Fe y Vida | Miguel A. Munárriz/FA
Juan Bautista
Lc
3, 1-6
«Ya
está el hacha puesta a la raíz de los árboles; y todo árbol que no dé buen
fruto será cortado y arrojado al fuego»
Juan
era un profeta enfrentado al sistema; un hombre austero y exigente consigo
mismo que recorría el Jordán invitando al pueblo a volver la espalda al pecado,
a cumplir su parte de la Alianza con Dios, a la penitencia y al bautismo por
inmersión. Se movía entre Enón (cerca de Salin) en Perea, y las inmediaciones
de Jericó, en Judea, y allí acudía gente de toda Palestina a escucharle.
El
gran éxito de Juan provenía del hecho insólito de abrir una puerta de salvación
al pueblo llano y depauperado. A aquella chusma maldita —según expresión de los
fariseos—, a los que todos despreciaban y condenaban de antemano, les decía que
el Señor no les despreciaba; que también podían acceder al reino de Dios; que
la salvación, en contra de lo que decían las autoridades religiosas, no estaba
reservada a los selectos, sino a todos los que se convirtiesen arrepintiéndose
de sus pecados.
Su
enfrentamiento con las autoridades civiles tenía su origen en que Juan les
hablaba con inusitada crudeza, denunciaba en público sus abusos y ponía de
relieve sus vicios y corrupciones. También estaba amenazado por las autoridades
religiosas, porque ofrecía la salvación al pueblo a través de un rito no
sancionado por ellas, y en lugar profano; ajeno al Templo. La gente sagrada de
Israel no podía permitir un hecho de estas dimensiones al margen de su omnímoda
influencia.
En
cualquier caso, su fama como profeta era formidable y crecía de día en día.
Mucha gente de Jerusalén, de toda Judea e incluso de Galilea, salía al Jordán a
escucharle y a ser bautizados por él.
Los
cuatro evangelistas lo presentan como el precursor de Jesús, su heraldo, pero
el discurso catastrofista de Juan —«ya está el hacha puesta a la raíz de los
árboles»— nada tiene que ver con el discurso de Jesús. Tampoco lo tiene su
estilo de vida; ascético en el caso de Juan, y hasta cierto punto confortable
en el de Jesús. Juan es el último de los profetas alarmistas propios del
Antiguo Testamento, y Jesús es el portador de la Buena Noticia. Nada que ver.
No
obstante, ambos tenían en común que fueron aceptados por el pueblo llano, y
acosados hasta la muerte por los poderosos que no querían ver su modo de vida
comprometido por la predicación de aquellos marginados. También tenían en común
que su coherencia y su coraje los llevaron a la muerte.
Y
ésta es una constante a lo largo de la historia. Dios esparce la palabra a
boleo para que llegue a todos, pero solo es aceptada por los que se sienten
necesitados de ella; por los insatisfechos, por los que desean mejorar y están
dispuesto a cambiar. Es rechazada por los entendidos que se sienten seguros y
no precisan de la Palabra de nadie; por los que se sienten satisfechos y
quieren que todo siga como está.
Publicado
por Feadulta.com
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