Evangelización | Carlos Pérez Laporta
El servicio del amor
Martes de la 7ª
semana del tiempo ordinario / Marcos 9, 30-37
Jesús con la cruz a cuestas.
Escena realizada en cerámica por Palmira Laguéns, con dibujos de José Alzuet.
Santuario de Torreciudad.
Evangelio: Marcos 9, 30-37
En aquel tiempo, Jesús y sus discípulos atravesaron
Galilea; no quería que nadie se enterase, porque iba instruyendo a sus
discípulos.
Les decía:
«El Hijo del hombre va a ser entregado en manos de
los hombres y lo matarán; y, después de muerto, a los tres días resucitará».
Pero no entendían lo que decía, y les daba miedo preguntarle.
Llegaron a Cafarnaún, y, una vez en casa, les
preguntó:
«¿De qué discutíais por el camino?».
Ellos callaban, pues por el camino habían discutido
quién era el más importante. Jesús se sentó, llamó a los Doce y les dijo:
«Quien quiera ser el primero, que sea el último de todos y el servidor de todos». Y tomando un niño, lo puso en medio de ellos, lo abrazó y les dijo:
«El que acoge a un niño como este en mi nombre, me
acoge a mí; y el que me acoge a mí, no me acoge a mí, sino al que me ha
enviado».
Comentario
Jesús pasa con sigilo por Galilea de camino a
Jerusalén. «No quería que nadie se enterase, porque iba instruyendo a sus
discípulos». Les está mostrando en la intimidad su destino con toda su
dramaticidad: «El Hijo del hombre va a ser entregado en manos de los hombres y
lo matarán; y después de muerto, a los tres días resucitará». ¿Busca acaso apoyar
su corazón sobre ellos? ¿Podríamos llamar a eso instrucción? Cristo no tiene
donde reclinar su cabeza, sólo las hondas manos del Padre que tienen la cruz
sostendrán su testa. Sin embargo, quiere que ellos carguen al menos una parte
de su angustia, que le sostengan humanamente. Ellos se salvarán en la medida en
que se hagan cargo de ese destino, en la medida en que se sumen a su cruz. La
relación humana por la que debían sostener a su maestro y amigo coincide con su
salvación eterna. No hay otra instrucción que la amistad entre ellos.
Pero los discípulos no alcanzan a entender. De
Jesús hasta ahora han conocido un poder insuperable. Pasan por alto el tono
angustioso de sus palabras y se contentan con amontonarlas junto con todas
aquellas cosas incomprensibles de su maestro. Siguen obnubilados por su poder,
y discuten «quién era el más importante».
Jesús, lejos de enfadarse porque no están a la
altura, devuelve la instrucción al bajo nivel en el que todavía se encuentran:
«Quien quiera ser el primero, que sea el último de todos y el servidor de
todos». Con ello les recupera desde donde están: no tacha sus deseos, sino que
los dirige a su verdadero fin. Entendido al modo de Jesús no es perverso el
deseo de ser el primero, cuando es un deseo puro: es el deseo mismo de ser como
Dios para estar con Él. Y cuando ese deseo se purifica consiste plenamente en
el servicio del amor. No es distinto del cuidado con que se toma a un niño y se
le abraza: «El que acoge a un niño como este en mi nombre, me acoge a mí; y el
que me acoge a mí, no me acoge a mí, sino al que me ha enviado».
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