Testimonio | Javier Sánchez, capellán de la cárcel de Navalcarnero/RD
Arrepentirse en el cuarto
de la basura
"Y por encima de la basura, el amor de
Dios"
Hace unos días
me echó una instancia un chaval de la cárcel que yo no conocía, por
el nombre sabía que no era español, pero tampoco sabía de dónde era, no me
sonaba de nada, e imaginé que llevaba poco tiempo en prisión. En la instancia decía:
“Solicito, por favor, señor cura, si puede ayudarme. Ingresar algo en peculio,
ya que llevo tres semanas sin me ingresen nada, sin hablar con ellos, no sé
nada de mi familia, me gustaría llamarlos. Con todo respeto. Muchas gracias”.
Ese mismo
día fui a verle al módulo donde está (está en uno de los
llamados “módulos de respeto”, que son módulos un tanto diferentes, con una
autogestión por parte de los chavales, y donde el ambiente es mejor que en
otros), y enseguida salió. Se llama Enmanuel.
Como
siempre, nada más verme, me sonrió, me saludó y me dio las gracias
por haber ido a verle tan pronto, porque me decía había echado la instancia el
día anterior. Me dijo que era de Nigeria, y que llevaba poco tiempo ahora en
Navalcarnero, porque lo habían regresado de tercer grado, de nuevo a la cárcel,
porque había tenido algún problema. Me dijo que tenía aquí a su familia
y que no había podido hablar con ella hace algunas semanas por falta de dinero para
poder hacerlo. Era un poco tarde ya, casi la hora de comer, y le dije que
volvería al día siguiente para que me contara más despacio lo que le pasaba. Se
despidió afectuosamente, con otra sonrisa y yo como siempre, también le di un
abrazo, y le dije le vería al día siguiente por la mañana.
Al día
siguiente fui a buscarlo y ya me contó más despacio. Le habían regresado por
llegar tarde al CIS (es el centro de inserción donde cumplen condena los que ya
están en tercer grado y pueden salir a trabajar), y que le habían regresado
para allá. Que estaba mal, porque no podía hablar con su familia y que solo
necesitaba eso, aquí estaban su mujer y un hijo, pero que tenía también tres
hijos en su país. Me parecía un hombre sincero, sencillo, y en una
situación de desvalimiento por su parte, y que a la vez confiaba en que
yo le pudiera solucionar su situación.
Yo le dije que
intentaría ponerle cuanto antes dinero en el peculio para que así pudiera
llamar a su mujer y decirla cómo estaba. Antes de terminar la
conversación, me dijo que quería también confesar. “Cuando
quieras puedes confesar, si quieres ahora mismo”. Pero Enmanuel me dijo que no
estaba preparado y que prefería mejor otro día. Quedamos en vernos la semana
próxima y de nuevo nos dimos un abrazo de despedida.
Como siempre
me impresionó la actitud de este hombre; es impresionante que una
persona en prisión te diga que no está preparado para confesar, que necesita tomarse
su tiempo… y pensé en las confesiones que hago yo, o las que a veces
hacemos en la parroquia, los que no estamos presos, y “somos buenos”, o así nos
lo creemos. Este hombre necesitaba prepararse para el encuentro con Dios, para
recibir su perdón, no quería hacerlo a la ligera. Recordé enseguida las
palabras del hijo menor, en la parábola de San Lucas, “Padre he pecado contra
el cielo y contra ti, ya no merezco llamarme hijo tuyo….” Quizás en el fondo
Enmanuel también pensaba lo mismo y no se atrevía a volver a la casa del Padre.
Me marché del módulo emocionado, y con su rostro necesitado, y a la vez su
sonrisa, en mi retina y en mi corazón.
Esta semana he
vuelto a ir al módulo y lo he
llamado como quedamos; lo primero que ha hecho ha sido darme las gracias por la
fidelidad que he tenido en volver a verlo. Y enseguida me ha dicho que
sí, que ahora estaba preparado. No nos dejan subir a los despachos de
encima de los módulos para hablar con los chavales, tenemos que hacerlo en una
especie de pasillo de entrada a los mismos, pero cuando es una conversación más
privada siempre pido por favor me dejen ir a un sitio “más digno”, donde
podamos estar con una mayor intimidad. En este caso, estaba allí el jefe de
servicios (el responsable de los funcionarios cada día), y se lo he preguntado
a él, dónde podía ir.
