Fe y Vida | Ron Rolheiser/CR
Aplastados y heridos: Entender el suicidio
Algunas cosas
necesitan ser dichas, y dichas, y dichas de nuevo, hasta que ya no necesiten
ser dichas más. Eso lo
escribió Margaret Atwood. Lo cito aquí porque cada año escribo una columna
sobre el suicidio, y generalmente digo lo mismo cada vez, porque ciertas cosas
sobre el suicidio necesitan ser dichas repetidamente, hasta que tengamos
una mejor comprensión de él.
¿Qué se
necesita decir una y otra vez?
1.- Primero,
que el suicidio es una enfermedad, algo que, en la mayoría de los casos, quita
la vida a una persona contra su voluntad, el equivalente emocional del cáncer,
una hemorragia cerebral, un ataque de corazón.
2.- Segundo,
que nosotros, los seres queridos que quedamos, no deberíamos perder excesivo
tiempo ni energía cuestionando cómo podríamos haberle fallado a esta persona,
qué deberíamos haber notado e incluso qué podríamos haber hecho para prevenir
el suicidio. El suicidio es una enfermedad; y, como con una enfermedad
puramente física, podemos amar a alguien y, aun así, no ser capaces de líbrarlo
de la muerte. Dios también amó a esta persona y compartió nuestra impotencia al
intentar ayudarle.
3.-
Necesitamos una mejor comprensión de la salud mental. El hecho es que no todos
tienen los circuitos internos que les permitan la resistida capacidad para la
estabilidad y animación. La salud mental de uno es paralela a su salud física,
frágil y no totalmente bajo su control. Además, justo como la diabetes, la
artritis, el cáncer, la hemorragia cerebral, los ataques de corazón, la
esclerosis lateral amiotrófica y la esclerosis múltiple, puede causar
debilitación y muerte; así también, las enfermedades mentales pueden infligir
destrozos, causando también toda clase de debilidad y, a veces, muerte por
suicidio.
4.- El papel
potencial que juega la bioquímica en el suicidio necesita más exploración. Si
algunas depresiones suicidas pueden ser tratadas con drogas, entonces
algunos suicidios son claramente causados por deficiencias bioquímicas, como lo
son otras muchas enfermedades que nos matan.
5.- Casi
invariablemente, la persona que muere por suicidio es un ser humano muy
sensible. El suicidio raramente es realizado arrogantemente, como un acto de
desprecio. Hay, desde luego, ejemplos de personas que son demasiado
orgullosas para aguantar la contingencia humana normal y se eliminan por
arrogancia, pero ese es un género de suicidio muy diferente, no el que la
mayoría de nosotros hemos visto en un ser querido. Generalmente, nuestra
experiencia con los seres queridos que hemos perdido por suicidio fue que estas
personas eran cualquier cosa menos arrogantes. Más bien, estaban demasiado
machacados como para tocarlos y heridos de alguna manera profunda que no pudimos
comprender ni ayudar a sanar. Verdaderamente, con frecuencia, cuando ha pasado
bastante tiempo después de sus muertes, en retrospectiva, vemos alguna razón de
su herida, y su suicidio entonces ya no parece sorprendente. Hay una clara
distinción entre estar demasiado aplastado para continuar viviendo la vida y
ser demasiado orgulloso para continuar ocupando el lugar de uno en ella. Sólo
este hace una declaración moral, ultraja las flores y desafía la misericordia
de Dios.
6.- El
suicidio es frecuentemente el desesperado ruego de un alma en pena. El
alma puede hacer reclamaciones que van contra el cuerpo, y el suicidio es
frecuentemente eso.
7.-
Necesitamos perdonarnos a nosotros mismos si nos sentimos enojados con nuestros
seres queridos que acaban sus vidas de esta manera. No os sintáis culpables de
sentiros enojados; esa es una respuesta comprensible y natural cuando un ser
querido muere por suicidio.
8.-
Necesitamos trabajar para rescatar la memoria de nuestros seres queridos que
mueren por suicidio. El modo de su muerte puede que no venga a ser un prisma
por el que ahora veamos sus vidas, como si este modo de muerte cambiara de
color todo sobre ellos. No descolguéis fotos de ellos ni habléis de ellos y sus
muertes en callados términos más que si hubieran muerto de cáncer o de un
ataque de corazón. Es duro perder a seres queridos por suicidio, pero tampoco
deberíamos perder la verdad y el calor de su misterio y su memoria.
9.-
Finalmente, no deberíamos inquietarnos por cómo Dios reciba a nuestros seres
queridos en el otro lado. El amor de Dios, a diferencia del nuestro, puede
atravesar puertas cerradas, descender a los infiernos y exhalar la paz donde
nosotros no podemos. La mayoría de la gente que muere por suicidio se despierta
al otro lado para encontrar a Cristo de pie dentro de sus puertas cerradas, en
el centro de su caos, diciendo delicadamente: “La paz sea con vosotros”. La
comprensión y compasión de Dios superan infinitamente las nuestras. Nuestros
seres queridos a quienes hemos perdido están en unas manos más seguras que las
nuestras. Si nosotros, limitados como somos, ya podemos llegar a través de esta
tragedia con algo de comprensión y amor, podemos descansar seguros de que, dada
la anchura y profundidad del amor de Dios, el que muere por suicidio encuentra,
en el otro lado, una compasión que es más profunda que la nuestra y una
comprensión que sobrepasa la nuestra.
Juliana de
Norwich dice: Al final, todo resultará bien, y todo resultará bien, y
todo modo de ser resultará bien. Yo lo estaré, aun después del suicidio.
Dios puede -y lo hace- atravesar las puertas cerradas y, una vez allí, exhala
la paz en un corazón torturado y confundido.
Publicado por Ciudad Redonda:
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