Convivencia | Francisco Javier Gómez Díez*
La actualidad del
hispanismo
Unos 489 millones de seres humanos tienen el español –algunos dirían el
castellano– como lengua nativa. Son 21 los países que, incluyendo a Puerto
Rico, tienen esta lengua por oficial u oficiosa y no en pocos, pensemos en
Estados Unidos, el porcentaje de hispanohablantes nativos no es en modo alguno
despreciable. Si la lengua –el instrumento fundamental de la aprehensión de la
realidad– es el principal rasgo de la identidad individual y colectiva, 489
millones de seres humanos constituyen de alguna forma una comunidad. El origen
de esta comunidad es evidente (la expansión de las monarquías ibéricas en el
origen de la Modernidad), pero las implicaciones de su existencia no lo son;
son profundas, complejas y, sin duda, problemáticas.
El Congreso Internacional
Hispanoamericano (CIHA), organizado por la Universidad Francisco de
Vitoria (UFV) y la Universidad Internacional de La Rioja (UNIR) del 22 al 24 de
junio con el tema Mundo hispánico-mundo global: memoria y futuro,
quiso aproximarse con el rigor propio de la función universitaria a todas las
dimensiones de esta compleja realidad.
Brillantes intelectuales, americanos y europeos contribuyeron a
construir un congreso abierto en torno a una realidad cultural fundada en una
lengua plural, pero compartida; una lengua hablada en no pocas ocasiones por
comunidades bilingües, una lengua unida a la expansión del libro y la palabra
escrita y hoy revitalizada por los nuevos medios de comunicación. Esa lengua
compartida fue el canal principal de la romanización e incorporación de una
amplia pluralidad de pueblos a la cultura occidental, y por eso, no pocos, y
con razones hablaron de América Latina.
Las redes del intercambio, los intereses y, a veces, los enemigos
compartidos permiten hablar también de una realidad política, plural y
desunida, pero obligada a la convivencia y partícipe de unos ideales. Una
comunidad política que debe ser consciente de la pluralidad de polos sobre los
que se estructura; sobre los que se estructuró antaño, cuando Nueva España no
podía verse en modo alguno como la periferia de la monarquía, sino como un
centro económico y uno de los grandes focos de producción artística,
intelectual y científica y sobre la que debe estructurarse ahora cuando, tras
lo significado por los siglos XIX y XX, el eclipse de Europa resulta evidente.
Si el punto de partida es una lengua, no cabe ignorar que, desde el
primer momento, la experiencia que se pretende analizar se desarrolla en el
amplio campo de la frontera, física y espiritual, donde confluyen pueblos de
lengua, cultura y religión diversas, súbditos no castellanos de la monarquía
(catalanes, portugueses, napolitanos, alemanes, etc.). Confluyen también
rivales políticos y comerciales, disidentes religiosos y grupos marginales.
Esto sucede con anterioridad a la independencia de América y tras ella, cuando
habrá que hablar de emigrantes italianos, influencia francesa, comunidades
judías, iglesias reformadas, movimientos indígenas y otros muchos fenómenos,
entre los cuales –por supuesto– no es el menos importante la influencia de los
Estados Unidos o la presencia de una amplísima comunidad hispana en esa
república.
La intensa actividad del congreso se estructuró en varias direcciones.
Se habló de la historia o de la lengua, diversa y plural, y su expresión
literaria… y también se trataron los grandes desafíos que afronta esta
comunidad, con temas como la grave situación política de un continente, el
complejo problema migratorio o la situación actual de los derechos humanos.
El congreso contó además con las brillantes conferencias de inauguración
y clausura a cargo, respectivamente, de Enrique Krauze y Carmen Iglesias, y con
una interesantísima mesa redonda sobre identidad y globalización. Cuando
comenzaba esa mesa, algo se había hecho evidente; si no un problema, sí una
cuestión. A lo largo de los tres días, en las ponencias, comunicaciones,
conferencias y, por supuesto, en las numerosas charlas en torno a un café o a
una comida, se oía hablar de Iberoamérica, América, Latinoamérica,
Hispanoamérica o, como señalé más arriba, español y castellano. En una misma
lengua se habló de muchas formas. Las palabras nunca son inocentes. Si existe
una identidad, es indiscutible que es una identidad rica, discutida y
discutible.
Un pero se le puede poner al congreso: la escasa presencia que en él ha
ocupado el arte y la música. Oímos hablar del rap y de los intercambios
culinarios, pero mucho más se habría podido decir del mestizaje musical, de la
riqueza arquitectónica y de las artes visuales propias de una comunidad que se
ha apropiado del espacio, lo ha diseñado y lo ha construido; se ha expresado en
las imágenes que han decorado sus construcciones y sus plazas; ha dialogado a
través de ellas con la naturaleza y con Dios; ha manifestado sus miedos y
esperanzas y no ha dudado en cantar sus alegrías y desgracias.
*(Director académico del CIHA, profesor titular de Historia de la UFV y secretario del Foro Hispanoamericano Francisco de Vitoria)
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