Fe y Vida | José Luis Pinilla, SJ/VN
La mano femenina de Dios (Vida religiosa y migraciones)
Es
complicado esto de mantener el eco de las Jornadas donde se vuelca tanto
material para reflexionar, orar y celebrar. Por ejemplo, acaba de cumplirse la
Jornada de la Vida Consagrada y, al hacer un repaso de las innumerables
ofertas, lecturas posibles, acciones, etc. me sentí un poco abrumado. Y no
sabía que “liebre” perseguir de las muchas que se abrieron paso en estos días.
Me decidí por aplicarme a celebrarla en torno a la Vida Religiosa y los
migrantes. Que como podréis comprender da para largo y para mucho.
Repasé
varias historias. Pero solo escogí las historias femeninas. Siempre me han
cautivado. Sobre todo, cuando uno tiene la suerte y la gracia de haber
compartido la experiencia interior en muchas tandas con religiosas en
Ejercicios espirituales.
Historias
valientes
Son
historias de mucha vida profética y valiente. Aquí van algunas.
Por
ejemplo, las de las religiosas Scalabrinianas junto a los migrantes y
refugiados en Lesbos. Donde por segundo año consecutivo, en agosto pasado, un
grupo de monjas ha realizado una misión no estable sino itinerante (una
identificación más con el camino migratorio) en la isla griega, en colaboración
con la Comunidad de Sant’Egidio, para apoyar a los miles de personas que buscan
acogida en Europa. Barricadas, alambre de espino y policía es la imagen que
describe una de ellas recién llegada… “Aquello me recordaba al campo de
Auschwitz”.
Me
impresionó –aparte de sus testimonios siguiendo el rastro profético de Isaías
para “consolar a su pueblo” (Is.40.1-11)– el rincón donde escogieron para hacer
oración. Lo situaron allí donde se arrojan los chalecos salvavidas.
Sensibilidad y acierto en un contexto que tanto debió ayudarles en la oración.
O
el de esas otras Religiosas del Sagrado Corazón que quisieron “atravesar”’ el
muro de Trump por los migrantes y recorrieron los dos lados del muro (3.169
kilómetros de frontera) que divide Estados Unidos de México, como si fueran dos
orillas de un mismo mar, uniendo a su paso tanto la oración necesaria como el
aire que respiran como el compromiso de la ayuda humanitaria. Y así trasmitir
su testimonio para involucrar a más jóvenes en estos proyectos de un lado y del
otro, pegaditas al muro.
Mujeres
de frontera
Podría
seguir recordando muchas más historias de estas mujeres de frontera y en la
frontera. Valgan sencillamente estos dos ecos que nos descubren en la Vida
Religiosa femenina el rostro materno de Dios. Con su vida apuntado hacia “la
luna” para que nosotros no nos quedemos contemplando solo el dedo. Y nos
acostumbremos, asumamos y promovamos el materno rostro de Dios.
Aquel
que se cruza con nuestra mirada. Como se apunta hacia las manos de Dios depositadas
en el hombro del hijo retornado (porque en verdad el “pródigo” es el Padre) en
el impresionante cuadro de Rembrandt ‘El Hijo prodigo’. Si quieres ver todo el
cuadro te invito a centrarte en las manos. Como escribe Henri J. M. Nouwen, “en
cuanto me di cuenta de que las dos manos eran diferentes, se abrió ante mí todo
un mundo nuevo de significados. El Padre no es solo el gran patriarca. Es madre
y padre. Toca a su hijo con una mano masculina y otra femenina”.
Hoy
yo quiero destacar la mano femenina de Dios –la que me han revelado esas monjas
que trabajan con migrantes–. Esa mano derecha no está solo para sujetar y
sostener (¡que también!) Quiere acariciar, mimar, consolar y confortar. Es la
mano de una madre. Es fina y suave. Los dedos están cerrados y son muy
elegantes. Se apoyan tiernamente sobre el hombro del hijo menor. Son, sin lugar
a dudas, las manos de Dios, en quien femineidad y masculinidad, maternidad y
paternidad, están plenamente presentes. Pero hoy me quedo con la feminidad y la
maternidad. Y con el retorno del hijo que había marchado a un país lejano: “Lo
que aquí veo es a Dios como madre”, dice Nouwen en sus ‘Meditaciones ante un
cuadro de Rembrandt’. Nouwen ha “visto” al anciano que representa a Dios como
“la madre que acaricia a su niño, le envuelve con el calor de su cuerpo, y le
aprieta contra el vientre del que salió”. Es el hijo retornado “recibiendo en
su vientre a aquél a quien hizo a su propia imagen. Los ojos casi ciegos, las
manos, el manto, el cuerpo inclinado, todo recuerda al amor divino maternal,
marcado por el dolor, el deseo, la esperanza y la espera sin fin”.
Caricias
proféticas
Este
es un breve acercamiento a esas caricias proféticas de la Vida Religiosa
femenina junto a los migrantes. ¡Tanta y tanta! La que hace descubrir el rostro
materno de Dios y sabe hacer – probablemente mejor que nadie– aquello que os
decía de Isaías:
“¿Acaso
olvida una mujer a su hijo
y
no se apiada del fruto de sus entrañas?
Pues,
aunque ella se olvide, yo no te olvidaré.
Fíjate
en mis manos:
te
llevo tatuada en mis palmas” (Is 49,15).
Publicado
por Vida Nueva
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