Espiritualidad | Ron Rolheiser/CR
Diferentes modos de ser espiritual pero no religioso
Nada se asemeja tanto al lenguaje de Dios como el
silencio. Lo dijo el maestro Eckhart.
Y entre otras cosas, nos dice que hay un trabajo
de profundización interior que sólo puede hacerse en el silencio, a solas, en
la intimidad.
Por supuesto, tiene razón, pero esto tiene otra
vertiente. Si bien hay un trabajo interior profundo que sólo puede hacerse en
silencio, también hay un trabajo profundo, decisivo, del espíritu, que sólo
puede hacerse con otras personas, en la convivencia, en la familia, en la
iglesia y en la sociedad. El silencio puede ser una vía privilegiada para la
profundidad del alma. También puede ser una vía peligrosa. Ted Kaczynski, el
Unabomber, vivía en silencio, solo, como muchos otros individuos con trastornos
profundos. Los profesionales de la salud mental nos dicen que necesitamos
relacionarnos con otras personas para mantenernos cuerdos. La interacción
social nos sostiene, nos equilibra y consolida nuestra cordura. Veo a algunos
de nuestros jóvenes de hoy en día que se relacionan con otras personas (en
persona y a través de los medios digitales) a todas horas de su jornada y me
preocupo por su profundidad, aunque no por su cordura.
Nos necesitamos unos a otros. Jean-Paul Sartre
afirmó en una ocasión que "el infierno son los demás". No podía estar
más equivocado. Al contrario, el otro es el cielo, la salvación a la que
estamos destinados en última instancia. La soledad absoluta es el infierno.
Además, esta soledad nefasta puede aparecer a hurtadillas disfrazada del mejor
altruismo y religiosidad.
He aquí un ejemplo: Crecí en una familia muy unida
en una pequeña comunidad rural en la que la familia, el vecino, la parroquia y
el estar con los demás lo significaban todo, en la que todo se compartía y rara
vez se estaba solo. Tenía miedo de estar solo, lo evitaba, y sólo me sentía
cómodo cuando estaba con otros.
Inmediatamente después de la escuela secundaria,
me uní a una orden religiosa, los Oblatos de María Inmaculada, y durante los
siguientes ocho años viví en una gran comunidad donde, de nuevo, casi todo se
compartía y rara vez se estaba solo. A
medida que me acercaba a los votos perpetuos y al compromiso permanente con la
vida religiosa y el sacerdocio, lo que más temía era el voto de celibato, la
soledad que traería. Sin esposa, sin hijos, sin familia, el aislamiento de una
vida célibe.
Las cosas resultaron muy diferentes. El celibato
ha tenido su coste, hay que admitirlo; y hay que admitir que no es la vida
normal que Dios quiso para todos. Sin embargo, la soledad que temía (aunque por
breves períodos) rara vez se produjo, sino todo lo contrario. Me encontré con
una vida muy llena de relaciones, de interacción con los demás, de mucho
ajetreo, de obligaciones diarias y de compromisos que ocupaban prácticamente
todas las horas del día. En lugar de sentirme solo, me encontré deseando la
soledad, la tranquilidad, estar solo, y me sentí muy cómodo estando solo.
Demasiado cómodo, de hecho.
Durante la mayor parte de los años de mi sacerdocio,
he vivido en grandes comunidades religiosas y éstas, como cualquier familia,
tienen sus exigencias. Sin embargo, cuando llegué a ser presidente de una
Escuela de Teología, me asignaron a vivir en una casa asignada al presidente y
durante un tiempo viví solo. Al principio, me pareció un poco desorientador, ya
que nunca había vivido solo; pero al cabo de un tiempo me gustó. Me gustó
mucho. No tenía responsabilidades en casa con nadie más que conmigo mismo.
Sin embargo, pronto percibí sus peligros. Al cabo
de un año puse fin al acuerdo. Uno de los peligros de vivir solo y uno de los
peligros del celibato, incluso si vives fielmente, es que no tienes a otros que
te llamen la atención a diario y te exijan de todo. Puedes tomar tus propias
decisiones y evitar mucho de lo que Dorothy Day llamó "el ascetismo de
vivir dentro de una familia". Cuando vives solo, puedes planificar y vivir
la vida a tu manera, escogiendo las cosas de la familia y la comunidad que te
benefician y evitando las difíciles.
Hay cosas que empiezan como virtudes y se
convierten fácilmente en vicios. El ajetreo es un ejemplo. Sacrificas estar con
tu familia para mantenerla con tu trabajo y eso te aleja de muchas de sus
actividades. Al principio, esto es un sacrificio; al final, es un escape, una
dispensa implícita de tener que lidiar con ciertos asuntos dentro de la vida
familiar. El celibato y el sacerdocio con votos corren el mismo peligro.
Todos conocemos la expresión, soy espiritual pero no religioso que se aplica a las personas que están abiertas a relacionarse con Dios, pero no a hacerlo con la iglesia. Sin embargo, nos enfrentamos a esto de más formas de las que pensamos. Al menos yo lo hago. Como sacerdote célibe con votos, puedo ser espiritual pero no religioso en el sentido de que, por las más altas razones, puedo evitar gran parte del ascetismo diario que se exige a alguien que vive en una familia. Sin embargo, esto es un peligro para todos nosotros, célibes o casados. Cuando, por todo tipo de buenas razones, podemos elegir las facetas de la familia y la comunidad que nos gustan y evitar las que nos resultan difíciles, somos espirituales, pero no religiosos.
Publicado por Ciudad Redonda
No hay comentarios:
Publicar un comentario
Promueve el diálogo y la comunicación usando un lenguaje sencillo, preciso y respetuoso...