Espiritualidad | Miguel A. Munárriz/FA
La índole de Dios
Lc
15, 11-32
«Estando
él todavía lejos, le vio su padre y, conmovido, corrió, se echó a su cuello y
le besó efusivamente».
Si
queréis imaginar a Dios —nos dice el evangelio de hoy—, pensad en un padre
abrazando al sinvergüenza de su hijo que ha vuelto a casa lleno de miseria
después de dilapidar la mitad de su hacienda (la hacienda del padre, claro) …
Y
lo primero que cabe resaltar es la genialidad de Jesús, que con una simple
parábola es capaz de mostrarnos la índole de Dios, el corazón de Abbá, y de
paso anunciar la mejor noticia que el ser humano haya podido recibir. Recuerdo
haberle oído decir a Ruiz de Galarreta: «Si el hijo que vuelve fuese admitido
en casa como peón, por pura bondad, podríamos hablar de un padre justo y
misericordioso, pero el padre de la parábola es mucho más que eso y le
restituye a la condición de hijo» …
Cabe
también destacar el carácter paradójico de la parábola, porque el protagonista
—un paterfamilias obligado a velar por la buena marcha de su heredad—, en lugar
de ceñirse a su papel, adopta el papel de madre; es decir, manda al traste la
hacienda y su dignidad por el amor incondicional que siente por su hijo.
Esta
actitud del padre resulta especialmente desconcertante para los cristianos que
concebimos a Dios en clave patriarcal, sin caer en la cuenta del serio
inconveniente que ello supone para entender la esencia evangélica. Como dice
Erich Fromm en su libro “El arte de amar”, el amor de una madre es
incondicional, mientras que el amor del padre hay que ganarlo y se puede
perder.
Cuando
la religión tiene un carácter matriarcal, Dios se caracteriza por profesar un
amor incondicional e igual para todos. El creyente sabe que su Madre no le
quiere por ser justo, sino por ser hijo, y que, aunque haya pecado, le amará y
no amará a otro más que a él. Este amor propicio lo que ocurre entre la madre y
el hijo, es decir, que el amor a Dios, y el amor de Dios hacia él, son
inseparables.
En
las religiones con acento patriarcal ocurre que el Padre tiene exigencias,
establece principios y leyes, supedita su amor a la obediencia, tiene
predilección por los más obedientes y capacitados, y las cosas se complican…
Nada que ver con el protagonista del texto de hoy.
Pero
esta parábola tiene otra cumbre que no tiene desperdicio, y es la conversación
del padre con el hijo mayor exhortándole a trascender el mundo de la justicia
fría y abrazar los dictados del corazón. Aparte del fondo del mensaje, llama la
atención la sutileza del diálogo entre ellos. El hijo mayor le dice: «…y ahora
que ha venido ese hijo tuyo, que ha devorado tu hacienda con prostitutas» … y
el padre le contesta: «…porque este hermano tuyo estaba muerto, y ha vuelto a
la vida; estaba perdido, y ha sido hallado».
La
buena noticia es que Jesús nos ha mostrado cómo es Dios para nosotros, y
resulta que es mucho mejor que lo que nadie había sido capaz de imaginar.
Publicado
por Feadulta.com
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