Vida Humana | Vicente Niño Orti, OP/RE
Desequilibrios
Desequilibrio.
Una manifiesta nota de falta de equilibrio noto que nos envuelve en este otoño
en el que el frío no termina de llegar, pero el calor ya se fue. Desequilibrio
como si no lográramos del todo adaptarnos a la situación que nos rodea. Lo que
genera una especie de ansiedad, de malestar, de saturación, de sobrecarga, de
agobio. De angustia apocalíptica leía el otro por las redes en tremenda
expresión.
No sé si será
la pospandemia y que dos años nos han colocado en unas reacciones, modelos y
formas que sin terminar de irse tampoco nos dominan del todo. O si será que
comenzamos a notar que las ingenierías sociales covidianas están dando pasos
agigantados y nos cogen con el pie cambiado entre quien somos y quien nos
quieren hacer ser. Desequilibrio. En el trabajo, en la economía, en la
política, en lo social. Desequilibrio que tiene que ver con inseguridad. Con
desconfianza. Con falta de esperanza.
Parece que
somos meros espectadores de cómo lo que conocíamos como normalidad, como
seguridad, como estabilidad, como serenidad, va derrumbándose poco a poco. Como
si asistiésemos impotentes a la caída de una ficha tras otra de dominó. Y no
fichas concatenadas, lo cual sería al menos de lógica comprensible. Sino fichas
unas aquí. Otras allí. Aparentemente sin relación. Pero imposible ya pensar que
no hay algo que conecta todas las caídas. Son demasiadas.
Nos rodean por
todos lados mensajes de miedo. Un gran apagón, apocalipsis económicos,
políticas disgregadoras partidistas e incendiarias, egoísmos empresariales o
sindicales, rupturas, quiebras. Mirar al futuro pareciera que es como colocarse
ante las tormentas esas de las películas que se acercan desde el horizonte como
negruras impenetrables que no auguran nada bueno.
Y eso mina.
Desarma. Desmonta. Debilita. Enflaquece. Angustia. Enfada.
Pero vivir es
resistir. Y no hay otra manera. Y aún más que resistir, vivir se trata de
tratar de que no pasen los días sin más arrojados al tiempo, sino que el tiempo
se llene realmente de sentido.
¿Cómo hacer
eso en tan sombrío panorama? ¿Cómo resistir, es más, cómo construir para no
dejarse arrastrar contra los acantilados de la desesperación por los cantos de
las sirenas que no son sino chillidos escondidos, profetas de calamidades?
Aquí llega el
bueno de García-Máiquez en nuestra ayuda. El otro día le escuchábamos hablar de
Aristocracia y Fe en el Colegio Mayor Moncloa, y rebosaba por todos lados un
vaso medio lleno de optimismo y gracia. Y aunque no hablaba de esto que les
cuento aquí yo hoy, de lo que nos contaba sí que se pueden sacar pistas para
vivir mejor y hacer del mundo un lugar mejor.
Primero –y tal
vez no haría falta más- necesitamos una visión (no sé si él lo diría así)
teologal, creyente, providencialista, de fe, al mirar lo que nos rodea. Mirar
creyendo en Dios significa recordar que no solo nada está perdido, sino que
todo está en vías de triunfo. Mirar con amor. Con confianza. Con esperanza. Con
fe.
Segundo, eso
nos exige actuar conforme a ello, es decir, desde esa aristocracia de espíritu
que no duda en el combate por el bien, la bondad y la belleza, en vivir
esforzados y sonrientes, para defender aquello que merece ser mantenido en pie
y defendido de tanta locura destructora. Porque hay mucho bueno en derredor que
es realmente fascinante y maravilloso. Y que aunque eso exija esfuerzo, empeño,
constancia, a veces apretar los dientes, muchas más tener anchas espaldas que
aguanten, la promesa de vida de Dios siempre tiene recompensa.
Tercero,
desdramatizar, tomarse todo con una buena dosis de humor, de gaditano choteo,
de forma sana y autocrítica, de saber que no hay mal que cien años dure (ni
cuerpo que lo resista…), y que tampoco es para tanto todo, que hay mucho de
bueno y de sano y de positivo y de hermoso en torno y que hay que buscarlo y
disfrutarlo. Que hay muchísimo de bueno, bonito y grato si se sabe mirar más
allá de lo que nos quieren contar siempre.
Con esas
claves, aunque los desequilibrios no terminen quizás de arreglarse del todo, sí
que estaremos en camino de estar de otro modo ante ellos. Sí que tendremos la
fortaleza interna para hacer frente a la tormenta, y para mantener en pie
aquellas cosas que merecen la pena ser salvadas de la generalizada destrucción.
Y si al final uno es vencido, al menos, que le quiten lo bailao.
Publicado por Revista Ecclesia
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