Espiritualidad | Academia de Líderes Católicos/VN
Propuesta para vivir una Iglesia sinodal
“Saber
escuchar”, la primera actitud para aprender a caminar juntos
‘Ad
portas’ de la Asamblea sinodal que se abriría al día siguiente –domingo 5 de
octubre de 2014–, en el Discurso del Santo Padre al cierre del Encuentro para
la Familia del sábado 4 de octubre, Francisco pedía precisamente en contexto
“de familia” que la búsqueda de una sociedad “justa y solidaria” (Ex. Apost.
‘Evangelii gaudium’, 66-68) fuese el horizonte que ayudase a “percibir la
importancia de la Asamblea sinodal”, que se iniciaría al deslumbrar el nuevo
día.
Junto
con la imagen de la calidez familiar, una segunda actitud que se percibía
especialmente sensible para Francisco en el contexto del Sínodo que alumbraba
era: “saber escuchar”; reiterándolo al concluir el Discurso mencionado:
“Pidamos ante todo al Espíritu Santo, para los padres sinodales, el don de la
‘escucha’: escucha de Dios, hasta escuchar con Él el clamor del pueblo; escucha
del pueblo, hasta respirar en él la voluntad a la que Dios nos llama”
(Francisco, Discurso del Santo Padre…, 2014).
Estos
dos puntos de vista me parecen fundamentales a la hora de ir fraguando la
adecuada metodología de los pasos sinodales. Caminar juntos, en una
perspectiva a-sinodal, puede ser un ‘ir uno al lado del otro’ con ideas propias
que se rumian en la conciencia; o, verdaderamente, caminar juntos puede
significar lo que ha de implicar un profundo deseo de entablar diálogo honesto:
intercambio deliberativo desde la fe para descubrir qué es lo que nos está
queriendo manifestar el Señor, que siempre habla en comunidad y en vistas a la
comunión. En efecto, emprender juntos una ruta para co-implicarse en ella pasa
necesariamente por saber con quién voy al lado, a quién puedo fiar mi historia
pasada y a quién puedo confiar mi esperanza del mañana. Requiere intimidad en
torno a lo que genera una espontánea comunión y también estar dispuesto en el
diálogo a reconocer los elementos que nos distancian y los que nos permiten
descansar en los puntos de acuerdo, mediante la iluminación del Espíritu Santo.
Una Iglesia
sinodal, por ello, ha de observar y asimilar un primer rasgo metodológico que
consiste en pasar largas horas escuchando y aprendiendo a escuchar en mayor
profundidad, para así no sólo atender requerimientos humanos, sino reconocer la
propia voz de Dios que habla en la Asamblea y en el hoy de la historia.
Escuchar
es más que oír: la clave del diálogo
Desde
los Fragmentos de Heráclito (de finales del siglo V a. de C.), en
Occidente ha quedado meridianamente claro que no ‘oyendo’, sino ‘escuchando’ al
Logos podemos captar la profundidad de lo que es. Obviamente, no persigue con
ello este presocrático hablarnos de panteísmo, sino de que, si vamos más allá
que de oír entidades dispersas, el Logos nos hará comprender que detrás de
cualquier manifestación está el Ser, dando el sentido a todo lo que es. Es una
llamada a la profundidad en la atención a lo que unifica, porque es fácil
quedarse en la superficialidad de múltiples voces meramente entitativas que
apuntan hacia objetivos diversos, movidos por distintas razones. Y esa es una
tentación que puede acontecer al interior de la propia Iglesia, siendo diversas
las motivaciones para ello. Por esta razón, ‘escuchar al Logos’, al ´Ser
de Dios que habla en la conciencia’ –aunque Dios no sea identificable con la
misma–, es una actitud clave para comprender las auténticas mociones del
diálogo sinodal.
El
Logos de Dios que habla especialmente ‘en’ y ‘con’ su Pueblo, el que para
reconocer genuinamente su voz y no la propia requiere de una ascética y un
auténtico espíritu de conversión del destinatario, que se inicia desde la
humildad cotidiana del ob-audire, de la obediencia filial que espera reconocer
la voz del Pastor y seguirla día a día. Es la razón por la que el salmo
invitatorio que reiteramos cotidianamente en la Liturgia de las Horas, el 94,
sea una llamada a entrar incesantemente en esa dimensión: “Si hoy escucháis la
voz del Señor, no endurezcáis vuestro corazón”.
El
error de un mero oírse, o cómo evitar perderse
La
tentación de dejar de hacer esto es, probablemente, una de las razones por las
que Francisco insistiera el 17 de octubre de 2015, en el Discurso del
Santo Padre con ocasión de la conmemoración de los 50 años de la institución
del Sínodo de Obispos que: “Una Iglesia sinodal es una Iglesia de la escucha,
con la conciencia de que escuchar “es más que oír”. Es una escucha reciproca en
la cual cada uno tiene algo que aprender. Pueblo fiel, colegio episcopal,
Obispo de Roma: uno en escucha de los otros; y todos en escucha del Espíritu
Santo, el “Espíritu de verdad” (Jn 14,17), para conocer lo que él “dice a las
Iglesias” (Ap 2,7)”.
Esto
consiste en una llamada a querer identificar en sintonía fina como Iglesia cuál
es la auténtica inspiración del Espíritu Santo en un tiempo en el que no sólo
se levantan voces altisonantes contra la Iglesia de Roma, en algunas latitudes,
planos y contextos; sino que dentro de la misma se alzan planteamientos que
amenazan la comunión. Esta ha sido, por ejemplo, la señal que ha provenido
desde la Iglesia alemana, que, habiendo oído, y al parecer, interpretado a
fieles (clérigos y laicos) de aquel país, viene con una propuesta que no
estaría en plena comunión con las orientaciones magisteriales que la Iglesia ha
conocido hasta ahora. ¿Estará dispuesta Alemania a escuchar el ‘sensus
fidei’ de la Iglesia ‘universal’, que es el modo cómo se expresa la identidad
católica?
Según
plantea el Papa al recordar el Sínodo, se actúa ‘cum Petro et sub Petro’ no
para limitar la libertad sino para garantizar la unidad: “el principio y
fundamento perpetuo y visible de unidad, tanto de los obispos como de la
muchedumbre de fieles” se encuentra en la persona del Romano Pontífice (‘Lumen
gentium’, 23). De ahí que la ‘servicialidad’ como carácter propio en conexión
con una adecuada ‘colegialidad’ sean el camino hermenéutico que legitimará los
acuerdos sinodales. Esa ha sido la constante en la experiencia de los Sínodos a
lo largo de la historia de la Iglesia, y no debiese variar en cuanto al
criterio, aun cuando los contextos culturales puedan abrir a escenarios
diversos.
Por
ello, la propuesta para vivir realmente imbuidos en la sinodalidad pasa por la
convergencia que surge desde una verdadera ‘justicia’ y disposición para la
‘solidaridad’, como advertíamos en un comienzo. Asignar lo que corresponde
desde una escucha atenta (justicia) y hacerse uno con la genuina voz del Pueblo
de Dios (solidaridad) dan cuenta de un valor y de un principio del pensamiento
social de la Iglesia que son fundamentales para abordar las tensiones
verticales y horizontales en vistas a una genuina edificación de la sinodalidad
que comience y termine por escuchar la voz del Señor.
Publicado
por Vida Nueva
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