Se ha puesto
un poco nervioso porque no sabía dónde pero enseguida ha encontrado un sitio:
en el cuarto de basuras, a la entrada del módulo. Cuando me lo ha dicho, la verdad es
que me he quedado como sin palabras, ¿no había otro sitio? ¿no nos merecíamos
poder estar tranquilos en otro lugar más digno? Y confieso que he sentido mucha
rabia, y he estado a punto de decir algo, pero luego he pensado que no merecía
la pena, y que el Dios de misericordia, estaba también allí, y sobre todo que
no nos iban a impedir, aunque quisieran que Enmanuel tuviera ese encuentro con
El.
Antes de
confesar, han llegado otros funcionarios, responsables del trabajo dentro el
módulo, y Enmanuel quería hablar con ellos para ver si le podían dar trabajo, y
así lo ha hecho. Al terminar, hemos ido a nuestro cuarto de basuras
para poder confesar.
El cuarto está
a la entrada del módulo, tiene una puerta de hierro, y cristales alrededor
rugosos, había un gran contenedor, y charcos en el suelo, tiene aproximadamente
tres metros cuadrados, y allí nos hemos situado. Por supuesto de pie, uno
frente al otro. Por dentro también he recordado los suntuosos confesonarios que
en algunas parroquias existen. Y por supuesto he recordado el espacio
que teníamos en nuestra antigua parroquia de la Sagrada Familia en Fuenlabrada (de
la que nos invitaron a salir por orden episcopal), que era simplemente un
espacio a la entrada de la parroquia, con una mesa en el centro y dos sillas,
una frente al otro, y en el que muchas veces podíamos compartir el Sacramento
de la penitencia, pero que desde las “altas esferas” episcopales
tachaban de indigno porque no estaba cerrado, y que en enseguida los nuevos
curas quitaron. Me hubiera gustado que estuviera allí, en el cuarto de
basuras, el obispo que así pensaba, para que viera dónde tenía que estar con
Enmanuel… igual decía que allí no podía confesarlo y hasta le negaba
la confesión…
Al entrar a
nuestro cuarto de basuras, algo por dentro me conmovió porque confieso que no
sabía cómo situarme y me daba mucha rabia. Pero el sentimiento se transformó
cuando vi la cara de mi amigo, que entraba, se situaba enfrente de mí y me
cogía las manos para decirme, con una sonrisa, como siempre, GRACIAS. Hicimos
la señal de la cruz y comenzó a hablar.
Solo dijo que
pedía perdón por todo lo que había hecho mal, que pedía perdón a su familia, a
su mujer y a su hija, y que estaba muy arrepentido, que quería comenzar una nueva vida, y
que confiaba en que el Padre Dios lo perdonaría. Que quería confesar porque
quería comulgar también el sábado en la misa. “Sólo pido a Dios que me ayude a
cambiar de vida”. Al escucharlo, brotaron dentro de mí muchos sentimientos de
agradecimiento y de compasión. Cuando hablaba lo decía con una cara seria, y
con un sentimiento profundo de arrepentimiento. Recordé muchos momentos de
Jesús en el Evangelio… y solo se me ocurrió decirle gracias por lo que estaba
contando, y decirle que Dios lo abrazaba y lo invitaba a cambiar.
Le dije lo
mucho que Dios lo quería y lo feliz que se sentía por haber querido acercarse a
Él; con las
manos cogidas (unas manos frías, porque el lugar como digo era inhóspito),
rezamos juntos el padrenuestro y luego le di la absolución, con las manos
impuestas encima de su cabeza, como también hacía Jesús. Y al terminar le dije
que nos diéramos un abrazo, y que sintiera que no era yo quien lo abrazaba,
sino el mismo Dios, porque era el abrazo del Padre al Hijo que había querido
volver a su lado. Y después de abrazarlo fuertemente, me dio de nuevo las
gracias y volvió a sonreír. Salimos de nuestro “confesonario”, y nos dirigimos
hacia el módulo, donde ya nos despedimos, dándonos de nuevo otro abrazo.
