Reflexión | Miguel A. Munárriz/FA
La llamada
Lc
5, 1-11
«Ellos
sacaron las barcas a tierra y, dejándolo todo, lo siguieron»
En
mayor o menor medida, todos nos sentimos llamados a hacer algo en la vida.
El
hedonista se siente llamado a disfrutar de los placeres y momentos gratos que
le brinda la vida, el existencialista a construirse a sí mismo para dotar de
una esencia personal a la existencia que ha recibido, el místico a buscar a
Dios en lo más íntimo de su ser, el hinduista a cultivar el equilibrio interior
que le permita contribuir a la armonía universal, el cristiano a responder al
amor de Dios con amor a los demás…
En
el caso del cristiano, hay muchas formas de responder a la llamada dependiendo
de la personalidad de cada uno, aunque, básicamente, podemos decir que unos
responden alabando a Dios con la oración y la práctica frecuente de los
sacramentos y otros ayudando a quienes los necesitan. No obstante, si
levantamos un poco la vista hacia el horizonte, quizá veamos que la misión
última del cristiano es construir humanidad; es decir, colaborar en la obra de
Dios porque Dios necesita de nosotros para sacarla adelante.
Desde
esta perspectiva, también podemos comprobar que todas estas formas de sentir la
llamada y responder a ella están engarzadas entre sí y encaminadas a un mismo
fin, porque la “humanidad” solo se puede construir con una actitud de ayuda a
los demás, y para lograr esta actitud es precisa la oración.
Es
probable que conozcan la leyenda de aquel maestro de obra que, en plena Edad
Media, visitaba la sección de cantería en el solar donde se estaba construyendo
una catedral. Dice la leyenda que se acercó a uno de los canteros, y le
preguntó: «¿Qué estás haciendo?», y él le respondió: «Estoy tallando este
bloque de mármol». Le hizo la misma pregunta a un segundo cantero, y éste le
dijo: «Estoy fabricando un capitel». Siguió su camino, y ante la misma pregunta
un tercer cantero le respondió: «Estoy construyendo una catedral» … Los tres
estaban haciendo lo mismo, pero con una perspectiva y una motivación muy
diferentes.
Nuestra
catedral es la humanidad, y para construirla es necesario convertirse en
servidor, compartir lo que tenemos con los que no tienen, perdonar setenta
veces siete, trabajar por la paz y la justicia, y, en definitiva, hace falta
que «los hombres vean en nuestras buenas obras el amor del Padre» (Mt 5,16).
Nosotros creemos en Abbá porque lo hemos visto reflejado en Jesús, y “los
hombres” solo podrán creer en Jesús si ven en nosotros unos criterios de vida
más sólidos y convincentes que los que les ofrece el mundo.
Y
es que responder a la llamada de Jesús comporta una gran responsabilidad. Por
eso, Ruiz de Galarreta proponía el siguiente lema como propio del cristiano:
«Máximo compromiso, máxima confianza» … Máximo compromiso porque la envergadura
de la tarea así lo requiere, y máxima confianza porque ese compromiso es con
nuestra Madre.
Publicado por Feadulta.com
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