Jueves de Cine | Juan Orellana
Los Fabelman: Spielberg rememora su propia
adolescencia
Menos mal que existe Steven Spielberg y que nos reconcilia con una cartelera
últimamente bastante decepcionante. En vez de contarnos estupendas aventuras, a
diferencia de su filmografía precedente, el director de Ohio vuelve la mirada
sobre sí mismo y lleva al cine su propia peripecia biográfica. Spielberg revisa
su adolescencia para hacer cuentas con los dos amores de su vida: el cine y sus
padres. El cine como fuente de alegría y el divorcio de sus progenitores como
trauma.
La película se centra en la adolescencia de
Spielberg. Naturalmente, los personajes se llaman de otra forma y el director
reinventa su historia en aras de las exigencias narrativas y dramáticas del
lenguaje cinematográfico. El filme arranca con el descubrimiento del cine como
una experiencia maravillosa. Sammy (interpretado por dos actores —Mateo Zoryan
y Gabriel LaBelle— en función de la edad infantil o adolescente) va una noche
con sus padres a ver en el cine El mayor espectáculo del mundo,
la famosa película de Cecil B. DeMille, de 1952. La fascinación que le produce
es total y al llegar a casa Sammy intenta reproducir con sus juguetes algunas
secuencias. Él no lo sabe, pero acaba de nacer su vocación cinematográfica. Una
vocación que se irá desarrollando con su cámara casera a medida que va
incorporando mejoras técnicas e involucra a sus amigos en sus rodajes amateur.
En paralelo a su incipiente recorrido como director
aficionado se desarrolla la trama de sus progenitores, que le marcará de por
vida. Interpretados por Michelle Williams y Paul Dano, el matrimonio Fabelman vive
en aparente armonía. Hasta que Sammy descubre, a través del objetivo de su
cámara, que su madre tiene una relación inapropiada con Bennie (Seth Rogen), el
mejor amigo de su marido. A partir de ese momento se desata un drama sin marcha
atrás que le romperá el corazón al pobre Sammy / Spielberg. A pesar de que el
director no quita hierro a la infortunada infidelidad de su madre y a la
indolencia de su padre, sorprende el cariño con que son tratados en el filme,
de manera que el espectador no consigue posicionarse contra ellos. De alguna
manera es como si Spielberg entendiera su película como un acto público de
perdón.
Estamos ante una obra hecha con amor, con el amor
maduro de un artista tan consagrado e indiscutible como Steven Spielberg. Una
película que el director empezó a gestar durante el rodaje de Múnich (2005) y que cuajó definitivamente en su
cabeza durante los meses de la COVID-19 junto a su guionista Tony Kushner. La
puesta en escena no solo muestra el oficio de un veterano, sino que consigue
transmitir los sentimientos del director y traducirlos en homenaje con
mayúsculas al séptimo arte. De momento, ya ha triunfado en los Globos de Oro en
las categorías de Mejor Película y Mejor Director y cuenta con siete
nominaciones a los Óscar, entre ellas, también en las categorías de Mejor
Película y Mejor Director.
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