Meditación | Juan Zapatero Ballesteros, zapatero_j@yahoo.es
Y,
si Dios fuera Ateo
Alguien dijo
en su día “Si las vacas pudieran imaginar a Dios, lo imaginarían en forma de
vaca”. Y es que parece ser que existe una tendencia innata a que la persona
imagine con forma humana todo ser espiritual o materialmente invisible. De hecho,
ya en el siglo V antes de Cristo, el filósofo griego Jenófanes de Colofón
criticaba la concepción antropomórfica que se tenía de los dioses,
representados siempre con formas humanas diversas. En el caso de las religiones
monoteístas, con formas masculinas, todas ellas, y con facciones externas que
dejan entrever poder, sobre todo; de hecho, en la liturgia cristiana la mayoría
de las oraciones comienzan precisamente con estas palabras u otras muy
parecidas “Oh, Dios todopoderoso…”.
Pues bien;
esto que sucede a nivel físico y exterior, suele pasar también a nivel de
cualidades y valores; en este sentido, el Dios de estas tres religiones posee
virtudes, nunca defectos evidentemente, en el grado más elevado y superior
respecto al que tienen las personas creyentes en ellas; tales, como por
ejemplo, la bondad, la misericordia, la benevolencia, etc. Curiosamente, yo
supongo que de manera totalmente inconsciente, a este Dios también se le
atribuyen maneras de ser, de pensar y de actuar humanas; algunas veces, cuando
son positivas, en el grado más excelso, como acabo de decir; otras, en cambio,
intentando proyectar en Él nuestros deseos de superar las propias deficiencias,
por un lado, o de hacerle partícipe de nuestras concepciones personales por lo
que a la vida, al cosmos y a las cosas se refiere; también en cuanto al modo de
concebir, entender y practicar la religión, posiblemente con el fin la mayoría
de las veces de convencernos y de justificar de esa forma que estamos en lo
correcto. Podríamos decir, por tanto, que, si es verdad que Dios no puede
experimentar, en cuanto a la actitud de creer, las vicisitudes, oscuridades y
dudas que puede llegar a experimentar en general toda persona creyente, sí que
puede “creer”, de hecho “cree”, solamente que en grado excelso y absoluto; ello
quiere decir que, para nosotros de alguna manera, “Dios es creyente”. Y que
bien sería que fuera así para que nosotros pudiéramos justificar con ello en
algunos momentos nuestros trapicheos y actitudes poco humanas, poco religiosas
y nada cristianas en el caso que nos atañe.
Aunque les
gustaría a muchas y muchos, en primer lugar, que Dios creyera a pie juntillas
en la carrera “meritoria” que, por cierto, tanto suele complacer, en mayor o
menor nivel, a la mayoría de creyentes, por no decir a todos, de cara a ser
queridos por Él, a serlo con más intensidad o a que no lo fueran otras personas
por no haber hecho tales méritos o no haberlos hecho en la cantidad suficiente,
cabe decir que el Dios que mostró Jesús en el Evangelio no cree en absoluto en
ninguna de esas nimiedades, menos aún, cuando se pueden cuantificar y medir,
por ser visibles, tal y como mandan los “cánones”, no fuere que conciencias
“laxas y permisivas”, a nivel religioso, denominasen mérito a cualquier acto de
la voluntad. Por eso precisamente, el propio Jesús ya tuvo que salir a zanjar
esta visión, cuando “un rico se jactaba de poner pingües monedas en el cepillo
del Templo frente a una pobre viuda que había dejado unos céntimos” (Lc 21,1-4).
Dios está
muy por encima, también, de dogmas y verdades religiosas; sobre todo, cuando la
vivencia de dichos dogmas y verdades resultan muchas veces totalmente
estériles, por impedir o, en el mejor de los casos, no ayudar a asumir un
compromiso verdadero con la vida de las personas y el entorno que las rodea “Bajaba
un hombre de Jerusalén a Jericó…” (Lc, 10,30-37).
No cree,
tampoco, en el culto ni en las prácticas religiosas, cuando se las otorga
finalidad en si mismas o se las concibe como el camino más expedito para
mostrar el amor que se le rinde a Él “por encima de todas las cosas”; ignorando
que el verdadero amor a Dios es inseparable del amor a las personas (Mt
22, 36-39).
Dios no
cree, sencillamente porque es contrario a su esencia, en el Bautismo como
requisito para convertir hijas e hijos suyos y en miembros de “su pueblo” a
todas y todos cuantos reciben dicho sacramento; sin menoscabo, evidentemente,
de la preeminencia que deben tener en ese “pueblo” quienes reciben el
sacramento del Orden Sacerdotal. Y no cree en un sacramento como único
instrumento de filiación, porque para Él la vida es, por encima de todo, el
gran y verdadero sacramento “Yo soy el que soy” (Ex 3,13-14); una vida, por
cierto, de la que muchos no participan o lo hacen casi vacía de dignidad.
Tampoco cree
en una Iglesia donde solamente los varones tienen acceso a los ministerios
sagrados y, por tanto, solamente “ellos” pueden estar al frente de las
comunidades, pudiendo solamente “ellos” también, valga la redundancia, presidir
la “Cena del Señor” y perdonar los pecados.
No solamente
no cree, sino que detesta con todas sus fuerzas, que la versión del libro del
Génesis “Varón y hembra los creó” (Gn 5,2), se corresponda con los parámetros
morfológicos, psíquicos y afectivos que el vulgo ha venido manteniendo como
naturales desde antiguo; resultando así más fácil distinguir la rectitud de la
perversión y, por ende, la moralidad de la inmoralidad. Y ello, precisamente,
por haber entendido de manera literal la versión de dicho libro.
No; nos
hemos topado con un Dios que no solamente no es creyente, sino más aún, que
muestra un profundo “ateísmo” en estas y otras muchas cuestiones, cuya lista
sería casi interminable. Y, todo ello precisamente, porque es un Dios que ama
la vida y ama a todos los hombres y mujeres de manera totalmente generosa y
gratuita.
Publicado por Eclesalia.wordpress.com:
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