Jueves de Cine | Juan Orellana
Almas en pena de Inisherin. Comedia negra sobre la
banalidad… del bien
Llega a la pantalla grande una de las triunfadoras
de los Globos de Oro. La película, escrita y dirigida por Martin McDonagh,
cosechó los premios a la mejor película de comedia, al mejor guion y al mejor
actor, para Colin Farrell. El argumento se desarrolla entre 1922 y 1923, cuando
tuvo lugar la guerra civil en Irlanda entre los partidarios del tratado con el
Reino Unido y el IRA, contrario al mismo. En ese contexto, la película se
ambienta en una pequeña isla que vive absolutamente al margen del conflicto.
Para los pocos habitantes de Inisherin, la guerra solo se hace presente cuando
se oyen bombas al otro lado del mar. Pero el hecho es que la situación política
y bélica de su país ni les va ni les viene.
El protagonista es Pádraic (Colin Farrell), un
hombre bastante simple intelectualmente pero bondadoso —menos cuando se
emborracha—. Vive con su hermana Siobhán y una pequeña burra. Su gran amigo es
Colm (Brendan Gleeson), un músico rudo que solo tiene a su perro. Un buen día,
cuando Pádraic va a recoger a Colm para llevarle a la taberna, como hace
habitualmente, se sorprende con el hecho de que su amigo no quiere volver a
hablar con él. Dice que se ha aburrido ya de su relación y no quiere saber nada
más.
Pádraic no se resigna, insiste tercamente, y
entonces Colm se lo deja claro: cada vez que Pádraic le dirija la palabra, él
se cortará a sí mismo un dedo de la mano. Esta sinopsis expresa muy bien el
tono de una película que, desde un bucólico costumbrismo, nos lleva de golpe al
terreno del surrealismo. Todos los habitantes del pueblo están atravesados de
una irritante simpleza mental. La única que se libra de ese marasmo intelectual
es Siobhán, que sabrá huir a tiempo de esa pequeña sociedad aislada del mundo
que solo genera personas con hondas taras (alcohólicos, abusadores…).
En realidad, Almas en pena de Inisherin es
una película muy abstracta, y por ello es susceptible de distintas
interpretaciones, desde roussonianas (el hombre puro que se corrompe en
sociedad) a hobbesianas (homo homini lupus),
pero de lo que no cabe duda es de que transmite un mensaje bastante desolador,
aunque ofrece algunas briznas de esperanza.
Se trata de una comedia negra con mimbres de drama
que tiene en el centro a un hombre bueno que se corrompe ante lo que él experimenta
como un mal gratuito. Esa fragilidad moral se desarrolla entre dos polos
trascendentes: la profusa imaginería católica presente en casas y caminos, por
un lado, y la banshee, una bruja que anuncia la
muerte, por otro.
La sensación final que transmite el filme al
espectador es de perplejidad. Un sentimiento que mezcla la certeza de haber
visto una película magníficamente hecha, narrada, interpretada, con una
fotografía y una música espléndida… y, a la vez, la conciencia clara de haber
asistido, entre risas, a una historia triste, terrible y desesperanzada. Es el
sino del cine contemporáneo.
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