Tribuna | Susana Mallo Agúndez/VN
Una prueba de caridad
A pesar de que ha pasado ya un año del comienzo de la
pandemia en nuestro país, todavía no he digerido lo suficiente lo vivido. Si
tuviera que describir con una palabra este tiempo sería como “prueba”. Una
prueba de fe, pues en medio de la incertidumbre podía experimentar en qué
porcentaje estaba la confianza en el Señor que nos cuida en cualquier
circunstancia.
Una prueba vocacional, que desde el Noviciado,
habíamos escuchado cómo nuestras primeras hermanas habían vivido epidemias como
la del cólera durante las cuales algunas murieron asistiendo a los contagiados…
y ahora éramos nosotras las que veíamos cómo una enfermedad desconocida estaba
haciendo caer a nuestros ancianos, hermanas y familiares.
Fraternidad y capacidad
Una prueba de fraternidad, pues, al tener que hacer
aislamiento en algunas comunidades, otras hermanas fuimos a apoyar haciéndonos
sentir que unidas es posible superar la adversidad, aún viviendo conflictos
como humanamente es natural. Una imagen que llevo muy grabada es la de ir de
puerta en puerta llevando la comunión a las hermanas confinadas en sus
habitaciones, su mirada, sus lágrimas, sus sonrisas, su deseo; “Tráenosla cada
día que necesitamos que el Señor se pasee por aquí…”.
Cómo te hace valorar y agradecer la Eucaristía que
hasta entonces vivíamos diariamente y de la cual en aquellas semanas nos vimos
privadas celebrando paraliturgias o viéndolas en la televisión como tantas
personas. De hecho, en la celebración de la apertura del Año Jubilar por los
150 años de fundación de nuestro Instituto, en julio del año pasado, me
sugirieron que invitase al grupo de la pastoral del sordo que suelo acompañar
aquí en Bilbao y cuál fue mi sorpresa al verles emocionados porque desde el
inicio de la pandemia no habían vuelto a asistir a ninguna Eucaristía.
Una prueba de capacidad. Nunca olvidaré cómo cuatro
hermanas convivimos varios días sustituyendo a toda una comunidad aislada en
una de nuestras residencias de ancianos. Realmente en esos días experimenté que
“Dios no elige a los capaces sino que capacita a los que elige”.
Nunca se aprende tanto y tan rápido como cuando hay
necesidad descubriendo capacidades como las de decidir, organizar, enseñar… las
que, de alguna manera, por nuestra edad y circunstancias estamos bajo el abrigo
y el apoyo de hermanas más experimentadas y no estábamos acostumbradas a
ejercer esa responsabilidad, hasta que, como me decía una doctora que nos
asistió durante los primeros meses de pandemia: “Eres nuestra enfermera a
tiempo completo”. O cómo en pocos días con el esfuerzo de todas convertimos
nuestra residencia en una verdadera yincana mudando a los ancianos y haciendo
circuitos internos para separar negativos de positivos…
Ha pasado un año y arrastramos mucho cansancio, por
qué no decirlo, pero el Señor nos da nuevas fuerzas ofreciéndonos la
oportunidad de vivir nuestro lema de “Amor y Sacrificio” intentando consolar su
Corazón en la soledad de nuestros hermanos en esta prueba de caridad que es
nuestra vida entera.
Publicado en Vida Nueva digital.
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