Teología | José Ignacio González Faus
Sinodalidad Eclesial
La palabra se ha puesto de moda y muchas gentes no
la entienden: porque un sínodo les suena a una reunión en la que se hablara y
se discutirá, pero la gente está quieta. Y aquí no se trata de estar reunidos
sino de caminar juntos. A ver si la explicamos por pasos.
“La Iglesia no es una democracia”: pocas frases se
han dicho que sean, a la vez, más verdaderas y más heréticas que esta. Ahí se
muestra la ambigüedad de todo lenguaje.
La Iglesia no es una democracia porque en ella no
tiene el pueblo la palabra última y definitiva: la Iglesia está sometida a la
Palabra y a la revelación de Dios, a la voluntad de Aquel que es el Señor de
todo y de todos. La Iglesia no define ella su propia voluntad, sino que obedece
a la voluntad de Dios. Pero que la Iglesia no sea una democracia no significa
que sea una monarquía absoluta. Y este es el sentido herético que dan a esa
frase los que apelan a ella.
Las dos palabras que definen a la iglesia son la
koinonía y la sinodalidad. La primera significa comunión en el ser, la segunda
significa comunión en el caminar y, por tanto, en el obrar.
Koinonía (de koynós: común) es una palabra hermana
del comunismo. Por eso no es extraño que a los eclesiásticos más auténticos
(desde Helder Camara a Msr. Romero) se les acuse de comunistas, como sucede
también con Francisco. Y sin embargo, hay una diferencia importante: el
comunismo es una comunión impuesta a la fuerza y, desde fuera. Es, por tanto,
una comunión falseada. La koinonía es una comunión buscada libremente (y
dificultosamente) por todos y desde dentro. La koinonía es pues el verdadero
comunismo.
Y curiosamente, lo que molesta a quienes tachan de
comunistas a algunos cristianos, no es el autoritarismo de estos (que nunca lo
hubo) sino su pretensión de comunión total. Critican porque ellos padecen una
especie de autismo (individual o grupal) que les vuelve autoritarios cuando
mandan y rebeldes cuando han de obedecer.
El Vaticano II insistió mucho en la Iglesia como
comunión. Es por tanto lógico que ahora, para completar, se hable y se luche
por la sinodalidad en la Iglesia: que la comunión en el ser, se despliegue en
la comunión en el hacer.
Y es sobre esta sinodalidad sobre lo que quisiera
hacer una advertencia importante. La sinodalidad no significa que las cosas
vayan a ser más fáciles y más cómodas para nosotros; al contrario. Serán más
arduas y más difíciles. Sinodalidad significa solo que la Iglesia será más
conforme con la voluntad de Dios que es “comunión Infinita”. Una imagen bíblica
de la sinodalidad puede ser el pueblo judío caminando por el desierto: la
Iglesia camina por el desierto de la historia, pero sabe que va hacia una
“tierra prometida”. Si Moisés, con Aarón y su grupo, hubiesen caminado solos,
habrían llegado mucho antes a la tierra prometida, pero, seguramente el pueblo
no habría llegado nunca. Moisés tuvo la grandeza de hacer que todo el pueblo
llegara hasta la meta de su peregrinación por el desierto. Pero eso le supuso
no entra él en la tierra prometida….
Una advertencia parecida nos la ha dado a todos
los hispanos la democracia: cuando la reclamábamos en tiempos de Franco,
pensaban muchos que así iba a ser todo más cómodo. Y ha resultado que no: por
eso estamos peleándonos constantemente, incapaces de convivir y algunos
desengañados ya de la democracia.
Cuidado pues con la sinodalidad. Bienvenida sea
por fin, pero solo si estamos dispuestos a pagar su precio. En comunidades de
tres o cuatro personas es fácil actuar juntos. En una comunidad de más de mil
millones nunca se hará plenamente la voluntad propia: porque lo de caminar
juntos no se refiere solo a los míos, sino a ese calificativo casi definitorio
de la Iglesia que llamamos “católica” y que significa universal.
Escribí otra vez que el gran milagro de la
democracia es que nos enseña a perder. Con la sinodalidad eclesial pasará eso
mismo. Pero la gracia (y lo asombroso) de la comunión es que puedes perder y
seguir contento. Como puedes ganar alguna vez y no por eso sentirte superior a
nadie…
Todo lo
anterior, me ha traído a la memoria una anécdota que viví en el norte de
Nicaragua (ya no sé si era Ocotal o Estelí) en 1980, cuando aquella magnífica
campaña de alfabetización. Un chaval me explicaba entusiasmado lo bonito que
iba a ser el futuro de Nicaragua y la de maravillas que iban a realizarse. De
vez en cuando yo intentaba advertirle de que las cosas podrían no ser tan
fáciles: EEUU tenía mucho poder, podrían sobrevenir bloqueos, la “Contra”
estaba armándose, los nueve comandantes (tan unidos durante la guerra) podrían
pelearse ahora… Hasta que llegó un momento en que el pobre chaval interrumpió
la conversación y me dijo medio gritando “¡vos sos un matizón!”…
Nos reímos luego y quedamos tan amigos. Pero
últimamente me he acordado y preguntado qué habrá sido de él ahora que contará
ya unos 57 años. Me gustaría mucho volver a contactar con él. Pero sería un
milagro que leyera estas líneas y se acordara de la anécdota. Es una de tantas
historias que queda pendientes en nuestras vidas
En cualquier caso: la sinodalidad será difícil. No
esperemos de ella ventajas propias sino más gloria de Dios.
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