Reflexión | José Antonio Rosado/RE
Nos
falta tiempo
No
sé a usted, pero a mí me falta tiempo. Me levanto muy temprano, tanto que hasta
los fines de semana me despierto a horas donde solo los panaderos –los pocos
auténticos que quedan–me acompañan. Aún de noche, salgo de casa para ir a
trabajar. Muchas veces como en el despacho o algún pintxo –para los vascos esto
es como irnos a tomar un vinito–en algún bar cercano. Vuelvo a la oficina.
Somos tres los que formamos este equipo. Les pregunto y están igual o peor.
Volvemos a casa como antes, sin ver el sol. Pregunto a amigos en sus
respectivos trabajos. Me dicen lo mismo. Todos agobiados, todos con la agenda
llena. ¿Qué pasa?
Es
cierto y algo triste que el tiempo pasa rápido, tanto que no saboreas los días.
Lo bueno pasa volando y lo malo también, aunque esto último es como la canción
de Sabina, 19 días y 500 noches. Cuando te quieres dar cuenta, estas en la cama
rezando las tres Ave María y quedándote dormido. Y en el mejor de los casos,
puedes estar un rato en el sofá, pero, zas, el móvil te aparta de la realidad y
los minutos, los pocos minutos libres que podrías tener para ti, para pensar en
el día, recordar con quien has estado, qué te ha salido mal y qué cosa o
persona te ha hecho reír, los pasas tecleando, mirando Instagram o wassapenado
con varios a la vez.
Sin
duda nos falta tiempo. Pero no es culpa de las 24 horas que siempre han regido
los días. Sin duda es culpa del ritmo de vida que poco a poco ha ido calando en
nuestras rutinas, globalizadas, hipercomunicadas, modernas y tecnológicamente
avanzadas. Este es el peaje que estamos pagando por ello. Una mejor
organización ya no basta. Unas políticas de conciliación serían otra de tantas.
Necesitamos tiempo. Parar y respirar. Dar un paseo, andando o en bici, sin ir a
ningún lado en concreto. Releer aquel libro que tanto nos gustó. Hablar por
teléfono con quien hace mucho que no hablas. Aburrirse. Cocinar. Limpiar,
organizar tu armario o decorar la casa. Probar un nuevo menú en aquella tasca o
visitar una tienda nueva. Incluso sí, estar un tiempo de calidad frente al
Señor, hablarle sin prisas, porque a este ritmo se nos olvidará como hacerlo.
Entrar en una iglesia y sentarte. Todo esto es lo que nos falta y el precio de
esta sociedad alocada, inquieta y ruidosa está siendo alto.
Publicado
por Revista Ecclesia
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