas. Después intentamos
buscar soluciones y programar la forma de llevarlas a cabo. Lo mismo ocurre
cuando se programa la misión: nos preguntamos por las deficiencias, los
problemas de nuestro mundo, tratamos de diagnosticar el por qué y después
ofrecemos nuestra solución y la forma de implementarla. El resultado suele ser
¡“más de lo mismo”! Es ésta la fórmula para cambiar que la tradición nos ha
transmitido: indagar nuestros problemas, diagnosticarlos y encontrar
soluciones. Ponemos nuestra atención en aquello que está equivocado o roto. Y
como aquello que indagamos son problemas, problemas es lo que encontramos.
Suponemos que está en nuestras manos arreglarlo todo y que cada problema tiene
su solución. ¿No son muchos los líderes que piensan que su función consiste en
resolver problemas? ¿No somos muchos los que pensamos que nuestro avance en la
vida espiritual consiste en resolver nuestros problemas, en superar nuestras
malas tendencias (las concupiscencias) y en evitar el pecado y hacer propósito
de la enmienda? En este modelo de cambio focalizamos nuestra atención en lo
deficitario. Con esto se asume que una persona en camino espiritual, una
comunidad, una institución, una obra de misión es, ante todo, una realidad
problemática. En cambio, a lo que no causa problemas, apenas se le presta
atención.
El modelo del aprecio
Podríamos, deberíamos adoptar otra perspectiva.
Recordemos la constatación de san Pablo: “Donde abundó el pecado, sobreabundó
la gracia” (Rom 5,20). Y si esto es
verdad, ¿no deberíamos indagar, más bien, aquello que da vida a los sistemas
humanos? ¿No deberíamos preguntarnos cuáles son esas fuentes vitales en
nosotros mismos, en las comunidades y en las organizaciones, en el mundo al que
somos enviados? Y a partir de ahí, ¿no podríamos visualizar un futuro mejor de
relaciones positivas con nosotros mismos, con los demás, en nuestras
organizaciones? Se ha constatado que actuando así mejora la capacidad del
sistema para colaborar y para cambiar. El primer requisito para este nuevo
modelo es cambiar nuestra mirada: de una mirada despreciativa –hacia lo que
está o funcional mal-, a una mirada apreciativa –hacia aquello que está y
funciona muy bien. Para una mirada apreciativa el yo, la comunidad, la
organización son expresiones de belleza y de espíritu. Somos –en los distintos niveles, personal,
comunitario y organizacional- un todo orgánico. Esto significa que cada una de
las partes se definen por el todo. No podemos pensar en una organización
prescindiendo de sus piezas, en una persona prescindiendo de todo lo que la
constituye. “Tanto amó Dios al cosmos que le entregó a su Hijo” (Jn 3,16), a
ese mundo que Dios ha creado para que subsista, sin veneno mortal (Sab 1,
12-13). Esta mirada positiva nos llevará a hacer un examen de conciencia de
aquello que funciona en nosotros, en la comunidad, en la organización, en la
misión. Encontraremos una serie de constataciones que describen dónde queremos
estar, cuáles son nuestros sueños, cuáles han sido nuestros momentos mejores,
de dónde nos han venido las mejores energías, qué métodos o caminos nos han
ayudado más.
¿Cómo cambiar de modelo? ¡Acabar con “lo que se da por
supuesto”!
Hay en nosotros ciertos resortes que nos bloquean
constantemente y hacen imposible el cambio. Se trata de algo, aparentemente sin
importancia: “aquello que damos por supuesto” y que nunca sometemos a crítica,
porque suponemos que es así. Las suposiciones tienen una función muy importante
en nuestra conducta, en nuestra forma de pensar, en el funcionamiento de
nuestras comunidades u organizaciones:
“Suposiciones son el conjunto de creencias compartidas
por un grupo que lo hacen pensar y actuar de una determinada manera” (Diana
Whitney y Amanda Trosten-Bloom).
Suponemos, por ejemplo, que un perro sin cadena es
peligroso, que un ateo es una persona a la que hay que evitar, que la tendencia
homosexual es una desviación… Las suposiciones funcionan a nivel inconsciente.
Son muchas. Nos hacen actuar sin pensarlo, sin re-evaluarlo. Son muchas las
suposiciones que funcionan a nivel inconsciente. Las suposiciones bloquean una
nueva visión. Nos impiden aprovechar oportunidades para mejorar. Por lo cual,
necesitamos desenmascarar todo ese mundo de suposiciones, verbalizarlas,
visibilizarlas, discutirlas. No vale decir que “siempre se pensó así”: es
necesario descubrir si son válidas y ciertas hoy. Esto sucede, por ejemplo, con
el hábito al que se le asigna una eficacia casi infalible en la misión; con
ciertas prácticas de oración o de retiro, que no se pueden discutir (retiros
mensuales o ejercicios espirituales anuales)… Las suposiciones nos explican
cómo funcionamos, o cómo funcionan los grupos.
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