Fe y Vida | Valmore Muñoz Arteaga/VN
Romero, Cristo y su
misericordia
Jesucristo es
el rostro de la misericordia del Padre Dios, rico en misericordia, nos ha
donado a su Hijo para salvarnos. Jesús con su palabra, con sus gestos y con la
totalidad de su persona revela la misericordia de Dios. Necesitamos
contemplar el misterio de la misericordia divina, dice el papa Francisco,
porque es fuente, condición, revelación y acción del amor de Dios por nosotros,
que se hace para nosotros ley y camino en nuestra relación con Él y los demás.
La Iglesia siente la necesidad vital de mantener viva esta verdad. Mantenerla
viva entre los hombres de hoy.
Por
esto, Mons. Romero decía que “la Iglesia no solo se ha encarnado en el
mundo de los pobres y les da una esperanza, sino que se ha comprometido
firmemente en su defensa. Las mayorías pobres son oprimidas y reprimidas
cotidianamente por las estructuras económicas y políticas de nuestro país.
Entre nosotros siguen siendo verdad las terribles palabras de los profetas de
Israel. Existen […] los que venden al justo por dinero y al pobre por un par de
sandalias; los que amontonan violencia y despojo en sus palacios; los que
aplastan a los pobres”.
La
misericordia de Cristo
Cristo nos
habla hoy de manera muy especial sobre su necesidad de que seamos protagonistas
de su misericordia. Que aprendamos a contemplar la realidad que nos rodea desde
sus ojos misericordiosos con la finalidad de ser semilla para una
transformación antropológica que impulse la edificación de la
civilización del amor. El Catecismo de la Iglesia nos enumera las obras a
la que nos exhortó Cristo desde su ejemplo: “Las obras de misericordia son
acciones caritativas mediante las cuales ayudamos a nuestro prójimo en sus
necesidades corporales y espirituales. Instruir, aconsejar, consolar,
confortar, son obras espirituales de misericordia, como también lo son perdonar
y sufrir con paciencia.
Cristo nos
pone ante la circunstancia de darle todo sin esperar nada, sin buscar nada, tan sólo la realidad
de darse, pues el único sentido de su actuación es el amor que comparte con el
Padre. Romero nos impulsa entonces a pensar en la necesidad de comprender a la
misericordia como un camino hacia la justicia.
Romero mira a
Cristo
Recordando la
parábola del hijo pródigo, Romero nos recuerda que “preferiría que nos
sentáramos en silencio y recordáramos que esas páginas del hijo son nuestra propia
historia individual. Cada uno de ustedes, así como yo, podemos ver en
la parábola del hijo pródigo nuestra propia historia, que se reduce siempre […]
por irnos a gozar la vida sin Dios, el pecado. Y una espera de Dios, esperando
el día en que el hijo llegue; y cuando el hijo, tocado por la miseria, por el
abandono de los hombres, se acuerda que no hay más amor que el de Dios”.
La
misericordia de Cristo nos revela a Romero como un hermoso despertar de una
cruel inhumanidad. Representa
ojos nuevos para ver la verdad de la realidad y de los seres humanos. Monseñor
nos muestra la profundidad de la bondad de Dios, cuyo rostro es Cristo, que se
concreta en que está en favor de la vida de los pobres, en que ama con ternura
a los privados de vida, en que se identifica con las víctimas de este
mundo. Sin embargo, no arremete contra los ricos como se suele hacer
con facilidad irresponsable. Todo lo contrario, les muestra su
misericordia, aunque pueda pensar que son responsables directos o indirectos de
la miseria de otros.
Su
misericordia es aquella que decide en libertad y por amor, emprender el camino
a Jerusalén; una misericordia militante y comprometida, pero no con nuestros
intereses, siempre subalternos, sino con la procura de Reino en la tierra que
no es otra cosa que la búsqueda de la civilización del amor. Y tan concreto fue
su compromiso la misericordia de Cristo y su opción por los pobres, que lo
último que pronunciaron sus labios fue: “que este Cuerpo inmolado y esta Sangre
Sacrificada por los hombres nos alimente también para dar nuestro cuerpo y
nuestra sangre al sufrimiento y al dolor, como Cristo, no para sí, sino para
dar cosechas de justicia y de paz a nuestro pueblo”. Paz y Bien
-Valmore Muñoz
Arteaga. Director del Colegio Antonio Rosmini. Maracaibo, Venezuela.
Publicado
por Vida Nueva
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