Pensamiento | Martin
Gelabert
El deseo humano
es insaciable
El humano es
un ser de deseos. Quizás porque también es un ser carencias. Siempre nos falta
algo: algo de saber, algo de belleza, algo de salud, algo de juventud. No hay
ser humano que no desee algo y, sobre todo, que no desee, de una u otra manera,
lo que es bueno para él. O al menos lo que él considera bueno. Todos nuestros
deseos están movidos por la búsqueda de la felicidad. Hagamos lo que hagamos,
siempre buscamos la felicidad. Incluso cuando hacemos cosas que al final nos
perjudican, el motivo de hacerlas no ha sido el mal resultado final, sino la
inicial pretensión de encontrar en ellas gozo, placer, alegría, en suma,
felicidad. El que abusa del vino o de la droga, no pretende ponerse enfermo, lo
que pretende es conseguir un momento de placer.
El problema es
que nunca conseguimos una felicidad plena. En las “coplas por la muerte de su
padre”, Jorque Manrique lamentaba “cuán presto se va el placer; cómo después de
acordado, da dolor”. Unamuno lo decía de otra manera: “la satisfacción de todo
anhelo, no es más que semilla de un anhelo más grande y más imperioso”. Ocurre
que, una vez que hemos conseguido lo que decíamos o pensábamos querer, lo
conseguido dura poco y nos sabe a poco. Por eso, seguimos buscando siempre más
y más y mucho más. Ya se sabe: “el que tiene un beso, quiere tener dos; el que
tiene veinte busca los cuarenta y el de los cincuenta quiere tener cien”. Lo
bueno siempre nos sabe a poco. En el fondo somos insaciables.
El ser humano
vive en una permanente insatisfacción. Decía George Sand que a las personas nos
gusta viajar tanto porque no estamos contentos en ningún lugar. Bernardo de
Claraval decía que los seres humanos, en lugar de agradecer lo que tenemos, nos
pasamos la vida lamentando lo que no tenemos, pues la ambición humana es
insaciable. El codicioso nunca se harta de dinero, dice el libro del Eclesiastés
(5,9). Por eso los ricos no suelen ser generosos, porque todo lo que tienen les
parece poco. No es sólo que den lo que les sobra, como dice la historia de esa
viuda del evangelio que dio todo lo que necesitaba para vivir; es que no les
sobra nada y siempre quieren más.
No hace falta
fijarse en la gente ambiciosa para constatar que el deseo es algo propio de
todo ser humano. En la mayoría de las personas se trata de deseos limpios y
honrados. Todos deseamos, con toda razón, tener buena salud, encontrar buenos
amigos, triunfar en la vida. También ahí los buenos deseos nos abren a deseos
mayores. El ser humano siempre está en búsqueda, nunca está satisfecho con lo
que tiene. Esta es una característica que nos distingue de los animales. En los
animales, el hambre de alimento, de compañero, de protección, cesa tan pronto
ha sido satisfecha. No ocurre así con el ser humano. Es un ser pequeño, pero
con deseos tan grandes que la naturaleza nunca logra saciar.
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