Evangelización | Carlos Pérez Laporta
El ayuno cristiano
Viernes
después de Ceniza / Mateo 9, 14-15
Evangelio: Mateo 9, 14-15
En aquel tiempo, los discípulos de Juan
se le acercan a Jesús, preguntándole:
«¿Por qué nosotros y los fariseos
ayunamos a menudo y, en cambio, tus discípulos no ayunan?». Jesús les dijo:
«¿Es que pueden guardar luto los amigos
del esposo, mientras el esposo está con ellos? Llegarán días en que le
arrebatarán al esposo, y entonces ayunarán».
Comentario
«¿Por qué nosotros y los fariseos
ayunamos a menudo y, en cambio, tus discípulos no ayunan?», le preguntan a
Jesús. Para responder, Él da un rodeo, pero en el fondo les dice: ayunáis
porque no estáis conmigo. Ayunamos cuando se nos arrebata y banqueteamos en su
presencia: «¿Es que pueden guardar luto los amigos del esposo, mientras el
esposo está con ellos? Llegarán días en que les arrebatarán al esposo,
y entonces ayunarán».
Ese vaivén undoso de la presencia de
Jesús marca el ritmo de nuestras jornadas. Tan pronto le reconocemos como se
nos escapa de las manos. Cristo viene y va. Con sus venidas nos ahíta de su
presencia, y al marchar nos deja el corazón hambriento de más. Y si nos dejamos
llevar por ese ritmo de saciedad y gazuza, nuestro corazón va dejando de vivir
de sus propios afanes para apetecer siempre a Cristo.
Por eso, también dice Dios, «este es el
ayuno que yo quiero: […] partir tu pan con el hambriento» (primera lectura). Si
en nuestra necesidad de Dios no buscamos a Cristo en el hambriento, no nos
satisfaremos de su presencia; pero si lo hacemos, «entonces surgirá tu luz como
la aurora, enseguida se curarán tus heridas» (1ª L). El ayuno cristiano no
tiene sentido si la comida no consumida no se ofrece al hambriento.
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