Espiritualidad Litúrgica | Roberto Núñez, msc
Los Libros litúrgicos (III)
«Hay
que procurar que los libros, que son signos y símbolos de las realidades del
cielo en la acción litúrgica, sean verdaderamente dignos, decorosos y bellos»
(OLM 35).
En este septiembre bíblico
continuamos nuestro pequeño recorrido por los libros litúrgicos. Así la
historia nos remite hacia los inicios del año 1000, tiempo en que se empiezan a
fusionar los diferentes libros litúrgicos. Este fenómeno surge por motivos
prácticos. Se comienzan a recoger en un solo libro todos los elementos que
sirven para una celebración. Nacen así los libros mixtos o plenarios. Los
principales son los siguientes:
1. El Pontifical. Contiene las fórmulas y ritos de las celebraciones
reservadas al obispo (pontífice), como la confirmación, las ordenaciones, las
consagraciones de iglesias, de vírgenes, la bendición de abades y la coronación
de reyes y emperadores.
2. El
Misal. Se necesitaba un libro que permitiera tener todo junto, por razones
prácticas. Así aparece en el Missale,
Liber Missalis o Missale plenarium.
Contiene todos los elementos que se necesitan para la celebración eucarística:
oraciones, lecturas, cantos, ordo missae (orden de la misa).
3. El Ritual. Como los obispos tenían su libro propio, también los
sacerdotes necesitaban un libro que contuviese los ritos realizados por ellos
(aparte del Misal).
4. El Breviario. Para el rezo de las horas se tenía también la
necesidad de un libro que unificara los diferentes elementos existentes: Salterio, Homiliario, Himnario, Antifonal,
Oracional. A partir del año 1000 se logra unirlos en el Breviarium.
El uso de estos libros se
fue generalizando paulatinamente. Quienes influyeron más significativamente en
el proceso de difusión y aplicación de tales libros fueron los Frailes menores,
que prácticamente lo llevaron en todas sus peregrinaciones misioneras. Así
fueron conocidos y acogidos en un tiempo relativamente corto. Pero siempre se
dejaba espacio de libertad para crear libros propios.
Esta dinámica se va a
mantener hasta el concilio de Trento, en el siglo XVI. Aunque el concilio como
tal no hizo reforma de la liturgia, pero encargó al papa Pío V realizarla. Fue una
reforma superficial. Pero se determina que los nuevos libros son de uso obligatorio
para la Iglesia universal y son llamados romanos,
es decir, que su uso no es sólo para la ciudad de Roma, sino para todo el
Occidente latino.
Inmediatamente después del
concilio se promulgan los siguientes libros: el Breviario (1568), el Misal
(1570), el Martirologio (1584), el Pontifical (1595), el Caeremoniale episcoporum (1600) y el Ritual (1614).
La novedad aquí es el Martirologio, el cual aparece por
primera vez, aunque otros documentos habían ido preparando el escenario, como
el calendario, que contiene la lista de las fiestas y los santos que tienen una
determinada celebración y un determinado lugar. Luego estos calendarios fueron
redactados aparte, con la indicación del día y el lugar y tomaron el nombre de
martirologios.
El otro libro nuevo es el
Ceremonial Episcopal (Caeremoniale
episcoporum), el cual, en la práctica, había nacido ya en 1455 de la
necesidad de describir más detalladamente las ceremonias del papa, de los
obispos y de los presbíteros en la celebración litúrgica. También en 1516 y
1564 ya habían aparecido textos semejantes. Pero es en 1600 cuando es
reconocido como libro oficial por el papa Clemente VIII.
Todos estos libros
promulgados como fruto del tridentino habían permanecido casi inalterados,
salvo pequeños retoques en las sucesivas ediciones, pero nunca sometidos a una
verdadera reforma. Aunque hubo algunos intentos, por iniciativa de algún
obispo, fueron condenados por Roma.
Sólo al iniciar la segunda
mitad del siglo XX, fueron hechos algunos cambios de relevancia, siendo los más
importantes: el restablecimiento de la Vigilia pascual (1951, la restauración
de la Semana Santa (1955) y el nuevo Código de rúbricas (1960).
ADH 859
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