Convivencia | Diego Pereira Ríos
La
responsabilidad del cristianismo
En el actual contexto político latinoamericano y
mundial, los cristianos nos debemos un compromiso cada vez más serio con la
realidad. Seguimos viendo como los poderosos dominan el mundo a su voluntad,
deciden hacer el mal sabiendo que está mal, dominan, matan, hacen sufrir. ¿Cómo
debemos pararnos los cristianos ante esta realidad? ¿Cuál es nuestra
responsabilidad? Muchos cristianos se quedan “balconeando” –como dijo el Papa
Francisco- ante el gran espectáculo social sin hacer nada, incluso aquellos que
tienen lugares estratégicos en los medios de comunicación, siguen predicando
una palabra vacía, lejana de la realidad.
Muchos cristianos espiritualizan la realidad de forma tan armoniosa, que vacían
el Evangelio de contenido, y se dedican a hablar de lo que a nadie le importa.
Como dice un dicho popular: “rascan donde
no pica”. Muchos que trabajan en los medios, absorbidos por las
preocupaciones particulares, desviando la atención hacia donde les dictan sus
jefes, no se comprometen con la situación global, no se dejan interpelar por
las situaciones comprometedoras en las cuales se juega nuestro ser cristiano.
Muchas veces porque justamente eso compromete y hace que peligre nuestra honra.
Ante esto considero que, si es que queremos ser fieles
a las enseñanzas de Jesús, los cristianos debemos estar del lado de los más
débiles, denunciar las atrocidades que se producen en su contra y ayudarlos a
que se manifiesten y sean escuchados. Como dice Francisco, hoy en todo el mundo “Se encienden conflictos anacrónicos que se
consideraban superados, resurgen nacionalismos cerrados, exasperados,
resentidos y agresivos. En varios países una idea de la unidad del pueblo y de
la nación, penetrada por diversas ideologías, crea nuevas formas de egoísmo y
de pérdida del sentido social enmascaradas bajo una supuesta defensa de los
intereses nacionales” (FT 11). No podemos quedarnos cómodos en nuestra
tranquila situación (los que tenemos trabajo, casa y comida), mientras tantos
hermanos siguen muriendo por la lucha de sus derechos, por desesperación ante
el sistema que los trata como elementos molestos que obstaculizan el andar de
la historia. Las voces de toda Latinoamérica se están uniendo en un grito
desgarrador, revelando la situación desesperada en la que están, y nosotros no
podemos desviar la mirada hacia otro lado.
Debemos combatir los males de nuestro tiempo que nos
acosan a todos en nuestro interior: la indiferencia, el egoísmo, la competencia,
la intolerancia, la hipocresía, la violencia, el odio, el rencor, y tantos
otros males que nos deshumanizan. Todo ello se debe a la falta de un
pensamiento crítico que cuestione el orden establecido, que nos saque del
individualismo como producto de un encerramiento mental y espiritual que nos
lleva, no sólo al consumismo material, sino que también a una desvalorización
del saber popular. En este sentido, la educación como herramienta de
transformación, es absorbida por la apropiación del saber reducido a los
títulos y honores que nos proporciona un sistema universitario armado para
premiar al que es capaz y despreciar al incapaz. De ahí que el sistema
educativo que sigue cuantificando el saber y lo reduce a un número: el de la
calificación y del precio a pagar. Quien paga avanza, los que no pueden pagar
se estancan.
Los cristianos comprometidos con un mundo más justo
creemos en el Dios de la vida, que lo dio todo por sacar de las situaciones
humillantes a los hombres y mujeres de su tiempo. Nosotros no podemos vivir de
otra manera, si queremos ser verdaderos discípulos comprometidos con nuestros
hermanos que más sufren. Por eso, descubrir las injusticias es parte de la
tarea profética que nos toca asumir -don recibido en el bautismo, pero poco
visible hoy-. Seguir a Jesús hoy nos pone en un lugar de conflicto, en una
situación de tensión, de seguir haciendo lo que la religión enseña -sobre todo
reducida a una mera práctica sacramentalista- o comprometernos con nuestros
hermanos que habitan las periferias, estando cerca de aquellos que más sufren. “Solamente podemos llegar a él (Dios) a
través del compromiso operativo de la fraternidad, del camino del amor a la
praxis de liberación” (Cormenzana). El compromiso político del cristiano va
mucho más allá de sufragar, tiene que ver con involucrarse con las causas
sociales, con entrometerse en los ámbitos de decisión, en compartir con las
gentes de los barrios, de los movimientos, de acompañar las movilizaciones
sociales (aún con sus errores), con saber utilizar eficazmente los medios de
comunicación para poder enviar un mensaje diferente a la sociedad.
Una gran parte de los cristianos se pasan defendiendo
la institución y denunciando todo lo que atenta a la religión, sobre todo por
estar muy perdidos en una “cristiandad mental” que nada tiene que ver con la
realidad. El laicismo al cual tanto se critica desde el mundo cristiano, es una
oportunidad de diálogo con un tiempo nuevo de la iglesia, de un nuevo
compromiso con las causas de todos, de involucrarnos con las luchas de los
pueblos y de entreverarnos con la masa para, que desde dentro, construyamos
algo nuevo sin desear que nuestras ideas predominen, sino que sea la voluntad
de todos. Los cristianos de este siglo XXI no seremos destacados ni reconocidos
a no ser por nuestro compromiso con las causas sociales. No podemos seguir
esperando dentro del templo que algunas personas vengan a celebrar la
Eucaristía cuando Jesús sigue muriendo en medio de su pueblo. Allí se está
dando de nuevo el sacrificio y allí debemos estar nosotros. Ojalá tengamos la
valentía de no ser seducidos por el príncipe de este mundo y quedarnos en la
comodidad y tengamos el coraje de renovar nuestra propia fe para estar junto al
pueblo, pues allí con el pueblo, camina Aquél a quien decimos amar y confesamos
que es nuestro Dios.
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