Cuando salí
hacia los pasillos de la llamada M-30, el cuadrado que da la vuelta a toda la
cárcel, salía sin palabras y con el corazón lleno; aquel lugar de basuras,
desagradable y tétrico, había sido sin duda el mejor confesonario para recibir
el perdón y el abrazo de Dios. Aquel lugar inhóspito había sido testigo del
arrepentimiento de alguien delante del Dios de la vida. Y por supuesto que di
gracias a Dios profundamente por ello. Y recordé las palabras que
Monseñor Romero decía: “Dios está en medio de nosotros… Dios está
presente, está activo, observa, ayuda y a su tiempo actúa oportunamente”.
Y esa mañana, había actuado en Navalcarnero, en aquel cuarto de
basuras, había actuado como solo Él sabe hacerlo, desde lo pequeño, desde
abajo, pero desde el encuentro personal con aquel hombre que quería encontrarse
con El, y que ni la cárcel ni sus impedimentos fueron capaces de impedirlo.
Y junto a eso
también sentí, tengo que decirlo impotencia porque sigo creyendo que
las personas, y los presos son personas, se merecen algo más de dignidad y de
consideración. No he visto aun al director del centro desde aquel día, pero
tengo que hablarlo con él. Me parece que ellos se merecen algo más y es
necesario tener otra sensibilidad diferente. Pero mientras tanto, lo que si le
pido a Dios es que esto no me impida seguir hacia adelante y seguir haciendo lo
que tengo que hacer, en cada momento, que es creo yo, estar en Navalcarnero con
aquellos que me necesiten, sabiendo que no soy yo el que lo hago, sino que
Alguien lo hace conmigo.
Ayer tuvimos
la Eucaristía como cada sábado, y Enmanuel fue a comulgar, con esa sonrisa que lo caracteriza y
con el abrazo de Dios que le llenaba de arriba abajo. Al verlo, de nuevo me emocioné
porque pensé enseguida en el encuentro de esta semana, ya no pensé en el cuarto
de basuras, sino que solo me vino a la cabeza y al corazón su abrazo, su
sonrisa, y sus palabras de arrepentimiento. Y ya sentí menos rabia,
sentí alegría porque estaba allí (además se había caído jugando al
futbol y tenía una muleta), y porque por encima de la basura, estaba el amor de
Dios, o mejor, como decía Dorothee Solle “Dios estaba en la basura” (así
lo dice en su libro “Dios en la basura”, relatando sus experiencias en América
latina); un libro que leí al poco tiempo de ordenarme, y que ahora estos días
también he recordado. Pero estaba y está en la basura transformándola y
llenándola de vida, como también dice ella misma.
Gracias a este
hombre de nuevo se me ha hecho presente el Dios de la misericordia y de la
vida, en un lugar de sufrimiento, de muerte y de cruz, como es Navalcarnero. El evangelio de ayer era el de la
pobre viuda que echa unos céntimos en el arca de las ofrendas, unos céntimos
que por supuesto Jesús, tanto pondera. Esa pobre viuda sencilla, generosa y
solidaria es puesta en el evangelio como modelo de entrega y de vida, un
pequeño gesto que mueve montañas. Es lo que cada día descubro y vivo en la
cárcel, y ojala que lo pueda seguir viviendo cada día. Y de nuevo las palabras
del Santo de América: “Con este pueblo no cuesta ser buen pastor”. Porque de
nuevo, los “malos”, los crucificados, “los publicanos y pecadores de la
cárcel”, me acercan el rostro auténtico y verdadero del Dios del Evangelio. Ojalá
que nuestra iglesia de confesonarios también sea capaz de descubrirlo así,
ojalá que descubra que la dignidad no está solo en el espacio sino en el Dios
que predicamos y vivimos cada día en el seno de nuestras comunidades. Que
descubramos ese encuentro en los encuentros que tengamos cada día con los que
nos cruzamos. Y que hagamos nuestras las palabras del Evangelio “Estuve en la
cárcel y vinisteis a verme….”(Mt 25,36).
Navalcarnero 6
de Noviembre de 2021
Publicado por Religión Digital
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