miércoles, 2 de noviembre de 2022

Por el camino de la mística


Espiritualidad | Diego Pereira Ríos

 


Por el camino de la mística

 

Los laicos y laicas seguimos siendo desafiados por nuestra vida activa, que nos siempre nos permite sentir que podemos dedicarle tiempo a Dios. La mística cristiana sostiene que la vida del creyente se fundamenta en encuentros fuertes con Dios, que son fontales: de ellos emerge y fluye la fuerza y la claridad para las decisiones que debamos tomar, para enfrentar situaciones difíciles. Junto con los sacramentos, la oración personal y la meditación nos hacen muchas veces descansar en Dios. El camino de la mística es para todos, no sólo para los consagrados, sino que los laicos podemos llevar una vida mística.

 

La palabra “mística” se entiende en relación a misterio, y éste refiere a la presencia de Dios en la vida de una persona. O, dicho desde la teología: “consiste en una experiencia de la presencia de Dios en el espíritu, por el goce interior que nos da un sentimiento completamente íntimo”[1]. Esta afirmación de Juan Taulero, uno de los fundadores de la mística cristiana alemana hacia 1360, nos presenta la idea de la cercanía (intimidad) que el alma humana logra tener con Dios, mediante la búsqueda mística. Así, la persona logra mediante ella hacerse cercano a Dios, se dispone a recibirlo en la vida terrenal.

       

Pero pensemos también en la propuesta de una mujer casada, más cercana en el tiempo (hacia 1930), que supo vivir en un camino de una espiritualidad mística: “Es, en lo esencial, un movimiento del corazón, que trata de trascender las limitaciones del punto de vista individual y rendirse a la Realidad última, sin buscar ninguna ganancia personal, satisfacer curiosidad trascendental alguna, ni obtener gozos ultramundanos, sino a partir, únicamente, de un instinto de amor”[2]. Ella nos hace entender la meta y el camino con el cual debemos buscar a Dios: el amor, pero con la característica de un amor fraternal, universal. Buscar encontrarse con Dios es saber que en ello buscamos amar a todos los seres humanos.

       

Por tanto, animarse a llevar una vida mística tiene que ver con hacerle espacio a Dios en nuestro interior, buscando tener tiempo para estar con él. Muchas veces en las correrías de nuestra vida acelerada, es nuestra mayor escusa, la falta de tiempo. Pero si se trata de estar con Dios, de hacer la experiencia de vibrar con el Misterio del dueño de la vida en nuestra pequeñez, ¿quién podrá negarse? Pero cuidado: debemos combatir la búsqueda egoísta de buscarlo para nuestro propio bien, o con algún otro cometido.

       

El único fin debe ser para amarlo más y, desde su amor, amar mejor a todos los que conocemos.  No se trata de buscarlo para pedirle favores: es facilitar un encuentro amoroso en lo profundo de nuestra alma. “El que me ama guardará mi palabra, y mi Padre lo amará, y vendremos a él y haremos morada en él” (Jn 14, 23). Lo primero es desear estar con Dios, desear su visita, para hacernos un tiempo en el día para disponernos. Cada quien buscará un horario, un lugar, pero lo importante es desear tener ese encuentro que siempre es renovador y santificador.

       

En el encuentro con Dios sentiremos la tentación de retenerlo, pero no podremos. El camino místico hace referencia también a lo que se llama contemplación. La contemplación “es esencialmente una escucha en el silencio, una expectación”[3]. Cuando nos disponemos al encuentro con Dios es muy necesario acallarnos, no sólo exteriormente, sino fundamentalmente interiormente. Los pensamientos bullen en nosotros todo el tiempo y es necesario aprender a colocarlos en Dios y en el deseo de que venga a nosotros. Por eso hablamos de contemplar: cuando Dios baja hasta nuestras profundidades experimentaremos que sobrepasa nuestro entendimiento, incluso podemos tener cierta certeza por medio de los sentidos corporales, pero solo podemos contemplarlo desde la fe.

       

El Señor viene a buscar un lugar allí en nuestro lugar más íntimo, accesible por los sentidos espirituales, pero al cual pocas veces llegamos por la misma falta de práctica. En esto, los que más saben nos dan algunas pistas de cómo iniciarnos en este camino. Estos son requisitos indispensables para buscar ser místicos y contemplativos: 1. Desear la continua conversión al bien y practicarlo; 2. Sentir deseos de pasar momentos de soledad; 3. Hacer el ejercicio de no pensar discursivamente y 4. Sentir el impulso constante de estar con Dios[4].

       

De alguna manera, si la mayoría de las personas desean encontrarse con Dios, lo pueden lograr dando los pasos previos indicados sin importar en el lugar que estemos. Sea en el trabajo, en la universidad, cuando estamos rodeados de personas, lo importante en primer lugar es hacer el bien pidiéndole a Dios que nos ayude en ello. Es también poner nuestro pensamiento en Dios para compartir cada cosa que hacemos con él. Es hacernos unos minutos al día de soledad solamente para estar con Dios, deseándolo todo el día. Es un gran desafío que podamos entender que, cuando nuestra vida está entregada a Dios, cada cosa que vivimos estará bajo su mirada.

       

En ello no habrá diferencia entre lo terrenal y lo celestial, entre lo que hacemos en los lugares que habitamos y lo que deseamos hacer estando en presencia de Dios. Esto es así porque “la experiencia de la trascendencia…sólo puede hacerse desde la inmanencia; y la inmanencia sólo tiene sentido en relación a la trascendencia”[5]. Si el mundo es obra de Dios, todo lo que hacemos en lo humano tiene que ver con Dios y toda la acción de Dios se manifiesta en las acciones humanas. Pero sin duda, frente a la complejidad del mundo humano, necesitamos buscar a Dios y descansar en él. En el camino de la mística y la contemplación, Dios nos espera, para venir hasta nosotros y acompañarnos.

 



[1] Diccionario Akal crítico de teología, Lacoste, Jean-Yves (Dir), “Mística”, pp. 791-797.

[2] Underhill, Evelyn, La mística, Ed. Trotta, 2006, p. 88.

[3] Merton, Thomas, La oración contemplativa, PPC, 1973, p. 118.

[4] Cfr. Johnston, William, La música callada. La ciencia de la meditación, San Pablo, 1974, pp. 155-158.

[5] Panikkar, Raimon, De la mística. Experiencia de la vida, Herder, 2007, p. 75.





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