Espiritualidad | Miguel A. Munárriz/FA
Los Milagros
Mc 7, 31-37
«Le presentan un sordo que además hablaba con
dificultad, y le ruegan que imponga la mano sobre él... Se abrieron sus oídos y, al instante, se
soltó la atadura de su lengua y hablaba correctamente».
A los creyentes del siglo XXI, los milagros nos
desconciertan e incluso nos contrarían. Nos parece que introducen en los
evangelios elementos mágicos que les quitan credibilidad, y en muchas ocasiones
preferiríamos que no estuvieran allí. Sin embargo, están ahí, y si los quitamos
hacemos otros evangelios y, por tanto, otro Jesús.
Por una parte, recelamos, porque sabemos que los
evangelistas no dudan en violentar la historia para comunicar mejor su fe.
Sabemos también que en su época los hechos milagrosos eran muy bien admitidos,
y que con ellos se vestía la actividad de los personajes extraordinarios. Y nos
preguntamos: ¿Habrán inventado los evangelistas estos relatos, o bien su fama
de sanador se remonta al Jesús histórico?
Por otra parte, nuestra mentalidad ilustrada,
fruto de la actual cultura cientifista, nos lleva a la conclusión de que no
puede haber milagros. Los milagros repugnan a la razón humana, y son meros
vestigios de una época en que se atribuía lo desconocido a poderes ocultos o a
la misma divinidad. Ninguna persona culta moderna puede aceptar la posibilidad
de los milagros...
Basados en este último razonamiento, los milagros
fueron rechazados de plano por los grandes filósofos de la ilustración, como
Spinoza, Hume y Voltaire. Más tarde —y esta vez con base en argumentos de
naturaleza exegética— teólogos recientes de la categoría de Rudolph Bultmann
tomaron también postura en contra de los milagros.
John P. Meier hace un estudio pormenorizado de los
milagros, y concluye que, aplicando criterios de historicidad, un especialista
ateo puede emitir el mismo juicio que un colega creyente, pero añade que tan
injustificada es la postura del creyente de dar un paso más atribuyendo el
hecho a la acción de Dios, como la del ateo al afirmar que Dios no ha tenido en
él parte alguna.
Joachim Jeremias —quizá la voz más autorizada en
esta materia— llega a la siguiente conclusión: «Jesús realizó curaciones que
fueron asombrosas para sus contemporáneos. Se trata primariamente de la
curación de padecimientos psicógenos, pero se trata también de la curación de
leprosos, de paralíticos y de ciegos».
Para no cansar, hoy se admite que los evangelios
narran hechos de Jesús que sus contemporáneos calificaron de milagros. Jesús
arrastraba multitudes no sólo por su predicación, sino por sus curaciones, y a
ellas debió buena parte de su fama. Parece, también, que esta misma fama creó
en torno suyo una leyenda que multiplicó sus hechos milagrosos, y que los
evangelistas recogieron por igual las tradiciones de hechos sucedidos y las
leyendas que nacieron de estos hechos.
Pero quizá lo más importante para nosotros sea el
significado de los milagros, y en este punto nos vamos a remitir una vez más a
Ruiz de Galarreta: «Jesús cura ante todo porque es compasivo, porque le importa
el sufrimiento de la gente. Sus acciones muestran su corazón, y a través de él
vemos “los sentimientos de Dios”. Será un aspecto fundamental de nuestra fe:
conocer el amor de Dios en el corazón de Jesús».
Publicado por Feadulta.com
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