Reflexión | Isabel Gómez Acebo
We, the People
Recientemente me ha llegado por Whatsapp una
antigua frase del expresidente, Ronald Reagan, de los Estados Unidos. Su
pequeña charla se puede resumir en tres palabras y una metáfora. Las
palabras We, the People (nosotros el pueblo) hacen alusión al
sujeto en torno al que debe girar la vida política y la metáfora habla de un
coche, cuya propiedad es del pueblo que deja como conductor al gobernante de
turno tras unas elecciones y un programa de gobierno para cuya ejecución ha
sido elegido.
Es bueno recordar este hecho ya que muchos
gobernantes se consideran dueños y señores de la silla que ocupan y con
frecuencia no miran al bienestar de la gente sino al suyo propio. Hacen
nombramientos entre sus familiares y conocidos a los que llenan los bolsillos y
tratan de perpetuarse en el poder. Hay algunos que hacen fraude en las
elecciones o incluso fuerzan el cambio de las constituciones para que no haya
límites temporales al ejercicio del cargo. Todo vale para conseguirlo por lo
que el pueblo, ese sujeto que es el propietario del poder, no se atreve a
levantar la voz por miedo a represalias.
Todos somos
conscientes de que la democracia está muriendo por una lenta enfermedad de las
instituciones que pueden frenar al ejercicio despótico del poder, ya sean los
jueces, los fiscales o los medios de comunicación a los que se ponen constantes
trabas que llegan incluso al asesinato
¿Y qué pasa en
la Iglesia? Nuestra institución no es una democracia, pero vive en un mundo
cambiante que influye en el pensamiento eclesial cuando la cultura ambiente
difiere, o parece diferir, de las certezas eclesiales. La primera reacción es
cerrarse en banda algo imposible ya que no hay más que ver la presión que
ejercen las mujeres para alcanzar puestos de poder y los colectivos LGTB que
piden ser reconocidos. El concilio Vaticano II pidió que se tuvieran en cuenta
estos signos de los tiempos pues eran una realidad que con frecuencia nuestra
Iglesia no había tenido en cuenta o les había dado la espalda. No había ayudado
en este empeño de apertura del pensamiento la declaración de infalibilidad
pontificia que hizo el concilio Vaticano I.
Pero no estoy
hablando de algo nuevo, aunque estaba dormido que es el sentido de los
fieles, sensus fidei, que significa la comunión de todos los fieles
invadidos por el Espíritu en pos de la verdad. El cardenal Newman habló de tres
magisterios en la Iglesia: los obispos, los teólogos y el pueblo, los dos
últimos muchas veces silenciados ya que el que levantaba la voz sufría las
consecuencias que alcanzaban desde la excomunión hasta la pérdida de empleos o
cátedras. Aquí destaca como algo novedoso la teología del laicado, la teología
de un creyente cuya vida está inmersa en las realidades temporales y en su
situación la revelación del Espíritu puede adquirir connotaciones distintas. De
aquí la necesidad de que la jerarquía escuche a todos los fieles
La Gaudium
et Spes nos dijo que era propio de todo el pueblo de Dios, pero
especialmente de los pastores y los teólogos, auscultar, discernir e interpretar,
con la ayuda del Espíritu Santo, las múltiples voces de nuestro tiempo y
valorarlas a la luz de la Palabra divina, a fin de que la Verdad pueda ser
mejor percibida y entendida
Veo con
esperanza el proceso sinodal donde la voz de todas las parroquias del mundo va
a estar presente. También creo que algunos miembros de la jerarquía, que no
están acostumbrados a escuchar, van a poner todos los palos en la rueda que
puedan con la intención, que nunca confesaran, que descarrile el movimiento,
pero poco a poco, la Iglesia se va abriendo y hace camino al andar
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