Reflexión | Miguel A. Munárriz/FA
El Dinero
Lc
16, 19-31
«No
harán caso, aunque resucite un muerto»
Jesús
siente un gran recelo hacia el dinero y así lo expresa en multitud de
ocasiones. Llama bienaventurados a los pobres, alerta sobre la dificultad de
los ricos para entrar en el Reino, considera necio al hombre de la parábola
ufano de su riqueza que esa noche iba a morir, se entristece cuando el “joven
rico” renuncia a seguirle porque tenía muchos bienes… y, en la parábola de hoy,
nos muestra hasta qué punto se puede endurecer el corazón de un hombre por causa
de su riqueza.
El
dinero no es algo marginal en el evangelio, algo que se menciona de pasada,
sino una línea clara y recurrente dentro del mensaje global y la concepción del
Reino. Algo que nos interpela de manera especial, porque vivimos en una
sociedad de ricos en la que el dinero ha dejado de ser un medio para
convertirse en el fin por excelencia de nuestra vida. Y cuando esto sucede, el
dinero se convierte en amo, en el peor amo que podemos tener, porque nos
esclaviza, socava nuestra humanidad y nos arrebata la capacidad de compadecer,
de ayudar, de perdonar, de servir…
La
expresión que usa Jesús para alertarnos de la trampa mortal que encierra el
dinero, es una de esas exageraciones geniales que emplea para hacer especial
énfasis en algo importante: «No harán caso, aunque resucite un muerto» … Dicho
de otro modo: “Si caéis en esa trampa, no tenéis salvación”.
Quizá
convenga hacer un breve inciso sobre su expresión «bienaventurados los pobres»,
porque puede ser malinterpretada. Jesús no llama bienaventurados a los míseros,
e incluso en la versión de Mateo se matiza el término para referirlo a los
“pobres de espíritu”. Es de suponer que se refiere a quienes no se dejan
dominar por la ambición ni permiten que el dinero les esclavice; a quienes se
conforman con lo que tienen y lo comparten con los que no tienen; a quienes se
acostumbran a vivir con poco… es decir, a quienes son capaces de convertir el
dinero en un talento para la construcción del Reino.
Y
esta es una pauta excelente para establecer nuestra relación con el dinero,
hasta el punto, que Jesús nos dice que seremos mucho más dichosos si la
seguimos (lo cual es además muy razonable porque su seguimiento nos humaniza y
nos mueve a caminar por la vida ligeros de equipaje).
Pero
siendo realistas, en este mundo el dinero es necesario no solo para vivir el
día a día, sino también para prevenir el futuro ante las infinitas
incertidumbres que presenta la sociedad actual. Por eso la parábola de hoy
resulta especialmente oportuna para nosotros los ricos, pues nos alerta del
riesgo de que el permanente contacto con el dinero acabe endureciendo nuestro
corazón, y nos invita a reflexionar sobre el efecto que está teniendo en cada
uno de nosotros. Por fortuna se trata de una reflexión muy sencilla, pues basta
con preguntarse hasta qué punto hemos perdido la capacidad de compromiso ante
el cúmulo de desgracias ajenas que cada día asaltan nuestras vidas.
Publicado por Feadulta.com
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